El parque Balboa es el refugio familiar por excelencia para los residentes del valle de San Fernando. Uno puede cambiar en cuestión de minutos la monótona y agotadora realidad de las infinitas cuadras y calles por la relajante y pacifica vida del lugar. Eso sí, hay que visitarlo cualquier día que no sea un fin de semana porque cuesta mucho encontrar un paqueo disponible. Es muy complicado. Tanto como encontrar a buen precio un boleto aéreo con destino a El Salvador. Y ya que hablamos de eso me permitiré hacer un punto y aparte.

El otro día quedé sorprendido con las ofertas aéreas para viajar a Suiza desde Los Angeles. El boleto  costaba US$ 432.00, en cambio la tarifa para viajar a El Salvador rondaba casi a los $US 600.00. ¿Por qué tanta diferencia? Quizá la explicación radique en que  los suizos no se hacen los suizos cuando de injusticias se trata, en cambio nosotros disfrutamos mucho haciéndonos los suizos cuando nos pisotean. 

Volviendo al parque Balboa,  durante el fin de semana es bien complicado encontrar parqueo.
Si se encuentra el parqueo entonces uno puede recorrer el parque y sentir que está en un país de primer mundo; pero esa imagen termina rápidamente cuando uno observa a un "Cholo" (nombre con el conocen a las personas que visten con ropa diez tallas más grande que su talla original) que se pasea con su mirada endiablada, perdida en el horizonte, caminando como quien anda buscando un problema. Sin embargo, no anda buscando ningún problema, anda buscando el "party" de uno de sus sobrinos, que es fácil de localizar.  Desde en medio del parque una enorme estructura de plástico, desde donde saltan varios niños, sirve de señal inequívoca de que la fiesta es por ese rumbo. Uno, sin necesidad de guiarse por el saltarín, podría encontrar rápidamente el lugar porque desde la distancia se ve una gran humazón (Humareda) con olor a carne y chorizo que confirma la celebración. Uno se acerca y se da cuenta que el cholo no está solo en su mundo, una se da cuenta que el solitario es uno, pues todas las personas que lo esperan son cholas al igual que él. 

Sigo caminando y comienzo a contar los perros, pierdo la cuenta cuando llego al 44, inició de nuevo la cuenta, y me pregunto ¿Cuánto costará tener una mascota en el valle? Me detengo un instante a querer hacer la cuenta, sin embargo, una pareja de ancianos me pide, haciendo unas extrañas muecas con el rostro, permiso para pasar; por lo estirado de los ojos deben  ser chinitos, aunque aquí les dice asiáticos Y estoy de acuerdo con que les digan asiáticos, pero en El Salvador, los chinos son chinos y no nos complicamos tanto. 

Las cuentas no me cuadran, seguramente ha de ser muy caro tener un chucho (perro) aquí en el valle, seguramente debe ser más costoso que criar un niño en El Salvador. Dejo de hacer las cuentas y continuo caminando, dejó de contar a los chuchos. Pero, mi manía por las cuentas, me hace contar a la gente con sobrepeso. No he llegado ni a medio parque y me pierdo en las cuentas; juro haber contado un centenar de gordos ¡Eso es imposible! Pero es cierto. A lo mejor ese día se celebraba la convención anual de gordos residentes en el valle.

Ya casi termino con mi recorrido, ¡Uff! por fin llego al auto y, para mi sorpresa, el policía del lugar me ha dejado una molesta nota en la que me notifica que por estacionarme mal, me he hecho acreedor al pago de cien dólares para la ciudad de LAKE BALBOA. 

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