A Memphis llegué de madrugada, cansado y bien sucio. Cualquiera al verme podría pensar con facilidad que yo era un incorregible vagabundo, y no estaría equivocado. Lo de vagabundo lo acepto, con una ligera variación propuesta por Eduardo Galeando pero con un sentido diferente, en lugar de vagabundo sería mejor nombrarme vagamundo, y lo de incorregible podría aceptar al futuro como mi gran corrector. Seguramente por eso, un negrito que fumaba marihuana y que hablaba con una mujer con toda la pinta de ser prostituta, se acercó donde me encontraba comiendo un panecillo y me extendió la mano y me ofreció, con una amabilidad rara vez vista, un billete de a dólar. Con un gran sonrisa le dije que muchas gracias pero que no lo aceptaría. No no soy un desamparado, le dije. ¡Vamos, hermano! me decía, tómalo. Yo seguía sonriendo y negándome a recibir el dolar. Entonces le conté lo del recorrido en bicicleta y de lo largo que había sido ese día y sobre todo la noche. ¡Hermano! pero éste no es un buen lugar para que descanses. Es muy peligroso. Es mejor que te vayas pronto. Estas en la peor zona de Memphis. ¿En serio? le dije yo tomándome su advertencia un poco a broma, no sin antes recordar, aunque en silencio y con los pensamientos el pequeño infierno florido de donde provenía: San Salvador. ¡Sí, hermano! trata de pedalear un poco más al Norte, me decía el moreno que pegaba largos jalones a su puro de marihuana. Le di la mano, le agradecí la información y terminé de comer los panecillos creo que eran biscuits y me retiré. Casi amanecía en la ciudad y aunque tenía una dirección adonde llegar, no llegaría a molestar a nadie a esa hora. Tenía que aguantarme unas horas más pero ya no aguantaba el sueño. Tenía que buscar un lugar seguro, seguridad para que nadie me despertara, y al menos descansar un par de horas. ¿Y qué lugar puede ser muy seguro? Podría ser la policía, un parque, alguna casa abandonada o también, por qué no, un cementerio. Preferí el cementerio. De todas formas a los fantasmas y espíritus, si que existen, también deben de tener sueño y en la madrugada todo el mundo tiene sueño. Así que el cementerio sería un excelente lugar. Y lo fue. Descansé dos horas junto con los muertos de Memphis y a las seis de la mañana estaba listo para buscar la dirección que venía cargando. Luego de la respectiva y acostumbrado perdida por las calles. La encontré, pero nadie contestó a la puerta, era demasiado temprano. No obstante, la lluvia no entiende de cortesías y desde el Sur venía un escándalo de tormenta. Tuve que refugiarme en un restaurante de comida rápida. Ingresé con todo y la bicicleta. Ni los tres cafés y la mitad que me tomé me podían mantener despierto. El gerente, un señor de pinta afroamericana, como casi todos en la ciudad, llegó a saludarme y charlar conmigo, cuando le dije que era de El Salvador, comenzó a hablarme en español, me dijo que desde sus días de estudiante de secundaria eligió aprender español y siempre que ve a alguien de origen hispano trata de hablarles en esa lengua. Cuando le conté las razones, a grandes rasgos, de mi viaje, me dijo algo que me sorprendió completamente, me dijo: Usted es un poeta. Tiene el alma de un poeta. Yo, sonriendo un poco, le dije que no, le dije que sentía un gran amor y respeto por la poesía pero de eso a ser poeta hay una gran diferencia. ¿Y entonces para usted? ¿Qué es un poeta? me preguntó. Tomé un trago grueso de café frío e intenté salir con decoro de semejante pregunta. La verdad, no lo sé, le dije, creo que los poetas representan al hombre libre o , al menos, al hombre que internamente lucha por ser libre, por caminar sobre sendas invisibles por las que nadie ha pasado ya sea por miedo o por comodidad existencial, sendas que vienen desde lo más profundo de la conciencia humana. Veía al gerente, y era normal que no me comprendiera, ni yo mismo me entendía; así que volví a tomar otro trago de café y le dije: El poeta es un condenado a vivir en dos realidades, la de él y la de los demás, y tiene la necesidad vital de mostrar ese mundo que se le revela solamente a él y por medio de la técnica la manifiesta en esta realidad, en forma de poema, de música o pintura....---Usted es un poeta, me dijo. Simplemente sonreí y no se lo confirmé ni se lo negué. Yo no soy poeta, pensé pero no se lo dije. Al final ¿quien es un poeta? ¿El que dice que lo es o el que es porque dicen que es?, no existe ese título, cualquiera puede auto nombrarse poeta e intentar serlo. Dejó de llover y salí a buscar la casa de Carlos, un venezolano del que les hablaré después....
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Publicado por
Gio
(Con) ciencia corrompida | Giovanni Landaverde
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