ALAMO GORDO
A simple vista hay unos quince centímetros de diferencia en cuanto a la altura, entre Pat Morgan y yo; él de pinta sajona, yo con una versión latina aveces semita (especialmente cuando uso barba); él de 62 años, yo de 32; él nacido en Winnipeg (Canada) yo en Chalatenango (El Salvador); él un militar retirado de las fuerzas aéreas de los Estados Unidos, yo un abogado sin clientela en El Salvador; él felizmente casado con una filipina (de nombre Nori), yo también felizmente pero divorciado. A simple vista no parecemos familia. Y no lo somos, pero él me ha tratado como si lo fuera, como si las diferencias culturales están reservadas únicamente para los extraterrestres pero no para los humanos.
Me ha recibido en su casa de Alamogordo (Nuevo Mexico) y me ha ofrecido una habitación con baño privado y me ha dicho: Mi casa es tu casa. Aunque no habla español puedo entenderle todo lo que me habla.
Me contó que recién el año pasado se retiro de la Fuerza Aérea, donde hizo carrera militar, los últimos años de servicio los realizó en la base de Alamogordo, a la que me invitó conocer y cómo no aceptar.
Ingresamos a la base militar, realmente es una ciudad que cuenta con todo tipo de servicios, en la entrada, un grupo nutrido de militares, nos pidieron dos documentos con foto. Pat, ya me lo había advertido. Ingresamos y me llevó a dar una vuelta por todo el complejo. Tuve tiempo de fotografiar los más criminales aviones de la fuerza aérea de los Estados Unidos y también alemana. ¡Momento! cómo qué alemana. Sí, alemana. Dentro de la base hay un complejo para la fuerza aérea alemana (conocida como la Luftwaff) y realizan todo tipo de practicas peligrosas y divertidas como el OKTOBERFEST. Durante el mes de octubre la base alemana es un jolgorio en el que todo el mundo, sea alemán o no, bebe cerveza sin restricción y que solamente noviembre puede poner bajo control. Dentro de la base, del lado americano, hay de todo, centros comerciales, cines, restaurantes y hasta una especie de mercado de cosas usadas. Por ejemplo, si usted quiere vender su carro, lo estaciona en un recinto, le pone un papel con el precio y su numero de teléfono. Es efectivo, hay bicicletas, motos, lanchas y hasta casas rodantes.
Cuando manejaba de regreso a casa, me contó que estuvo en la guerra de Vietnan, una guerra que no fue muy popular para los Estadounidenses, me dijo. Por suerte salí vivo de Vietnan y con esposa. En esos días estuvo en una base en Filipinas y fue así que conoció a Nori.
Al llegar a la casa me dijo que la cena estaría pronto. A los diez minutos tocó la puerta de mi habitación y me dijo: ¿Estás listo para comer?. Sí, le dije y me dirigí a la mesa. No, iremos a un restaurante, me dijo, es que yo tenía que preparar la cena esta noche y ya es un poco tarde, así que iremos a comer comida mexicana.
En el camino al restaurante, Nori me preguntó cual era la comida favorita de los salvadoreños. Rápidamente le contesté: ¡pupusas! y le expliqué, con bastante dificultad, qué eran y cómo se preparaban. Me entendió. Luego hablé de la horchata, de las empanadas, de la yuca frita y hasta de atol de Shuco (puede decir chuco no hay problema). Cuando terminé de contarles pregunté por la comida de filipinas, me dijo que era el Puto ¡Vaya nombre!, pensé. El puto, en Filipinas, no es nada más que un arroz. ¿Y en Estados Unidos?, le pregunté a Pat. McDonalds, me dijo y todos sonreímos. Fue entonces cuando rectifiqué y le dije que en El Salvador no eran las pupusas la comida tipica sino más bien las hamburguesas de Mc Donald, Burger King, Wendy´s o las Pizzas de Pizza Hut, las Sandwiches de Subway o Quiznos o el café de Starbucks. Las risas fueron más prolongadas.
Fuimos al restaurante y supieron de mi vegetarianismo como si les estuviera revelando una enfermedad de esas compasivas. Seguimos charlando y sonriendo.
Al llegar a la casa, Pat, me dijo que si queria podía quedarme una noche más o las que quisiera en su casa. Me dijo que podría llevarme a conocer un lugar conocido como White Sand un desierto con muchas dunas cercano a Alamogordo. Claro, eso si yo decidía quedarme un día más.
Gracias, le dije y acepté la invitación, así que ahora me tocara un día de descanso e iré a conocer las dunas de White Sand.
Volviendo a la imagen contrastada entre Pat y yo, hay un par de similitudes, una es evidente, la otra no para los ojos abiertos. Nuestras sonrisas miden lo mismo y, desde un plano eminentemente metafísico, el alma también.
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