Zitácuaro y el Pastor con Vocación A La Vagancia

Iba llegando a tiempo a las personas y a los buenos momentos. Esa tarde llegué a Zitácuaro, pueblo de Michoacán, y tuve que salir a buscar un taller para la bici. Como había sido costumbre en las últimas semanas, los rayos del ring trasero venían quebrándose. Vaya problema. Debí haber tomado un curso de mecánica básica antes del viaje. De momento eso era más importante que la clase de Medicina Forense y saber reconocer orificios de entrada y salida por arma de fuego.

Por suerte me dieron posada en la Cruz Roja del pueblo, y justo a una cuadra había un taller de bicicletas. La reparación fue rápida y en menos de quince minutos ya estaba listo. Pero cuando estaba por pagar, el encargado del taller preguntó: ¿Y esa parrilla con la tabla para que las ocupa? señaló el palo de escoba que venía cargando los maletines. Ah, es que estoy haciendo un viaje en bicicleta desde San Salvador hasta Los Ángeles, le dije. ¡Ah, no manches! Dijo.  En esa parrilla cargo las mochiles y la tabla me sirve para poder acomodarlas mejor---El encargado del taller un poco incrédulo preguntó: ¿Usted es el ciclista que pasó lleno de maletines hoy por la tarde? Supongo que sí, pensé decirle. Pasé a la Cruz Roja que está a la vuelta. El encargado me extendió la mano y dijo bienvenido a Zitácuaro. Y como esos locos que encuentran a otro loco que los entienda nos fundimos en una larga y tendida conversación. Las preguntas eran muchas y en una sola dirección; las respuestas tenía que darlas yo. Dime, ¿y porqué estás haciendo el viaje? Yo trataba de contar una versión sencilla pero difícil de entender: Porque estoy vivo. Por eso. Lo difícil era explicar esos infiernos internos y tantas contradicciones. Pero quién nos las tiene.  El encargado sonrió un poco y me dijo que lo esperara un momento; se fue a la parte trasera del taller. Al cabo de un minuto salió con una chaqueta del un equipo mexicano de ciclismo y  con varios recortes de periódico en la mano. Ves este que sale aquí, me decía y señalaba una imagen. Ese soy yo. En la imagen salía un ciclista subido en un podio levantando un trofeo y un ramo de flores.  Me da mucho gusto recibirte y conocer de tu viaje. 

Llamó a otras personas, la mayoría adolescentes y ciclistas , y les explicó acerca de mi viaje y todos se emocionaron para que les compartiera un poco del recorrido. Todos me veían queriendo escuchar alguna anécdota. Yo, que no sabía que decirles, comencé a decirles que la vida es como un viaje en el que encontramos llanos, cuestas y descensos, y que cualquier recorrido tiene su  momentos  difíciles y sus placeres, lo importante, para disfrutar el viaje, cualquier viaje,  es saber disfrutar los momentos. Porque al fin y al cabo la vida es eso: una sucesión de momentos. Les seguía diciendo, como si yo fuese un pastor de una extraña iglesia ciclística. Les decía que al subir una montaña sentimos que las piernas apenas y pueden darle vuelta a la cadena de la bicicleta, sin embargo sabiendo plenamente que no hay montaña que no tenga final, por muy alta que sea, siempre esconde un premio para aquellos que la vencen. ¿Cuál es la satisfacción? Puede ser la cima, la satisfacción de haber llegado. Pero quizá lo mejor sea el recorrido, el momento en el que uno realiza que la alegría no está en la cima. Algo así como esas ideas que se tienen del exito, en las que se dice que no es un destino sino un viaje. Pues bien, eso. Aunque si que hay un premio, para mí, disfrutar el premio es disfrutar el descenso. Otro momento. Y así vamos en la bicicleta, subiendo, bajando, avanzando. Por eso les digo que hay que saber disfrutar los momentos. Y que eso era el viaje. Así que bienvenidas las montañas. Ya parecía pastor de iglesia o un molesto motivador de esos que van por las empresas. Por eso mejor guardé silencio. 

Al final me invitaron a tomar un café y pan dulce. Cuando quise pagar por la reparación de la bici no lo permitieron. Fue una cortesía de Zitácuaro. De Michoacán. De México. En fin de ciclistas, de seres humanos.

Gracias.

Firma el pastor con vocación a la vagancia.

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