Frente a la casa 28-B se ha estacionado un Taxi, del que se ha bajado un joven, de talla ancha y corpulenta, que ha tocado el timbre en dos ocasiones. Espera. Espera hasta que una lámpara enciende y hace tranquilizar al joven. Sin duda hay alguien en la casa, piensa. No se equivoca. Se escuchan pasos desde dentro del lugar. El taxista, que también se ha bajado, no puede disimular la desconfianza en su mirada, por eso, sin que el pasajero que toca la puerta se dé cuenta, ha tomado un pequeño machete que siempre guarda en la parte de abajo del asiento del auto. Otro foco que alumbra a la calle se enciende y se apaga como cuando vienen las tormentas. Alguien se acerca a la puerta y una voz masculina pregunta:
— ¿Quién es?
— ¡Hey, Cesar, compadre, soy yo! ¡El gordo!—le dice el joven que se ha bajado del taxi
— ¿El gordo Milo? Le dice la voz
─Sí─ contesta el joven
─ ¡Qué putas andás haciendo a estas horas!
— ¡Necesito que me hagás un paro! Ayúdame a pagar el taxi. Son diez baros, loco.
Cesar abre la puerta y observa, efectivamente, a Milo y al taxita. Ve en los ojos enrojecidos de su amigo esa textura inconfundible de quien ha fumado marihuana. Y es inevitable no recordar el día cuando conoció a Milo, cuando eran niños y coincidieron en el curso de verano para ingresar a un nuevo colegio. Era inevitable no pensarlo porque la palabra o la simple idea de lo que Cesar creía era la amistad la había aprendido precisamente al conocer a Milo. Se graduaron juntos del colegio y, de no ser porque uno se veía mucho más claro de la piel que el otro, todos podrían pensar que eran hermanos. Pero los caminos de la vida siempre se empeñan en poner a prueba la amistad, y se alejan y se tuercen y ganan polvo y parece que desaparecen y se pierden, para reaparecer de imprevisto como Milo. Cesar le da un abrazo a su amigo y le dice al taxista: — ¡No se preocupe maestro! Ya le traigo el dinero — Milo saca el último cigarrillo de la cajetilla y, mientras exhala el humo, le hace una señal al taxista como queriéndole decir que no había razón para desconfiar de él. Cesar llega con los diez dólares en la mano y se los entrega al conductor. El taxista que ha puesto el machete sobre el asiento toma el billete y se marcha.
— ¡Apagá el cigarro, Gordo culero, que a mi mujer le emputa ese olor en la casa!—le dice Cesar, mientras lo invita a pasar
— ¡No me jodás, Cesar! Te tienen del culo, va. Por eso nunca me voy a casar…—Le dice Milo con un tono de burla—
Cesar a penas sonríe sin confirmar o desmentir el comentario de Milo.
─Dame chance de fumarme este ultimo cigarro. Le pide Milo.
Cesar sabe que Milo esta pasando por una situación difícil, no es necesario que su amigo le cuente los problemas para poder intuirlos. Es que los problemas se evidencian en la mirada, en la barba desalineada, en el cabello reseco y tieso, en la voz, en el vestuario descuidado y sucio, en la sombra, hasta en la forma de fumar.
Cesar le pide que apague el cigarro y que pase a la casa. Milo hace caso y avienta el cigarro de una forma que podría calificarse hasta de artística. Mientras caminan hacia la sala de la casa, Cesar recuerda lo que Sandra, su esposa, le había comentado el otro día cuando vio a Milo en un supermercado comprando una botella de licor junto con una cuadría de jóvenes, del mismo aspecto que Milo. Ese día, Sandra, sintió una gran vergüenza al saludar a su amigo, le contó a Cesar que Milo andaba con la ropa bien sucia y tenía un aspecto de vago incorregible, no obstante, no fue eso lo que molestó a Sandra, el problema fue más bien el hecho de que los padres de Sandra andaban junto con ella, y Milo, como es bien sociable, no dudó en saludarla a ella y a sus padres y además se presentó como un gran amigo de Cesar. Cuando Milo se despidió, el padre de Sandra le dijo: — ¡Qué clase de amistades la de tu es-po-si-to!
De todas formas a Sandra nunca le ha caído en gracia esa amistad de su esposo. Es que Milo vive en una zona marginada de la ciudad, una zona bien pobre conocida únicamente por sus malas (y muy malas) noticias. Sandra siempre se ha cuidado de rozarse con personas socialmente estables. Un comportamiento heredado de sus padres. Por eso es que Cesar se ha distanciado de Milo, para no tener problemas con su esposa. Pero esta noche parece que los problemas inevitablemente van a rondar en la casa.
Unos pasos se escuchan bajar desde la segunda planta de la residencia. Una mujer que lleva puesta una bata y pantuflas blancas dice: — ¿Qué pasa, Cesar? ¿Está todo bien?—Cesar contesta: — ¡Sí, mi amor! Todo está bien— y le hace una seña a Milo para que pase a la sala. Milo camina con la mirada en el piso de mármol hasta que es inevitable no ver a Sandra que sonríe hipócritamente y le dice: — ¡Milo! ¡Qué sorpresa! nos has venido a visitar ¡Pasa! ¡Siéntate!...—Milo se dirige a Sandra y la saluda con un beso en la mejía. Cuando da la espalda, Sandra le hace señas a Cesar, cómo queriendo reclamarle por la presencia de su amigo. Cesar la ignora y se dirige al pequeño bar que da a la terraza de la casa y le pregunta a Milo: — ¿Qué querés tomar? ¿Un vodquita, un wiskito o un roncito?—Milo asiente con la cabeza y contesta: — ¡Ah, puta, no jodas, entonces, dame un güisquil!—Cesar toma la botella de JB y le pide a Sandra que le consiga un poco de hielo. Sandra lleva su mano al pecho y se extraña con la petición y, sobre todo, el tono machista de Cesar, no obstante, no se lo dice y va a la refrigeradora y además les lleva unas rebanadas de pan y queso suizo.
Milo le cuenta a Cesar que las cosas no han ido muy bien en su vida. Eso, Cesar, ya lo intuía. Le cuenta que después de la muerte de su padre fue diagnosticado con problemas de hipertiroidismo y que dejó tirada la carrera universitaria.
─No sabés lo que se siente ser un monstruo, Cesar. Peso 290 libras. Me ves─Milo soba su estomago─Y lo peor de todo es que no puedo pararlo─termina de decirle.
Cesar da tragos cortos a su vaso y no sabe, con exactitud, que palabras decirle a su amigo.
─Pues, mira, Gordo. No estás tan gordo. Un poco, pero no es para exagerar. Con un poco de ejercicio y dieta podés ponerte en algo otra vez.
Milo sonrié y toma de un solo trago el medio vaso de wiskey.
─Esta sociedad no está hecha para mí─ Se lamenta, Milo─ Aunque lo más certero de aceptar es que yo no estoy hecho para esta mierda.
Cesar ve de reojo el reloj de la sala y confirma que ya se hace tarde y él debe levantarse temprano, sin embargo, tampoco quiere terminar echando a Milo, al menos no en este momento, quizá más tarde, y le pregunta, más por preguntar que por saber, si tiene algún trabajo. Milo le dice que no. Que ya se cansó de buscar empleo. Nadie se molesta en explicar la razón de las negativas, simplemente le dicen, una y otra vez, que no. Cesar, entonces, le pregunta que de dónde saca el dinero para vivir. Milo ríe y le pide otro trago de wiskey. Cesar lo sirve. ─Vivo de lo poco que me da mi madre.
─¡Puta! ¿Y no te da pena?─le dice Cesar.
Milo vuelve a sonreír y le dice: ─Qué más me queda.
─¡No jodás! No podés seguir así. Pobrecita tu nana.─ le regaña Cesar.
Milo vuelve a sonreír y vuelve a tomarse todo el vaso de wiskey. Cesar siente que el tiempo de charlar con Milo se termina y por eso no ofrece otro trago. Milo agacha la mirada y se levanta.─Bueno, ya me voy─ dice.
Cesar pregunta, más por compromiso que por saber, hacia dónde se dirige. Milo le contesta que a cualquier parte, que simplemente quiso pasar a saludarlo. Cesar no dice nada, porque de lo contrario tendría que ofrecerle un lugar donde pasar la noche, pero eso sería una bomba con su esposa, prefiere callar y pararse también. Milo, que sin necesidad de que le señalen el camino de salida, camina por donde entró. Sandra se ha encerrado en su habitación y Milo no se despide de ella. Antes de salir, Cesar, saca veinte dólares de la cartera y se los da a Milo.─Ma, ve, Gordo, para que te alivianés, viejo─ Milo toma el dinero y da un fuerte abrazo a Cesar. Se despide y camina calle abajo. Cesar sube a la habitación y le dice a Sandra que su amigo ya se ha ido. Sandra, con voz molesta, le expresa que no quiere volver a ver a ese gordo en la casa. Cesar le pide que no se hable más de ese incidente y se recuesta en la cama. Intenta dormir pero no puede. La imagen y la voz de su amigo lo sacuden de un lado a otro de la cama. Cesar no aguanta y se levanta y busca las llaves del auto. Sandra le recrimina. Cesar le dice que irá a buscar a su amigo. Sandra hace un berrinche y le promete a Cesar que si sale de la casa se meterá en un gran problema. Cesar la ignora. Sandra avienta un bote de perfume que revienta en la pared. Cesar la sigue ignorando. Sandra se interpone en la puerta de salida y grita como loca. Cesar le pide por favor que le de permiso, que simplemente saldrá a buscar a su amigo. Sandra grita con más fuerzas. Cesar, entonces, la empuja de la puerta. Sandra se cuelga con las uñas de las piernas de él y se trae en las uñas la piel de Cesar. Cesar la aparta, más bien la vuelve a empujar o más bien ya es una pelea. Cesar corre hasta el auto y se marcha. Sandra llora impotente en la cochera de la casa.
Cesar maneja sin rumbo. No sabe a dónde buscar a su amigo. Recorre las cuadras del vecindario pero no ve a nadie. Luego va a la gasolinera cercana que también vende bebidas alcohólicas y se baja a preguntar si han visto a alguien con las características de Milo. El empleado le confirma que no hace más de diez minutos esa persona compró un sixpack de cervezas y se marchó en un taxi. Cesar, entonces, suspira y piensa que su amigo estará bien. Decide, sin ganas, regresar a la casa. Sandra ha roto y tirado toda la ropa de Cesar a la calle. Cesar lo lamenta y la recoge. Ingresa al hogar. Sandra se ha encerrado en la habitación, y Cesar piensa que eso es lo mejor. El se recuesta en un sofá y duerme.
Al día siguiente Cesar y Sandra actúan como si nada hubiese pasado, como si los protagonistas de la noche anterior fueron dos seres cercanos que, no obstante, ya no conocen, o que se empeñan en olvidar lo más pronto posible.
Ese día pasa lento y la noche rápido. Al día siguiente fue Sandra la que leyó en el periódico la trágica noticia de Milo. No tuvo el valor de contárselo a Cesar sino hasta en la noche. Cesar no dio crédito a la historia hasta que leyó la nota del periódico. Milo había sido encontrado sin vida carretera al puerto con varias heridas en el cuerpo. Cesar corrió rápidamente a buscar la casa de Milo. Sin mayor confusión dio con el lugar. La mamá de Milo lo reconoció y lo abrazó y lloró en su hombro.
La hermana de Milo pidió que fuera Cesar quién diera unas palabras de reconocimiento para su hermano. Cesar se negó pero al final termino aceptando. Entre lágrimas habló de Milo y de la amistad de forma breve porque le fue imposible hilvanar las mejores palabras. Lo mejor fue llorar.
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