LA CRISIS.

Siempre, ya por pura costumbre o mala si es que estoy con una mujer y máximo si es mi novia o, peor aun, mi esposa, vuelvo a ver por todas partes como si la gente desconocida me estuviera hablando con la mirada. Sí, lo sé, no se ve muy bien, ¿pero qué le voy hacer? ya es algo más intuitivo que voluntario.

Por suerte, una de las cosas buenas de estar (o ser, ¿es lo mismo?) soltero, ademas de muchas otras más, es que uno no tiene que darle explicación a nadie de su comportamiento, sea malo o bueno, se vea o se presuma malo o bueno. Así que en Wichita Falls una ciudad del Norte de Texas, no tenía problema alguno en dirigir la mirada en cualquier dirección. Y eso hacía yo, dentro de un restaurante de comida rápida (se imaginaran en cual), cuando una señora, sentada frente a mi mesa, hablaba en español a unos niños, les decía que podían ir al área de juegos pero solamente por un momento. Los niños dejaron los zapatos en las sillas y se marcharon corriendo a jugar. Yo aproveché para sonreír y saludar con un "¡Hola!" bien dicho en español. Hola, me dijo la señora y me sonrió también. Ese hola era como el permiso para tocar la puerta de una conversación y eso hice. Le pregunté si vivía en la ciudad, me dijo que Sí. Entonces le expliqué un poco que me urgía encontrar un sastre o cualquier lugar que pudiera realizar una costura, es que los maletines de la bici se me habían descocido y los llevaba apenas amarrados, me dijo que no conocía muchos sitios pues hacía dos meses que se había movido desde Chicago. Le agradecí de todas formas y le pregunté si no le parecía completamente diferente la vida entre la ciudad de Chicago y Wichita Falls. Sí, me dijo, es muy diferente y me está costando acostumbrarme, pero en Chicago la vida se había vuelto muy cara y uno de sus hijos decidió moverse para esta parte de Texas. Yo no quería moverme, pero mi hijo nos decía, a mi esposo y a mí, que la vida era más relajada en este sitio, que las propiedades costaban menos de la mitad de lo que costaban en Chicago y que en cierto modo era más seguro para el crecimiento de los niños. Al final nos convenció, en parte porque perdimos la casa en Chicago, me dijo, ¿se puede imaginar? pasamos diez años pagandola y al final no nos quedó nada. Todo fue una ilusión, me seguía diciendo mientras yo no paraba de escucharla y de beber mi bebida rehidratante, tomamos un re-financiamiento de la casa y compramos carros nuevos, de hecho, los cambiábamos cada año y toda parecía que nos iba muy bien, mi esposo tenía trabajo, yo también, pero de repente, las casas bajaron de valor y resulta que estábamos pagando por un préstamo dos veces mayor que el valor de la casa, ¿Qué sentido tenía?, me decía, y bien podríamos haber seguido pagando pero a mi esposo le recortaron horas en el trabajo y luego a mí también. Todo se volvió insostenible. Entregamos la casa al banco y con el dinero que, por suerte, habíamos ahorrado compramos una mucho más grande en Wichita Falls y ahora estamos como quien dice reiniciando una nueva vida. Mi esposo ya encontró un trabajo y yo en eso ando. Yo me paré y le dije que ya volvería, que solamente iria por un poco más de bebida. Regresé y seguimos charlando. Estados Unidos es bonito, me decía, pero no hay que meterse por completo en ese mundo de felicidad y de sueños que te vende, por qué no existe, porque nadie te dirá que vive endeudado pagando una hipoteca o las cuentas de las tarjetas de crédito. Por eso es mejor vivir pescando a la orilla del sistema, en un lugar del que uno pueda salir rápido cuando quiera y no morir ahogado en el centro, que es adonde nos arrastra la ola y de la que, cuando estamos ahí, ya no podemos salir. Yo ponía la mirada en el pensamiento y miraba la ola y los millones de cuerpos flotando, quizás podridos, en en ese centro que ella mencionaba, pero no solamente me imaginaba a la gente de Los Estados Unidos sino a todo el mundo. Por suerte, me seguía diciendo, ahora estamos comenzando de nuevo, aunque le confieso, tengo problemas serios con las compras, me gusta ir al centro comercial a ver que hay de nuevo. La interrumpí y le dije ¿Qué mujer no lo tiene?, luego rectifiqué y pensé ¿Qué ser humano no lo tiene?, pero eso no se lo dije. Sí, me dijo, pero es que me gusta la ropa y más cuando la ponen en oferta. Pero extraño mucho la ciudad, me dijo, es raro, porque parece que extrañara a un familiar y ya no tengo a nadie viviendo allá, solamente amigos. Luego llegó mi turno de hablar y conté el viaje, ella se sorprendió y me preguntó si no me había dado miedo México. No, le dije, el único riesgo, latente día con día, era no enamorarme, pero ese lo sigo lo teniendo....Ella se sonrió. Soy de Zacatecas, me dijo, ¿no pasó por ahí?, No, le dije, no tuve la oportunidad en ese recorrido, quizás en otro o en otra vida. Si, debe de conocer, es bien bonito, me decía. Así me han dicho y no lo dudo, le dije. Los niños regresaron y ya era hora de despedirnos, le pedí una imagen y su nombre. Aceptó la imagen y me dijo su nombre, el que desafortunadamente he olvidado. Pongamos que se trataba de una mujer.

Comentarios

  1. Soy Lachy y siempre decido leerte me encicio de vos....digo de tus escritos ;)

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