Hoy es mi cumpleaños y no tengo ningún plan que seguir, más que respirar por las mismas razones que lo hice hoy hace treinta y tres años. Simplemente respirar para vivir, vivir para respirar y hacer algo. Algo como refugiarme en una cafetería cercana de lo que me niego llamarle mi casa. En la que, naturalmente, he pedido un café americano (el que invariablemente siempre termino pidiendo para no complicarme con el menú) que han tardado dos minutos en servírmelo y veintisiete minutos en enfriarse. El tiempo pasa rápido y yo, al igual que el café, también me voy a enfriar un día que no puede ser hoy, no porque sea mi esperado cumpleaños sino porque hoy hace poco frío. Sin embargo, a las personas de esta ciudad la moda (o necesidad) de invierno hace verlas de manera elegantes, sobre todo a las mujeres. Me gusta ver a las mujeres vestidas de invierno porque es cuando me parecen más interesantes, menos superficiales. Todas parecen inteligentes y más preocupadas en otros rubros de la vida que no sea el tamaño del culo. 


Afuera llueve, no de gravedad pero sin dar cuartel, por lo que está de más decir que el cielo está oscuro (puede omitir la última oración y continuar después del paréntesis).


Al paisaje le falta nieve. Nieve que los noticieros locales, que rara vez se equivocan, anuncian en un par de pulgadas para en la noche. Así que, muy seguramente, mañana por la mañana esté párrafo será completamente irrelevante. Pasado mañana e incluso hoy mismo todas estas letras lo serán totalmente.


A los arboles no les ha sobrevivido ninguna hoja y parecen como desnudos o desnutridos como nosotros, los salvadoreños, que nos reconocemos inmediatamente en esta ciudad, y no precisamente por no hablar inglés, sino más bien por nuestro rostro, triste y cansado, al que la falta de verdor tropical nos asemeja más a nuestros familiares muertos que a los vivos. Pero vivimos y respiramos. Todavía vivimos y respiramos y trabajamos veinte cinco horas al día y ganamos trece centavos por minuto y los gastamos, de forma misteriosa, antes de que ese minuto termine. Es la de no acabar. Trabajar duro para hacer un poco de dinero y retirarme un día que nunca llegará y ser feliz en el futuro. Siempre en el futuro.


Afuera alguien fuma como si fuera miembro de algún grupo de autoayuda o alumno de la facultad de Derecho, aunque en honor a la verdad no tiene pinta de ser alcohólico anónimo, tiene pinta de ser alcohólico activo, es decir, y como diría todo buen salvadoreño: Un bolo “chichipate”. Le tiembla el pulso y la barba desalineada junto con lo plateado de su caballo dan pistas razonables de que el alcohol es (y lo comprendo muy bien) su mejor defensa en contra del invierno. Tampoco tiene pinta de ser abogado. No tiene corbata, además, a pesar de los desalineos, se ve que es una buena persona. 


La demografía del café ha crecido conforme la lluvia arrecia. Hoy ya somos veinte los habitantes del lugar, divididos de la siguiente manera: Mujeres 50%, Lesbianas (podrían ser, siempre y cuando la chica que esta tras de mí no lo sea) 10%, Hombres 20%, Hombre gay 15% y 5% sin poder clasificar. 
Etnicamente estamos divididos de la siguiente forma: Blancos caucásicas (rubios y payulos) 70%, Negros (negros negros y negros menos negros) 20%, Asiaticos (chinos) 5%, Hindú (no indu…cumentado) 2.5 % y el restante 2.5 % constituidos por salvadoreños representados por mi persona.


El estomago me pide desayuno, pero es muy temprano para hacerlo, apenas son las diez y media de la mañana y bien sabe que el desayuno lo hacemos a la una de la tarde, el almuerzo a las siete de la noche y la cena (si es que hay) a media noche. Ya me dijeron que tenga cuidado con las ulceras y con la policía. A la primera no le he tomado mucha importancia, a la segunda parece que demasiado, por eso se me va el doble de tiempo en llegar a un lugar que lo que le demoraría al más honesto de los conductores americanos. Manejo despacio, obedeciendo los límites de velocidad y escuchando las mismas doce canciones desde hace tres meses. Ya para este tiempo ya debería de saberlas de memoria, pero siempre me parece que las escucho por primera vez.


Pensándolo bien, creo que tenía un plan para este día. Había planeado irme a D.C. y buscar un bar y emborracharme y quedarme a dormir adonde me cogiera (por favor no le pongan otro sentido a esta palabra) la noche. Todavía estoy a tiempo.

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