Finalizaba noviembre y también la luna llena. El invierno, aunque todavía no declarado, ya se paseaba impunemente por el Valle de los Cirios en Baja California. Uno de los lugares más solitarios de México, y quizás del mundo, en donde los poblados (Si es que a una sola casa se le puede llamar poblado) se encuentran a cada ochenta kilómetros de distancia. Si uno pierde el rumbo, la brújula, bien podría perder la vida, y no es porque uno sea dramático. El desierto es así, cruel con quien no va preparado para cruzarle, como el naufragio a medio océano. Pero si uno lleva agua y paciencia, logra llegar a esos "poblados" intermedios, pequeños puertos o ,mejor dicho, pequeñas islas en las que uno pide refugio y comida y conversación para no volverse loco con tanta soledad. Uno de esos lugares es conocido como Rancho Chapala, algo que uno puede observar en un buen mapa de Baja California, lo que el mapa no te dice es que el lugar es atendido por un señor apodado como "El Yuyi". Eso uno lo tiene que averiguar en el campo, y yo lo supe antes de llegar al citado Rancho Chapala. Por eso, cuando entre, pregunte directamente por El Yuyi. Un señor de estatura media, como decimos en El Salvador a las personas chaparritas, con el cabello contado y peinado artisticamente de lado para rellenar espacios donde ya no crecía y un bigote delgado que hacía presumir la paciencia para lograr dicho corte,me dijo: Soy el Yuyi. En seguida disparé mi solicitud y le dije que estaba viajando desde El Salvador en bicicleta y que necesitaba un espacio donde pasar la noche, algo que no lo sorprendió en lo absoluto, más bien trivializó, y simplemente me dijo: ¡No hay problema!...te doy posada pero con una condición--- Si, claro, le dije, Cual condición?---Sin perder el temple serio en sus palabras, me dijo: Con la condición de que no te mueras--- ¡¿Cómo?!, le dije sorprendido. Sí, me dijo, con la condición de que no te mueras, es que hace unos meses pasó un ciclista que venía desde Brasil rumbo a Canadá y me pidió posada, algo que todos los ciclistas hacen, de todas las nacionalidades , me dijo y me siguió contando que el ciclista brasileño armó su tienda de campaña, cenó con ellos en la casa, se despidió y ya no lo volvieron a ver, al menos, no con vida, porque después de dos días de no salir de la tienda de campaña, le pareció extraño dicha ausencia que, en un principio, él relacionaba con el cansancio normal que muestran los ciclistas, pero luego de dos días pasó a observar y se encontró con el cuerpo sin vida del ciclista brasileño. Se armó un gran pedo, me dijo, cuando llegó la policía y tuvo que ir al pueblo más cercano, como a trescientos kilómetros, a brindar declaración acerca de lo sucedido. La historia me conmovió, porque uno cuando viaja no piensa que se va a morir durante el recorrido, uno tiene esa extraña sensación de que la muerte es respetuosa con los viajeros. Esa noche hizo mucho viento y frió, más. Mientras descansaba, o intentaba descansar, me recordé del brasileño y la muerte. Al menos murió cumpliendo un sueño, pensé y me dormí.
Me despedí del Rancho Chapala y continué con mi recorrido, que terminé el 11 de diciembre y con la meta quedarían atrás este tipo de anécdotas. Sin embargo, en marzo de este año, me encontré, mientras hacía una visita fugaz, en Tijuana a un ciclista español con el que coincidimos en el mismo hostal y con el que pasamos reviviendo historias. Algo sorprendente, porque una escucha otra versión acerca de lo que uno sintió y vio en el recorrido y se da cuenta que aunque uno comparte la humanidad, el deseo por viajar, por pedalear, las experiencias son diferentes, únicas para cada ciclista, para cada viajero. Pero con una vivencia estábamos de acuerdo, ambos conocimos el rancho Chapala, por lo que está demás decir que, ambos conocimos al Yuyi y ambos supimos la historia trágica del ciclista brasileño. Justo cuando compartimos esas memorias, Juan Tuñon, el ciclista español tomó una de sus mochilas y sacó una bandera brasileña, está bandera era la del ciclista fallecido, me dijo y me contó que en Ensenada, una ciudad como a cuatrocientos kilómetros de Rancho Chapala, un colectivo de ciclistas construyó un pequeño altar para el ciclista fallecido y que, como él, Juan Tuñon, iba rumbo a Canadá, consideraron que sería un gran homenaje que llevará a ese destino la bandera del brasileño.
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