Maratón de los Marines Corps

La idea era correr el maratón de los Marines Corps dividido en tres secciones: El primero debía correrlo en 1hr:00min:00; el segundo segmento 1hr:02min:00; y el último 1hr:04min:00 para terminar en 3hr:06min:00. El problema es que era imprescindible correr con un reloj en la mano pero se me olvidó. 

Había dejado todo listo la noche anterior, incluyendo el reloj pero quise volver a recargarle la batería para (re) asegurarme que no me fallaría en la carrera. Por la mañana me puse todo lo que había dejado listo: me unté vaselina en el cuerpo, en los pliegues, me puse curitas en los pezones (no sé si los hombres tenemos pezones. En las chiches pues), pero se me olvidó tomar el reloj. Cuando me di cuenta ya estaba en el sitio de donde saldría la carrera. 

Me sentí un poco decepcionado. La verdad me puse un poco nervioso y pensé que todo lo que había entrenado no me iba a servir. Había confiado en seccionar el maratón y medirlo a mi manera para clasificar al maratón de Boston. 

¿Qué es Boston? Es una ciudad de Massachusetts en donde se organiza un maratón pero en el que es necesario clasificar para poder correrlo. La clasificación se basa en el tiempo y edades. Para mí edad (38, casi 39) años se exige correr un maratón con un tiempo menor de 3hr:09:59. Marca (tiempo) que no había podido conseguir. Lo más cerca había sido 3hr:11min:45. 

Ese era el objetivo y por eso el reloj era necesario. Nadie me iba a prestar un reloj en ese momento. No tenía miedo de no terminar el maratón, mi temor era no conseguir el tiempo buscado. No clasificar. 

Bueno, ni modo, había que hacerlo sin tiempo, hacerlo como había aprendido a correr; como corren los niños, por placer y hasta donde les da el cuerpo. Hacerlo por sensaciones. Eso era todo: sensaciones. Correr de esa forma es como hacerlo con los ojos vendados. No te das cuenta si vas lento o rápido. Si vas a conseguir o no tu objetivo. Vas a lo que el cuerpo aguante.

Cuando arrancó la carrera traté de sobrepasar a las personas que de salida iban con un paso muy conservador. Sabía que en los primeros ocho kilómetros habría desniveles y que arrancar demasiado rápido podría pasarme factura en los kilómetros en donde se decide todo: en los últimos doce, en los últimos cinco, en los últimos dos. Sin tiempo, tratar de controlar la euforia inicial era difícil. Al llegar a los primeros cinco kilómetros había un reloj marcado, a penas pasaban unos segundos arriba de los veinte minutos. El sol se dejaba ver en el horizonte. Washington D.C. estaba al otro lado del puente. Justo en ese momento me alcanzó un grupo de cuatro corredores a los que traté de llevarles el paso. Nadie atacaba, todos íbamos moviéndonos a la misma velocidad, ¿Qué velocidad? Yo no lo sabía, solo escuchaba sonar sus relojes cada milla; cuando llegamos al kilómetro diez el reloj marcaba exactamente cuarenta minutos. Por simple ecuación eso me daba una velocidad de quince kilómetros por hora o paso de 4:00 minutos por kilómetro. Ese no era el paso que yo buscaba, era más rápido de lo que yo podría aguantar. La misma inercia de seguir corriendo junto con ellos me hizo mantener el paso. Al llegar al kilómetro quince había otro reloj que marcaba 59min:45segundos. Eso no podía estarme pasado. Si mi estrategia era correr los primeros catorce en 1:hr:01min iba sobrado. Pero un maratón es una carrera larga, algo así como ir a la universidad y celebrar que ya estás en el ciclo cinco de once. Cualquier cosa puede pasar. El grupo no aflojaba en intensidad, aunque yo tuve problemas con una pastilla de sal y comencé a toser mucho, pensé en dejarlos ir y luego pensé en que podía seguir a la par de ellos y me volví a acercar. Llegamos al kilometro veinte en 1:hr:20min. Nunca había corrido tanto a esa velocidad. Si me mantenía así correría el medio maratón en menos de 1:hr:25 minutos, pero este no era un medio maratón, era el maratón completo y llegar a la mitad es igual que nada, en todo caso y bien visto comenzaba la otra carrera: ahí en donde uno explora las capacidades físicas y mentales. Perdí fuerza. El grupo se fue alejando, así como un naufrago que nada tras un barco que se aleja. 

Estaba solo justo iniciando la otra mitad. Al menos, como consuelo, nadando de la mitad hacia la orilla. Los pasos de un corredor comenzaron a sonar a mi espalda. Luego su voz que decía: Keep going. Keep going. Luego preguntó: what's your goal? Le dije que quería corer en menos de tres horas diez. Vas bien, me dijo, llevas paso para correr en menos de tres horas. And your goal? pregunté yo. Dos cincuenta, me dijo. No puede ser pensé. Corrí hasta el kilometro veinticinco con él. Se llamaba Paul. I´m Gio le dije. Jou? me dijo. No, yi, ay, ou. Ah, ok.Luego llegamos a un punto de hidratación y le dije: Good luck. Era el kilómetro veinticinco y fui perdiendo de nuevo el paso. De nuevo, a correr por sensaciones y ritmo. ¿Qué es el ritmo? para mí es un sonido que produce la respiración y los pasos al caer al suelo. 

Veinticinco menos cuarenta y dos da diecisiete. Eso era lo que faltaba para llegar a la meta. Me sentía bien pero así me había pasado en Los Angeles y en los dos últimos kilometros me derrumbé. El ambiente de las personas animando era impresionante, especialmente al llegar a los monumentos de Washington D.C., justo al pasar por el museo de Aeronautica y El Espacio recordé que yo había trabajado ahí y que posiblemente algunos compañeros seguían estando en ese lugar. Recuerdos venían y se iban. Los kilometros cada vez se hacían más largos. Al pasar por el kilómetro treinta sabía que tenía la marca Boston en mis piernas. El reloj marcaba 2:hr03min:00; eso me daba un margen de 1:hr:03min para completar esos últimos doce kilometros. La tenía, y aunque ya había algunos dolores principalmente en la cadera del lado derecho, sabía que no podía fallar. De nuevo cruzamos otro puente, largo y solitario y además bajo un sol que ya era inclemente para salir de Washington D.C. y conectar con Cristal City al otro lado. 

Faltaba poco, yo seguía creyendo en que la tenía, en que iba a conseguir. Otra vez volvió la animación y pasé el kilómetro treinta y cinco con un tiempo de 2:hrs 25:min. La tengo, la tengo, seguía pensando, pero el maratón no es de treinta y cinco kilometros sino cuarenta y dos con ciento noventa y cinco metros. Yo pensaba en tercera persona y me animaba: Vamos, Giovanni. Vamos, vamos, vos podes, culero (me tengo confianza). Ya falta poco. Ya falta poco. Esos cinco kilómetros fueron los más largos, expresión que evidencia una incongruencia porque cinco kilometros miden igual en todas partes, pero en el maratón por esos cinco kilometros pasa de todo porque no se corren con las piernas sino con la cabeza, con los pensamientos, con cualquier imagen que te motive a seguir adelante. Lo peor es que los pensamientos apenas duran unos segundos y el kilometraje parece detenido. Es como entrar en un hoyo negro (otro invento porque nunca he entrado en un hoyo negro pero supongo que ha de ser ausencia de todo menos del dolor). Al llegar al kilómetro cuarenta sonreí con miedo, como cuando a un futbolista le marcan un penal y sabe que tiene medio gol en las piernas pero que puede fallar. Tenía dieciséis minutos para completar dos kilómetros y ciento noventa y dos metros. Lo tenía y por eso comencé a sentirlo. Corría con dolor pero con una sonrisa en el rostro. Solo tenía que mantenerme. NI siquiera acelerar más, simplemente mantener el paso. Dos kilometros en los que uno recorre lo más profundo de la motivación; dos kilómetros en los que uno se convence (si es que no estaba convencido) de por qué estás ahí, de porqué has viajado de tan lejos, de porqué te levantabas temprano o corrías bien tarde. A lo lejos se escuchaba el sonido de un animador felicitando a los corredores. Estaba cerca. Sabía que lo había conseguido. Cuando vi la meta y el tiempo 3hr:01min aceleré un poco más, levanté las brazos y crucé la meta sonriendo. 

Todo había salido bien, incluso olvidar el tiempo. 


Quizá fue lo mejor. 



 

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