Como todo buen accidente que se presuma como tal, debe ser inesperado, súbito, repentino, imprevisto, insospechado, fortuito, aleatorio (todas las palabras anteriores significan lo mismo: suceden sin la presencia de el elemento volitivo, es decir de la voluntad humana) y cuando suceden uno apenas y logra recordar con exactitud cómo es que sucedió toda esa dolorosa cadena de causas y efectos. Porque todo en la vida se rige bajo ese universal principio: CAUSA Y EFECTO. Todo con excepción de la idea de Dios y el universo (la misma cosa), porque llegaremos a la famosa causa sin causa, es decir, el principio sin fin, al dolor de cabeza de todo filosofo.

Y la causa de mi accidente en este recorrido tuvo una causa bastante boba, demasiado, pero de todas formas causa.

Por la mañana, mientras ascendía a la cima de una empinada montaña en el Estado de Tenesí, tuve un pequeño dolor en mi pierna izquierda, nada grave, pero los piquetazos iban creciendo en intensidad y no tuve más opción que parar y ponerme un ungüento japonés (muy bueno) y vendarme esa parte de la pierna. La causa ya se estaba formando, aunque yo como lo iba a discernir.

Por la tarde tuve un pequeño (vamos a dejarlo con ese título), pero no por eso menos grave, incidente en la carretera: un sujeto me amenazó con dispararme sino abandonaba su tierra, o como me dijo él: Redneck Country. Hoy ya mientras escribo hasta me parece cómico el incidente, no obstante, en ese momento, no lo fue. Que alguien te saqué un arma y te amenace con dispararte no es divertido en ninguna parte.

Para que el día fuera por demás inolvidable, la lluvia se hizo presente y me empapé todo. El dolor de la pierna, al menos, había disminuido a casi una inexistente presencia.

El camino parecía que era de arena y con mi lentitud, justificada por las montañas y sus cuestas, parecía que viajaba en una especie de cámara lenta. Llegué cansado y tarde a un pequeño poblado llamado Wartburg. Incluso crucé la invisibilidad de una línea horaria y por eso llegué una hora más tarde. Ya estaba en la hora del Este de los Estos Unidos. Llegué y busqué un lugar donde comer algo y conectarme a internet. Lo encontré y pasé dos horas en el sitio. Ya no tenía prisa, había decidido buscar un lugarcito en ese pueblo donde armar la tienda de campaña y pasar la noche. Es hora del pero. Pero cuando revisé el sitio que reportaba las condiciones meteorológicas, vi el anuncio de tormenta para esa noche y entonces cambié mi decisión. Decidí continuar al siguiente pueblo, que de acuerdo al mapa, era más grande que Wartburg y en el que se anunciaba la presencia de un restaurante mexicano. Mi intención era contactar a un camarada mexicano y explicarle lo de la tormenta y pedirle posada.

Salí de Wartburg cerca de las siete de la tarde, todavía me quedaban dos horas de luz diurna, así que sin mayor problema llegaría al otro pueblo llamado Oakridge.

Como uno nunca piensa que cualquier día es bueno para morirse, desistí de ponerme el casco y simplemente me amarré la pañoleta a la cabeza; tampoco me puse los guantes, alegando que durante todo el día los había usado y que el sudor me molestaba. Así que di inicio al último tramo del día.

Por la carretera, generalmente descensos, había muchas señales que anunciaban la reducción de carriles por reparaciones en el camino. Tuve las precauciones debidas y seguí avanzando hasta que sucedió: LA CAUSA. La venda que llevaba en mi pierna izquierda, producto de la velocidad, se soltó y comenzó a desamarrase, yo, que iba a una considerable velocidad no quise parar, como cualquier persona sensata lo hubiera hecho, y traté de sostenerla , incluso componerla. ¡Gravísimo error! La venda se soltó y se enredó en la cadena de la bici y fue entonces cuando perdí el control. En cuestión de segundos estaba volando por los aires de Tenesí, pude sentirlo, y en cuestión de otro segundo estaba rebotando en el pavimento; primeramente traté, instintivamente, de protegerme de la caída con la mano izquierda, luego reboté con el pecho para después sentir un golpe hueco en la cara y finalmente dar tres volteretas y quedar tirado en un pequeño barranco; por suerte sin piedras. Sabía, por el dolor y la sangre en la pierna y en el brazo y en el rostro, que el golpe había sido grave. Quedé acostado viendo el cielo por diez o veinte segundos, pensando en lo que había sucedido y pensando en lo que tenía que hacer. No tenía muchas posibilidades; estaba en un lugar desconocido, lejos de mi familia y amigos, tirado a la buena voluntad del camino. Lo primero que hice fue pararme y tratar de salir a la carretera. Un auto, supongo que vio todo el accidente, estaba estacionado y una señora con pinta sajona (esta demás describir a los pobladores. Porque todos en ese sitio eran blancos) me preguntó si estaba bien. No sabía que decirle o como pedirle ayuda, así que solamente le dije que estaba bien. Pero no lo estaba. La señora continuó el recorrido. Me senté a un lado del camino y comencé a temblar, algo normal cuando el cuerpo ha soltado todo la adrenalina del accidente, y vi la bici tirada en el fondo del barranco. ¿Qué podía hacer?...me lo pregunté varias veces, sin embargo, antes de ir a ver las piezas quebradas de la bicicleta, tenía que hacer un balance de mis lesiones, para saber si eran graves. Me revisé la cabeza tratando de buscar algún chichón. No había nada. Luego las costillas; todo parecía estar bien. En el rostro sentía dolor, señal inequívoca de que había una raspadura, cerca de mi pómulo izquierdo. También tenía un fuerte dolor en la muñeca izquierda y raspaduras en el pecho y en las piernas. No quise moverme y quedé sentado en la carretera. Como si con esa actitud estuviera esperando la ayuda. Otro auto se estacionó, era manejado por un señor que tenía una voz seria y fuerte, como de militar, me preguntó por mi condición. Le expliqué a como pude lo del accidente. Me dijo, sin pensarlo tanto, que en su casa tenía vendas y podría brindarme primeros auxilios. Se lo agradecí y bajé a recoger la bici. Apenas y podía, el dolor en la mano me lo impedía. Subimos la bici al auto y por suerte la casa del señor estaba muy cerca. Me llevó con su esposa y me curó todas las raspaduras y me vendó la mano.

Luego de escuchar con más detalles acerca de mi recorrido, me ofrecieron quedarme en su casa. La señora, de nombre Denniss, me preparó pasta para cenar y Criss, su esposo, me ayudó a reparar la bici. Me ofrecieron un cuarto y todas las comodidades que uno le puede dar a un familiar.

Sin asomo de duda, la venda fue la CAUSA, una de tantas, del accidente, pero el accidente fue la causa, la única posible en este mundo, para conocer a esta pareja que me ha dicho que puedo quedarme en su casa todo el tiempo que quiera, incluso, si quiero, incluso, pueden llevarme a Nueva York

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