(Re)cursos humanos
La expectativa generada en el rostro de todos los citados para la entrevista de trabajo era inocultable. La ropa elegida también daba señales de ser lo mejor que los presentes tenían. Yo también me veía así.
El aire acondicionado del salón era molesto, especialmente para las mujeres que iban menos cubiertas. Nadie hablaba y en el ambiente se percibía una incomodidad insoportable como la que provocan los cortos viajes en los elevadores.
Mas personas seguían llenando el salón del que ya no quedaba silla disponible. La encargada de Recursos Humanos llegó con unas hojas sueltas en la mano y pidió paciencia para todos. No dijo cuánto tiempo tardaría la entrevista y tampoco cual sería la modalidad. Tampoco nadie quiso preguntar nada. Fue hasta entonces cuando observé en los presentes, además de la apuntada expectativa en el rostro, cierto sufrimiento maquillado que no daba margen para dudar que la falta de empleo y , más concretamente, la falta de dinero, fuera la razón de semejante desmejora. Y tuve miedo de verme así. Por eso salí rápidamente al baño y traté de que mi cabello diera la impresión de que yo era una persona ordenada. Revisé mi dentadura, y todo se veía bien, al menos el par de caries mal tratadas en las muelas estaban reservadas para mi secreto. Mi camisa y pantalón lucían aceptablemente planchadas y la corbata elegida se veía lo suficientemente sobria como para dejar en claro que yo era una persona formal. Aunque mi talón de Aquiles estaba en mi talón de Aquiles. Los calcetines que había elegido podrían delatar mi falsa seguridad y rápidamente develar mis problemas económicos. Es que desde hacía tiempo había tenido otras prioridades antes que comprarme calcetines, y esos que había elegido para la entrevista, ciertamente, algún día fueron negros, pero con tanta lavada y lavada habían tendido a desteñirse y parecían más bien grises. Pero esa debilidad podría ser fácilmente cubierta. Con no cruzar la pierna ese defecto podría contenerse.
Regresé al salón proyectando una imagen de hombre ordenado y serio y bien peinado y, tratando por sobre todo, de no verme como un muerto de hambre como los demás. Llegué a mi silla y por puro instinto crucé la pierna. Rápidamente regresé la pierna al suelo y volví a ver a mi alrededor si el problema de los calcetines no había sido detectado. Por suerte nadie lo notó. Seguí esperando.
Un tipo rechoncho, a tal punto que no podía abrocharse el cuello, y mal afeitado, sacó un librito y parecía que quería esconder su rostro detrás de las páginas. Yo rápidamente me fijé en su figura y noté que el tipo o bien era un alcohólico o lo había sido no hacía mucho tiempo. Algo que confirme con el titulo del libro: "Los doce pasos". El tipo tenía ese rostro quemado por el alcohol y con pelos salientes de la nariz y las orejas. Ese desgraciado no conseguirá el empleo, pensé al verlo de reojo. Pero al menos tenía algo que leer para matar el aburrimiento.
Otra señora con aparente edad muy por encima de la media de los presentes resolvía un crucigrama y llevaba de cuando en cuando el lapicero cerca de su boca. Yo no era nadie para juzgar su edad. Ya no estoy joven, es cierto, pero tampoco soy un anciano, y esa señora era posible que desde hacía muchos años se había convertido en abuela sino es que ya fuera bisabuela. Pero nadie podía impedirle, al menos, solicitar empleo.
Los más jóvenes de la sala iban perdiendo poco a poco la paciencia con la espera y bostezaban sin ocultamiento su aburrimiento, que por otra parte, ya era difícil disimular. Yo, por el contrario, lo controlaba, pero tuve sueño y llegué a creer que esa espera era a propósito del departamento de Recursos Humanos para medir nuestra capacidad de soportar el aburrimiento. No obstante rápido descaré semejante desacierto. Sin duda, esos pensamientos eran provocados por el aburrimiento.
Una mujer entonces perdió la paciencia y habló en voz alta y preguntó si alguno de los presentes tenía algún tipo de habilidad artística, de canto, baile o lo que fuera y que quisiera compartirla para que el tedio no terminara ahogándonos a todos. Nadie dijo nada. Todo seguíamos como metidos en el elevador. La mujer se puso de pie y dijo que tenía habilidades para el canto y, sin que nadie se lo pidiera, comenzó a cantar algo que yo en mi vida había escuchado. Y era bochornoso escucharla cantar. Pero esta mujer está loca de remate, pensé, ¿cómo se expone a hacer el ridículo? Cuando terminó, yo simplemente llevé mi mano a la boca para controlar la risa, más bien la burla. En ese momento, del frente de la sala se escuchó un aplauso y otro y otro hasta que la ovación fue casi unánime. Luego un chico que llevaba los pantalones bien ajustados al cuerpo y con un corte de cabello demasiado femenino dijo que tenía habilidades para el baile y sin nada de vergüenza comenzó a dar vueltas y a realizar unos pasos que terminaron de confirmar su preferencia sexual. Al final, una vez más, todo el mundo aplaudió. Y al menos el tedio había desaparecido. Posteriormente una chica comenzó con un monologo que me hizo pensar que era una desquiciada mental. Pero no era así. La chica era lucida y simplemente actuaba muy bien. De nuevo los aplausos. Después un tipo delgado y con el cabello sucio pasó a recitar unos poemas tan sucios como su cabello. Recuerdo que mencionaba la palabra vagina, ano, verga, etc., etc. No sé cómo tenía el valor de llamarle a eso poesía y, todavía peor, como era posible que tuviera el valor de recitarlo en público. A pesar de eso, la gente le aplaudía.
Luego de una hora en medio de ese jolgorio improvisado, la encargada de Recursos Humanos, llegó, pasó entrevistando a uno por uno. Y al final dijo que nos hablaría para darnos la respuesta de si éramos o no elegidos para el trabajo. Un mes después de eso no he recibido llamada alguna. No he recibido nada.
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