Media linea verde.

El mundo, mi mundo, inicia en la estación de Fort Totten. Pero antes he tenido que esperar como un embrión la ruta dos en la Rigs Road. Siempre tarda lo mismo, cuatro paginas de un buen libro los días de semana, doce los sábados y domingos. Invariablemente, salvo las condiciones climáticas, es lo mismo. El otro día me di cuenta, con bastante humor, al principio, que la mayoría de personas ya no eran desconocidas para mí. Luego me embargó una especie de tristeza, porque a pesar de vernos día con día, mañana tras mañana, seguimos siendo el desconocido que no queremos conocer. Todos estamos en la misma ruta. A la misma hora. Tengo el recuerdo presente de todos. Los morenos tatuados por todas partes y con pelo rasta o sin nada de cabello con cara de rapero o de delincuente (que más o menos viene siendo lo mismo), sentados en la parte trasera; los otros morenos, menos morenos, africanos de Kenia, Etiopía o Sudan, sentados al medio; las y los hispanos cargando sus mochilas y cansancio, y si son mujeres, los niños, sentados adelante o en medio. Luego el chofer, que, a lo mejor sea por la hora, siempre resulta que es un moreno (Negro con respeto). Nunca he visto un blanco, ni de conductor ni de pasajero. Debe de ser el horario. La verdad, no es ni lo uno ni lo otro, es la zona desde donde viajo, casi no hay blancos.

A lo mejor yo esté presente en el pensamiento de alguien. ¿Cómo me describiría? Eso nunca lo voy a saber.

Dentro del autobús pasan otras seis paginas hasta llegar a la estación de Metro. Todos nos perdemos en un camino invisible que solamente nosotros conocemos. Es la vida. A veces me desvío y paso a un 7/Eleven (seven y leven) y busco la promoción del café. Muy pocas cosas cuestan un dolar. Por eso me agradaba la promoción. Pero un día el cajero me cobró el precio real y yo reclame la promoción. Me confirmo que había expirado. Ni modo. Había que tomar café para estar despierto, un poquito más, en esta realidad. Los autobuses siguen llegando a la estación y yo sigo reconociendo personas. Tomo un poco de café y lamento ese defecto con el que he nacido. Quisiera no reconocer a nadie y simplemente caminar como camina todo el mundo. De todas formas camino. Es la hora de ingresar a la estación. Es la hora de devolver la ilusión del salario. Hay que pagar. Nadie viaja gratis. A veces dos dolares veinte centavos, a veces dos dolares ochenta. Seguramente la variación es por el horario. En ese momento es cuando pienso en la bicicleta y el ahorro que transportarme de esa forma me generaría. Hago la cuenta. Multiplico con el pensamiento, pero nunca fui muy bueno con las matemáticas, por eso sacó mi teléfono y me simplifico la vida. Desde mañana viajaré en bicicleta. Resuelvo y sigo caminando. Bajo sin mucha prisa las gradas eléctricas, y escucho los trenes pasar sobre los rieles. Mi tren, la linea verde, se acaba de marchar. Ni modo. Me dejó el tren. Eso suena a soltero viejo. Pero no es el ultimo tren. Vienen muchos. Cada tres o cuatro paginas. La gente va llegando e instintivamente dirigen su mirada al túnel de donde saldrá el tren y luego ven sus relojes de pulsera. Esperan. Una luz y un ruido y un viento que inicia en uno de los túneles anuncian la llegada del tren. Es la linea verde. Todos dejan de hacer lo que estaban haciendo. Aunque la mayoría nunca está haciendo nada. Y abordamos. Casi siempre hay espacio para sentarse. Lo extraño es que nadie se sienta conmigo. Mas bien, nadie se quiere sentar con nadie. Como si existiera una clase de respeto para que nadie se siente con otra persona. No siempre. Pero casi siempre. Al principio pensé que era mi desodorante. Luego me di cuenta que las personas respetan los espacios y la privacidad hasta unos limites fuera de razón.

Estamos viajando. Debajo de la tierra sin que nadie nos mire. Como cualquier órgano interno. Bueno seria decir, y hasta romántico, como el corazón. Pero el túnel más bien se parece a los intestinos y nosotros, con el respeto que nos merecemos, al excremento. Porque, independientemente de como nos veamos o nos vistamos, la vida privada, los pensamientos, los bajos instintos del ser humano son lo bastante sucios como para nunca hablar de ellos. Al menos no en publico. Es mejor vestirse de un determinada manera y esconder todo lo que se pueda esconder.

Llegamos a la siguiente estación. A veces una voz masculina, otras una femenina, anuncian el nombre de la estación: Es la Georgia Station (yiorya esteschion). A esa hora casi nadie se baja allí. Suben más de los que bajan. Seguimos moviéndonos. Hemos llegado a la estación Columbia Hights (Columbia jais o jaits). Un gran revuelo sacude el vagón y uno no se da cuenta cual es la ropa que esta de moda. Burócratas vestidos como burócratas. Siempre con atuendos oscuros y grises. Los asientos se van llenando. No obstante, hay quien prefiere viajar de pie aunque justo a su lado haya un asiento disponible. Llegamos a la U (yu) Stattion. El tren sigue llenándose de burócratas y uno que otro hispano que trabaja en restaurantes se van bajando. Siguiente estación: Howard University. Estudiantes generalmente morenos son los que descienden. Los burócratas casi tienen abarrotado el vagón. Seguimos viajando. Yo recuerdo el intestino. Llegamos a la estación Mt. Vernon. Los burócratas comienzan a bajarse. Pero siguen siendo mayoría. La siguiente estación es la de China Town. En esa parece que se baja todo el mundo. El tren queda un poco relajado. La siguiente parada es la Archives National Memorial, en esa parada, casi por unanimidad, se bajan todos los burócratas. Los pocos que sobreviven en el vagón se bajarán en la siguiente. Misma a la que llego yo. L´Enfant Plaza. El tren queda medio vivo (palabras a lo roquiano)y se marcha, se va a la otra mitad de la ciudad que no conozco, y comienza la prisa. Algunas personas buscan la linea Naranja, otras la linea azul, otros buscamos, como en un silenciosa procesión, la salida. Encontramos unas largas escaleras eléctricas. Es la luz al final del túnel. Es la salida.

Desde la parada de autobuses hasta ese punto, recorriendo media linea verde, a penas pasaron veinte paginas. Lo bueno es que de regreso serán otras, diferentes o de repente pueda que las mismas, veinte paginas. Aunque pensándolo bien nunca una pagina es la misma pagina. Así como este viaje. Nunca será el mismo viaje

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