UN CICLISTA EN NUEVA YORK
Ha llegado el momento en el que tengo que quitarme el sombrero o el casco y pedir por ayuda, algo que no me gusta hacer, porque me da vergüenza, pero tengo que hacerlo, porque no me queda de otra.
Estoy listo para salir en un nuevo recorrido, esta vez de Los Angeles a Nueva York, sin embargo, como sucede con estos viajes ciclomochileros de aventura, el presupuesto es escaso y no da margen de enfermedad o de gustos refinados, como dormir en un hotel o comer caliente y sabroso en el primer lugar que uno encuentre.
Uno viaja con la casa a cuestas, cargando lo necesario como para depender lo menos posible de factores externos. Y eso le da la posibilidad a uno de sonreir más y mejor de lo que lo haría en una vida sin movimiento.
Con una bicicleta, uno se transporta, avanza, recorre mapas, y lo hace de la mejor manera posible, sintiendo, escuchando, viendo paisajes y la gente y aprendiendo, sobre todo aprendiendo, de esas pequeñas cosas que se esconden por todas partes pero que un mapa inanimado no te muestra, nunca te lo mostrará, porque los mapas vistos desde arriba pareciera que están hechos para extraterrestres, para gente que camina o vuela únicamente con la mirada. He crecido viendo mapas, por placer o por obligación. Ahora es cuando quiero vivirlos, porque tengo la juventud y la fuerza de mi lado.
Con una tienda de campaña uno ya tiene donde dormir. Problema resuelto para quien no precisa de grandes comodidades para pasar la noche, para quien entiende que una noche por muy fría y oscura, termina por pasar en unas cuantas horas.
La comida, no es necesario consentirse con grandes banquetes, basta con reponerle al cuerpo los alimentos precisos para tener energía y seguir pedaleando y conociendo y aprendiendo. Para los ciclistas que somos vegetarianos, suele haber un poco de dificultad, por lo restringido del menú, pero nada grave. Se vive.
Un gasto importante , al menos desde mi experiencia, se lo llevan los liquidos. La deshidratación que produce el pedaleo diario de 100 Km es grande y el desgaste se siente, uno termina buscando un liquido diferente al agua. Y ahí se va buena parte del deshidratado presupuesto.
Sin embargo, a pesar de hacer un viaje bastante austero, con tintes espartanos, siempre se necesita un poco de dinero. Algo que busque poco y muy mal. Solicité patrocinio, no necesariamente en dinero, pudo haber sido en partes o ropa, a una tienda de bicicletas (Por cierto la tienda donde compre a La Gringa) en la ciudad de Reseda, California, y la respuesta además de rápida fue totalmente negativa. Pregunté a un restaurante salvadoreño y la respuesta fue la misma que la tienda de bicicletas, con la variación de que no fueron tan rápidos para dármela. Pedí la ayuda a una asociación de Salvadoreños y , aunque fue rápida y positiva (por suerte) la respuesta, ha sido un poco tardado en el desembolso, pero llegará, ya me dijeron que fue aprobado.
Con la ayuda de esa fundación logro salir, espero hacerlo, este sábado 21 de mayo. Pero no será suficiente para llegar a Nueva York, algo que no me asusta, porque, a esta altura de mi vida, 32 años, he descubierto la existencia de una especie de entramado invisible que me lleva no adonde quiero ir sino adonde tengo que ir. Y esta vez será Nueva York y sus edificios y su Central Park y sus puentes. Así que si alguien me quiere echar la mano, se lo agradeceré infinitamente y a cambio se lo regreso con imágenes, textos y anécdotas. Algo que de todas formas compartiré.
Para ayuda, no importa la cantidad, he abierto la cuenta Corriente 971437447 del banco CHASE, a nombre de Nelson G. Landaverde.
Muchas Gracias por su ayuda y apoyo.
Atentamente
Giovanni Landaverde.
A Nueva York voy a Nueva York llegaré.
P.S. Por favor que nadie me tome de ejemplo, soy el mal ejemplo por excelencia.
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