EL CLUB DEL FRACASO. PARTE II
GARCÍA
Como sucedía con la mayoría de parejas jóvenes y profesionales (Realmente como sucedía con las mujeres jóvenes y profesionales) en San Cristóbal, todas estaban ilusionadas con graduar el noviazgo por medio de una boda, y no cualquiera, sino una boda por partida doble, civil y religiosa, que fuera digna de ser comentada por los familiares y amigos y, de ser posible, por alguno de los periódicos, no importando que fuera el vespertino, el menos leído de la ciudad. García (Juan García) encajaba plenamente con esos tres atributos para el matrimonio: joven, medico y con novia. El problema que lo seguía, aquejaba y no lo dejaba dormir desde que tenía doce años era su problema serio con la masturbación y, en menor medida, con el sexo. Situación que no era desconocida por su novia, Marcela, quien en más de una ocasión encontró una inaceptable (así se expresó frente García) cantidad de pornografía en su habitación, más de lo normal para un hombre soltero, pero que de ninguna manera aprobaba, más bien rechazaba y si había decidido continuar con la relación, era (eso no se lo dijo a García) porque sentía que a su edad, 28 años, ya se estaba volviendo vieja para dar inicio a otro noviazgo y , tampoco esto se lo dijo, porque sentía garantizada la seguridad económica con García. Además de que toda la familia de Marcela ya lo conocía y les parecía simpático, guapo y exitoso, eso decían las mujeres por unanimidad, los hombres eran más escuetos, simplemente, se limitaban a decir que les caía bien.
Luego de asistir, a ruegos de Marcela y con mucho desgano por parte de García, a un par de sesiones con una sicóloga, tremendamente buena, así la describió García a sus amigos, para tratar sus problemas de masturbación y adicción al sexo, dio inicio los preparativos para la boda.
La iglesia elegida fue la catedral de San Cristóbal y la fecha seleccionada fue una entre los meses veraniegos, para evitar cualquier tipo de lluvia, de la que por ninguna manera pudieron salvarse, porque llovió como si del cielo se resquebrajara un vidrio en millones de pequeñas pedacitos. A punto estuvo de suspenderse la ceremonia, la que, por intervención de los padres de García, se llevó a cabo.
El costo, así llamaba Marcela a los desembolsos de la boda, o gasto, eran las palabras que más usaba García, fue de veinticinco mil dólares, sin contar con el viaje de luna de miel que llevó a la nuevos esposos por veinte ciudades Europeas en quince días.
El matrimonio iba bastante bien hasta que Marcela supo que García tenía un amorío, algo que no la sorprendió tanto, más bien lo intuía como una posibilidad latente e inseparable en todo matrimonio, pero lo que volvía la situación por demás insostenible era que ese amorío fuera con la sicóloga de García. Eso no era perdonable.
El divorcio fue una oportunidad inmejorable para el despacho de abogados Estrada & Borja Asociados, para quedarse con una buena parte del patrimonio de lo que alguna vez fue de García, la otra buena parte le quedo a Marcela y la menor, de esas partes, como era de esperar, cuando alguien se casa bajo el régimen de comunidad diferida, le sobró a García.
La sicóloga, como cualquier persona reflexiva lo haría, busco a un sicólogo (verdaderamente profesional) y decidió no continuar con el juego de García, quien logró, con ayuda económica de sus padres, superar ese mal trago matrimonial. Pero los problemas, esos infiernos internos, así los llamaba él, continuaban creciendo. La soledad y decepción matrimonial lo había llevado a aborrecer a todos los grupos con los que socializaba en su etapa de noviazgo. Nadie dejó de hablarle, fue él quien se alejo de todo el mundo. Al principio, pensaron los padres, sería una etapa pasajera propia del trauma del divorcio, sin embargo, cada vez más nadie sabía del paradero de García, se desaparecía por varios días. La primera vez que faltó al consultorio por tres días seguidos, se armó una agitada búsqueda por San Cristóbal. García no contestaba el teléfono y los padres se imaginaban lo peor, quienes se negaban visitar el departamento forense local, por miedo de confirmar las peores sospechas. Sin embargo, Don Juan, el papá de García, se armó de valor y pasó a observar el cadáver de un joven que había sido descrito como el de su hijo. Ni estando vivo podría parecerse ese muerto a mi hijo, dijo Don Juan y se retiró con un comprensible regocijo, sin embargo, García no aparecía por ninguna parte. Al tercer día, resucitó de entre los muertos, le gritó don Juan a García cuando escuchó la voz de su hijo contándole que todo estaba muy bien, que había asistido a un congreso medico en Guatemala y que todo se debía a la falta de comunicación, ¡Sin duda, PENDEJO!, le volvió a gritar Don Juan, quien le colgó después de gruñir más palabras en tono grosero.
Los problemas cada vez más crecientes con el sexo, lo habían llevado a conocer un exclusivo “Puti Club”, nombre con el que un doctor español, amigo de García, que había venido al país a impartir un seminario de cardiología, llamaba a los burdeles. García simplemente les decía puteros, pero la expresión Puti Club, le generaba un extraño humor. El mencionado Puti Club era desconocido para todos los habitantes de San Cristóbal, se sabía que existía un lugar secreto al que asistían los más reconocidos políticos y empresarios exitosos, pero eso sabe que existen en todos los países del mundo. Y realmente existen. Sin embargo, de ese poco o nada se sabía en San Cristóbal. Cuando llegó por vez primera García, sintió que había llegado al cielo de las putas, eso le dijo al doctor español, quien simplemente contestó: ─ ¡Joder, Tío! ¡Me cago en la leche! Este Puti Club está de puta madre…─
García rápidamente conversó, poco y mal, con una de las chicas que no dudo en reconocerla porque era la imagen comercial de una reconocida empresa telefónica. Sin necesidad de mencionar su nombre, aunque su apellido si se lo dijo, García pagó por la sesión sexual un precio que para sus ingresos médicos resultaba accesible, aunque en modo alguno barato.
Las visitas cada vez más eran frecuentes, a tal grado que, en el periodo de tres meses, ya había probado todo el menú del lugar. El dueño, un empresario del mundo del modelaje y edecanes, le ofreció a García visitar unos lugares similares en los países vecinos. La invitación realmente era para todos los clientes, y lo novedoso de esas visitas era más bien el grado de arreglo que lograba diseñar el organizador. A veces simulaba un congreso empresarial en Guatemala o Costa Rica y giraba las invitaciones para que los empresarios locales o bien los profesionales, tuvieran la cuartada perfecta para ausentarse de sus hogares un par de días. García, como ya no estaba casado, no precisaba de las excusas.
El consultorio cruzó la delgada línea de estar a veces abierto a casi siempre cerrado, y ¿qué enfermo no cambiaría a su doctor si no lo encuentra? Se preguntaba la madre de García, el padre no le tomaba importancia a la pregunta y continuaba leyendo el periódico, un día se cansó de las preocupaciones de su esposa y simplemente gritó: ¡Qué coma mierda!..
Los viajes, citas y visitas frecuentes al Puti Club, terminaron por pasar factura, especialmente cuando llegaba el estado de cuenta de su tarjeta de crédito. Al menos estoy ganando puntos, se dijo una vez cuando vio la abultada deuda, enseguida se pego una cachetada.
La pérdida, comprensible, de pacientes llevó a García a solicitar ayuda de su padre, quien, con el periódico en la mano, le grito: ¡Come mierda!
García fue embargado por el Banco emisor de la tarjeta de crédito, los pocos muebles que le sobraron del matrimonio fueron a parar a las bodegas bancarias, también el auto y un escritorio y seis sillas del consultorio.
García llegó el día en el que se celebrara el bicentenario de sesiones y fue invitado a su vez por el actual presidente, Gochez.
sigue...
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