LOCOS Y CUERDOS
En el camino me voy encontrando tan extraños y variados personajes que a veces creo (o tengo la sensación) que me los estoy imaginando. Por eso prefiero tomarles una fotografía para dejar constancia de sus existencia física. Esta mañana, mientras pedaleaba de Las Cruces hacía Alamogordo en Nuevo Mexico, luego de subir una poderosa montaña y disfrutar el placer del descenso, me encontré a un costado de la larga explanada, primero a una sombra ininteligible, luego, al acercarme más, una silueta más o menos formada de lo que podría ser un motociclista, al final resulto ser un señor jalando un carrito de supermercado. ¡Qué! ¿Carrito de Supermercados en el desierto?. Sí, así como lo escuchan, mejor dicho, así como su voz o el pensamiento de su voz lo lee.
Aunque estoy en los Estados Unidos y el consumo es tan irracional y pegajoso y contagioso que lleva a los consumidores a acampar afuera de las tiendas la noche o las noches antes de que salga la ultima consola de juegos o el ultimo grito de la tecnología. Algo que en mi país, El Salvador, también hemos sido testigos de esa "influenza" (No influencia, sino influenza, virus, pues) consumerista y hubo más de un valiente que esperó por 24 Hrs para comprar la primera taza o vaso de Starbucks en el país. Vaya pundonor. Pero esa imagen, la del carrito de compras en medio del desierto, escapa de todo concepto lógico. ¡Por Dios!, era necesario parar. Y lo hice. Le pregunté al señor que lo iba jalando si necesitaba algo. Me dijo que no, que tenía todo. Le ofrecí agua y chocolates, me dijo que no. Le pregunté que hacía donde se dirigía---Voy para Pittsburg, me dijo, y desde donde estaba viajando?, le volví a preguntaran, me dijo que desde Los Angeles. Yo, que no daba crédito, no porque no le creyera, es que me lo imaginaba pasando por los lugares por lo que yo he pasado (Desiertos criminales) y si para mí había sido difícil en bicicleta, no digamos empujando un carrito de compras, me quedé viéndolo, descaradamente, de pies a cabeza. ¿Y tú para donde vas?, me preguntó. Voy para Nueva york, le dije. Casi llevamos la misma ruta, me dijo.Me llamo Giovanni y le extendí la mano---Mucho gusto, me llamo Karl, me dijo. Nos vimos por un momento como queriendo reconocer algo de nosotros mismos en el rostro del otro. Ambos teníamos el pelo desalineado y la piel como tostada francesa en el rostro. Ambos estábamos en el camino, por diferentes medios, pero en el camino en fin. Nos despedimos y nos deseamos suerte. ¿Cuando terminará el recorrido Karl? ¿Quién lo sabe?...pero no me cabe la menor duda de que llegara a su destino. Y yo también. Aunque, sinceramente, por muy alejados que se vean los caminos, todos llegaremos al mismo destino un día.
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