EL CLUB DEL FRACASO. PARTE III

ESTEBAN VALIENTE

En las esquinas de la calle Independencia y Constitución, se formaba, en los días laborales, un congestionamiento endemoniado, una especie de inevitable castigo moderno, que, para los habitantes de San Cristóbal, ya formaba parte del paisaje y del modus vivendi; otro pesar más, además de la pobreza, la delincuencia, el narcotráfico y los políticos (Sobre todo, los políticos), al que había que acostumbrarse tarde o temprano en la vida.

Roberto Gochez era un político arribista de pura cepa, eso es lo que afirmaba vehementemente y repetía hasta la saciedad a los medios de comunicación, Alberto Maida, otro político que competía en contra de Roberto Gochez por la alcaldía de San Cristobal. ¿No cree que todos los políticos sean, de alguna manera, arribistas, Sr. Maida? Le preguntó un periodista muy querido por la audiencia radial de la ciudad. Querido más bien por la vos de nicotina, porque feo era y así lo confirmaban las encuestas, mismas que le imposibilitaban, por decisiones eminentemente estéticas, acceder a un espacio televisivo. ¡No!, le dijo Alberto Maida, los arribistas son esos que nunca han tenido nada en la vida y que buscan el poder y hacen, como el Sr. Gochez y todos los del partido rojo, hasta lo imposible para lucrarse de él. En cambio, nosotros, los azules, decía, somos personas que creemos en el trabajo, en el individuo, en la continua lucha por no dejar que el Estado o, mejor dicho, los malos gobernantes, pasen por encima de las libertades.

Cuando el candidato Roberto Gochez fue invitado a la cabina radial a exponer su plan de gobierno y a defenderse de los ataques de Maida, simplemente dijo que él y su partido, el rojo, no iban a entrar en una dinámica de confrontación. Pero acaso, ¿no es la confrontación una parte inseparable de la política? Le preguntó el periodista Esteban Valiente, conocido en el mundillo periodístico como el Sapo Valiente o el sapo o simplemente el valiente. En cualquier caso la palabra valiente siempre sonaba todos los días, al menos los laborales y a lo hora de mayor tráfico, debido a que la entrevista se llamaba el “Espacio Valiente”. ¡No¡ Dijo Roberto Gochez, mientras terminaba de tragar un poco de café. La política es la oportunidad para encontrar los entendimientos y posibilitar los acuerdos, seguía diciendo, aunque tengamos que hacerlo con el ala más recalcitrante de los azules, ala representada a cabalidad por el candidato Maida, quien, por cierto, tengo informes en los que, al parecer, familiares del Sr, Maida se han visto beneficiados con un sin número de licitaciones extrañamente adjudicadas. ¿Cuáles son esos informes? Preguntaba el Sapo Valiente. Esos informes, dijo Roberto Gochez, a su debido tiempo llegarán a las respectivas autoridades para que determinen los posibles ilícitos.

Estos políticos son una mierda, pensó el Sapo Valiente una vez que hubo terminado la entrevista y salió, como todas las mañanas, rumbo al gimnasio más exclusivo de San Cristóbal, el ATENAS.

Generalmente, a media mañana que era cuando llegaba el Sapo Valiente, el Gimnasio era visitado en un sesenta por ciento por mujeres casadas y mantenidas o divorciadas y mantenidas o solteras y mantenidas, en todo caso, mantenidas; en un diez por ciento, por hombres, vaya usted a saber si mantenidos también, a los únicos que se le conocía trabajo con aportes a la seguridad social e impuestos, era al Sapo Valiente y Federico Hasbum, un reconocido empresario de bienes y raíces, el resto de hombres tenían cara de mantenidos; y el faltante treinta por cierto estaba compuesto, exclusivamente, por la crema y nata de la homosexualidad de San Cristóbal. Algo que no molestaba de ninguna manera al Sapo Valiente, quien hacía años había recibido un diplomado de política y medios en la Universidad de San Francisco (USF), justo cuando en la ciudad celebraban el desfile del orgullo gay. Cuando pasaron los putos, así le dijo el Sapo Valiente a un compañero de la universidad, no dejo de sentirse indignado con la sola presencia de ellos por las calles y más cuando andaban semidesnudos saltando y gritando y besándose durante el recorrido. Algo que le generó, quien sabe si instintivamente o por asociación de imágenes en posiciones sexuales, un fuerte deseo de vomitar, que contuvo con un esmerado esfuerzo. Desde esa experiencia, el mismo lo repetía, ya nada le asustaba del mundo homosexual, una vez no se metan conmigo yo no me meto con ellos, decía cuando se tocaban esos temas.

Las rutinas dentro del gimnasio rara vez tendían a modificarse. El Sapo Valiente ingresaba a la clase de Yoga de las diez de la mañana, los días martes y jueves y a las clases de bicicleta estacionaria los días lunes, miércoles y viernes, siempre a las diez de la mañana. Una vez terminaba esa sesión hacía veinte minutos de ejercicios abdominales mal hechos, pensaba él, porque en seis meses no lograba ver el famoso, y codiciado, six pack en el estomago, sin embargo, algún efecto óptico se generaba, a veces, con un poco de paciencia en el espejo se levantaba la camisa y creía verse como un Chares Atlas, sin duda, es un ilusión, se decía y mejor se bajaba de nuevo la camisa. Luego pasaba al área de pesas donde privilegiaba los músculos de los brazos y los pectorales. Las piernas rara vez las trabaja, lo que verdaderamente le estaba dando la forma, más que la de un sapo, de una rana leopardo. Para finalizar, ingresaba unos minutos al sauna de vapor, se duchaba y estaba listo para almorzar, casi siempre con el equipo investigativo de la radio, que le entregaban los avances periodísticos del día.
La obsesión física había llevado al Sapo Valiente a extender sus horarios dentro del gimnasio. Pero el problema más que físico, es decir, corporal, era más bien facial, es que el Sapo valiente era el claro reflejo del mestizaje en San Cristobal. El cabello era negro y con la textura de un cuerpo espín asustado o apunto de atacar, sin compostura, sin duda, la pesadilla de cualquier barbero; los labios gruesos y carnosos, como hinchados por un golpe resiente; los ojos separados a un dedo, en posición de canto, de distancia entre ojo y ojo; Barba no tenía, bigote sí, pero, sabiamente, había decidido no usarlo. Y la boca, grande como un guante de baseball, gracias a la cual se había ganado el apodo por todos conocido como el Sapo Valiente.
Por más que se machacara con tremenda carga física, al Sapo no le salía ninguna mujer, y eso que, realmente, lejos de esas distorsiones en el espejo, ya algo se le iba pareciendo a Charles Atlas.

Antes de las elecciones de la ciudad, Gochez, uno de los candidatos entrevistado por el Sapo Valiente, lo invitó a una exclusiva recepción, a la que fueron invitados la mayoría de directores televisivos y radiales de San Cristobal. El Sapo Valiente, algo con desgano, aceptó la invitación y asistió al evento que en absoluta forma podría haberse imaginado. En el lugar de la recepción no había señales que hicieran presumir un evento, sin embargo, los invitados, fueron llegando, en total fueron diez, hasta que finalmente llegó en helicóptero Roberto Gochez y trasladó, por ese mismo medio, es decir, aéreo, a los invitados hasta una moderna residencia en la playa, donde los esperaban, además de mucha bebida y comida, más de una docena de mujeres, algunas parecidas a las mantenidas del gimnasio “El Atenas”. Al principio nadie quería participar de la fiesta, al final nadie quería despedirse. El Sapo Valiente se destapo en lujuria y fue uno de los que más disfrutó del evento, más bien de las mujeres. Aunque nadie lo dijo, pero se sobreentendía, todos los participantes tendrían que hacer campaña a favor de Gochez y, por consiguiente, atacar al candidato Maida. Todos lo hicieron, con excepción del Sapo Valiente, quien no aceptó atacar deslealmente a Maida. Gochez, con bastante sutileza, le advirtió al Sapo que tenía una buena cantidad de material comprometedor para la carrera del periodista. Con un poco de lamento, el Sapo terminó cediendo a las pretensiones de Gochez e hizo una campaña voraz en contra de Gochez.

Las elecciones llegaron y el ganador fue Maida. Todos los que atacaron al ganador quisieron cambiar de rostro, hasta el sapo (bueno, la verdad el Sapo siempre había querido cambiarse de rostro), sin embargo, no pudieron escaparse de la venganza del partido azul. Uno a uno, los periodistas y sus espacios radiales y televisivos, fueron perdiendo ingresos en concepto de publicidad por parte de la ciudad, hasta que finalmente, todos, incluyendo el Sapo Valiente y su “Espacio Valiente” fueron removidos por los dueños de los medios.

El Sapo Valiente llego al Club del Fracaso durante la sesión ciento veinticinco, acompañado de dos periodistas más. Quienes se han limitado simplemente a contar su testimonio, pero sin participar activamente, salvo el Sapo Valiente, quien, de manera informal, por así decirlo, ha sido nombrado maestro de ceremonias.

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