DE NUEVO MEXICO

Llegar a Lordsburg, Nuevo Mexico, me costó por lo menos cinco litros de agua, el día anterior, para llegar a Safford, Arizona, otros cinco, el día anterior seis para llegar a Globe. Parece que el recorrido he dejado de medirlo en kilómetros o millas para trazarlo mejor en litros. Es que el calor está siendo sofocante, y eso que trato de salir temprano. De seis a diez de la mañana el recorrido es llevadero y muy agradable, después de esa hora, el sol, el calor, la sed y el cansancio terminan por hacer del camino muy lento y pesado. Ayer, cuando me hacian falta 16 millas para llegar a Lordsburg, no aguanté más y me tendí debajo un pequeño árbol, en medio del desierto. No sé si me dormí o soñé que me dormi, de todas formas sentí que dormí y repuse energías para pedalear el ultimo tramo. Llegué al pequeño pueblo, el primero de Nuevo Mexico, y no presumía de tener muchos lugares para pasar la noche. Pero alguna iglesia debía de haber, esas nunca faltan, al igual que los McDondalds. Por eso fui primero al Mc Donald. Me pedí una bebida (ahora todos los tamaños cuestan un dolar y uno puede rellenar el vaso las veces que uno le de la gana), intenté pedir algo de comer, pero en un Mc Donald no hay mucho para un vegetariano. Dencase, tomé tantos liquidos como el cuerpo me lo permitió y me conecté a internet. Ubiqué una iglesia muy cerca del lugar, quizás como a cuatro cuadras. ¡A campar esta noche!, pensé. Por suerte había recibido la confirmación de un ciclista que me recibiría en la siguiente ciudad, Deming.

Salí del Mc Donald y justo cuando monté la bici, la llanta delantera estaba ponchada. ¡Ah, mierda!, exhalé. Baje los maletines y saqué las herramientas. Una grapa estaba enterrada en el hule de la llanta, con fuerza y ocupando las pinzas logré sacarla. Era el momento de cambiar la llanta. Suena increíble pero la llanta delantera es la misma con la que salí desde San Salvador. La compré frente a Catedral y me costo US$ 4.90. Una verdadera ganga. Diez días antes había comprado otra llanta a la salida de Pasadena y era el momento para ponerla en uso. Después de media hora, estaba listo para buscar la iglesia, campar y salir a buscar comida de verdad, no Mc Donald.

Comencé a pedalear por las calles de Lordsburg y ,así de repente, vi un rotulo que anunciaba la venta de tacos y enchiladas. Pensé en parar, pero me interesaba primero ubicar el lugar donde dormir, antes de pensar en comer algo. Fue entonces cuando me recordé de las palabras de Pablo Ignacio Rusiñol Moreno, que me dijo una vez: "No hay que esperar, Ñaño, cuando tengás sed, simplemente pará, cuando tengás hambre, simplemente comé, el mundo es ahora...." Paré la bicicleta, di la media vuelta y regresé al lugar. No se veía que fuera un restaurante, ni cafetería, más bien una lonchera adaptada al garage de una casa. Un par de mesas con unas sillas cómodas hacían más especial el lugar. Me acerqué vi el menú y no habían muchas opciones para mí. Una señora atendía la cocina, al verla le pregunté: ¿Habla español?...---Sí, me dijo. Ah, bueno, entonces, usted me va a ayudar, tengo mucha hambre pero soy vegetariano, qué me puede ofrecer?...---le dije. La señora lo pensó un poco y en seguida me dijo: Le puedo hacer unas quesadillas con arroz y frijoles...¿Qué le parece?--- Qué más me podría parecer ¡Excelente!, le dije y me pedí una horchata y me senté a descansar.

En la mesa de la par había una pareja, con indiscutible pinta hispana, con dos niños que hablaban en inglés. Simplemente se me quedaron viendo, pero no me dijeron nada. Yo simplemente sonreía y disfrutaba la horchata como la ultima del desierto. La señora me sirvió la comida, que resultó ser un majar, palabras que están demás para la comida mexicana. Mientras comía, el tipo de la par me preguntó: ---¿Y de donde vienes?---Una vez más, conté la historia del viaje y en seguida hice química con la pareja. Me preguntaban y me repreguntaban detalles acerca del recorrido, yo les contaba y les recontaba historias. Algo que me gusta mucho hacer.

Después de una hora de estar charlando ya sabía que el tipo se llamaba José y era originario de Durango, Mexico y sus esposa se llamaba Ana, al igual que su suegra, la señora que atendía el negocio.

Atardecía y el sol en Lurdborg estaba vestido de un color que yo no reconocía, nunca lo había visto así, por eso trataba de fotografiarlo.

Llegó la hora de la despedida y pedí la cuenta. La señora me dijo que era nada. Yo le dije que muchas gracias pero que le pagaría. Se negó rotundamente y José me dijo que dejara de insistir. Les agradecí infinitamente y traté de decirles que después de tanto tiempo de andar en la calle y recibir ayuda de todo tipo de personas, esos gestos me confirman que el mundo valía la pena, que el ser humano todavía estaba vivo, a pesar de tantas cosas malas que se hacen y se dicen. ¡Gracias!, les dije.

José me vio directamente y con un poco de pena, me dijo: Si quieres te puedes quedar en nuestra casa, si no hay problema contigo. Sentí un tremendo alivio, porque no tendría que ir a buscar la iglesia y no tendría que armar la carpa. ¡Gracias!, le volvía a decir, no es necesario que me de un lugar amplio, yo puedo dormir en el suelo, nada más tiendo la cobija y listo, le dije. ¡No te pre-o-cu-pes!, me dijo con ese acento norteño.

Dormí en la casa de José. Me alojaron en un cuarto infantil, tomé una ducha y dormí profundamente como duermen los niños.

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