Pedaleando en Memphis (de madrugada)

A Memphis, ciudad de Tenesí, llegué de madrugada, cansado y bien sucio. Cualquiera al verme podría pensar con facilidad que yo era un vagabundo; seguramente por eso un negrito que fumaba marihuana y tocaba una armónica y que hablaba con una mujer con toda la pinta de ser prostituta, se acercó donde me encontraba comiendo un panecillo, eran las cuatro de la madrugada y me extendió la mano y me ofreció, con una amabilidad rara vez vista, un billete de un dólar; con una gran sonrisa le dije que muchas gracias pero que no lo aceptaría. No, no soy un “homeless”, le dije. ¡Vamos, hermano! me decía, tomalo. Yo seguía sonriendo y negándome a recibir el dólar. Entonces le conté del recorrido en bicicleta y de lo largo que había sido ese día y sobre todo la noche. ¡Hermano! pero este no es un buen lugar para que descanses. Es muy peligroso. Es mejor que te vayas pronto. Estás en la peor zona de Memphis. ¿En serio? le dije yo tomando su advertencia un poco a broma; No sin antes recordar, aunque en silencio y con los pensamientos el pequeño infierno de donde provenía: San Salvador. ¡Sí, hermano! trata de pedalear un poco más al Norte, me decía el moreno que pegaba largos jalones a su puro de marihuana y que contenía la respiración y luego exhalaba como queriendo no dejar ir el humo. Le di la mano, le agradecí la información y terminé de comer los panecillos, creo que eran biscuits y me retiré. 

Casi amanecía en la ciudad y aunque tenía una dirección adonde llegar
no llegaría a molestar a nadie a esa hora. Tenía que aguantarme unas horas más pero ya no aguantaba el sueño. Tenía que buscar un lugar seguro; es decir seguridad para que nadie me despertara, y al menos descansar un par de horas. ¿Qué lugar puede ser muy seguro? Podría ser la policía, un parque, alguna casa abandonada o también, por qué no, esto lo pensé cuando lo vi, un cementerio. Preferí el cementerio. De todas formas a los fantasmas y espíritus, si que existen, también deben de tener sueño y en la madrugada todo el mundo tiene sueño. Así que el cementerio sería un excelente lugar. Y lo fue. Descansé dos horas junto con los muertos de Memphis y a las seis de la mañana estaba listo para buscar la dirección que venía cargando.
Luego de la respectiva y ya acostumbrado perdida, encontré el lugar, pero nadie contestó a la puerta, era demasiado temprano. No obstante, la lluvia no entendía de cortesías y desde el Sur venía un escándalo de tormenta. Tuve que refugiarme en un restaurante de comida rápida. Ingresé con todo y la bicicleta. Ni los tres cafés y la mitad que me tomé me podían mantener despierto. El gerente, un señor de pinta afroamericana, como casi todos en la ciudad, llegó a saludarme y charlar conmigo. Cuando le dije que era de El Salvador comenzó a hablarme en español, me dijo que desde sus días de estudiante de secundaria eligió aprender español y siempre que veía a alguien de origen hispano trataba de hablarles en esa lengua. ¡Qué bien! le dije yo; luego le conté las razones, a grandes rasgos, de mi viaje, me dijo algo que me sorprendió completamente, me dijo: Usted es un poeta. Al menos tiene el alma de un poeta. Yo, sonriendo un poco, le dije que no; más bien tengo el alma de esos aventureros. La poesía es una aventura, me dijo él mientras pedía otro café para mí. Al parecer el señor quería profundizar en esos espinosos temas. Yo le dije que sentía un gran amor y respeto por la poesía pero de eso a ser poeta hay una gran diferencia. ¿Y entonces para usted? ¿Qué es un poeta? me preguntó. Tomé un trago grueso de café frío e intenté salir con decoro de semejante pregunta. La verdad, no lo sé, le dije, creo que los poetas representan al hombre libre o , al menos, al hombre que internamente lucha por ser libre, por caminar sobre sendas invisibles por las que nadie ha pasado ya sea por miedo o por comodidad existencial, sendas que vienen desde lo más profundo de la conciencia humana. No sé si me entiende, le dije. Veía al gerente, y era normal que no me comprendiera, ni yo mismo me entendía; así que volví a tomar otro trago de café y le dije: El poeta, creo yo, es un condenado a vivir en dos realidades, la de él y la de los demás, y tiene la necesidad vital de mostrar ese mundo que se le revela solamente a él y por medio de la técnica la manifiesta en esta realidad, en forma de poema, de música o pintura....---Usted es un poeta, me dijo. No, le volví a decir, admiro mucho a los poetas, pero no lo soy. De todas formas le agradezco el cumplido y también el café. El gerente me extendió la mano y me dijo bienvenido a Memphis. Le di la mano y un abrazo. Sabe que no nos volveremos a ver en la vida, le dije. En esta posiblemente no, pero no sabemos el final del camino. Quizá ni haya final, me terminó de decir. Yo asentí y sonreí.
Dejó de llover y salí a buscar la casa de Carlos, un venezolano que me dio posada en su apartamento un par de días. De él les contaré otro día.

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