El Salvador Mexico de 1993
¿Se acuerdan del 4 de abril de 1993?
Sí, claro, lo recuerdo, no tan bien, pero algo queda en la memoria. Ese día fue domingo, el esperado domingo de ramos. Pero la espera nada tenía de religiosa, o a lo mejor sí era religiosa, pero no santa, o quizá sí, o mejor me explico: ese día jugaba la selección de fútbol (La Selecta) su primer partido de la cuadrangular final para clasificar al mundial Estados Unidos 1994 en contra de México. Y el futbol en ese entonces ya era la religión oficial de El Salvador y digamos que el estadio Cuscatlán su catedral; teníamos un ungido, un mesías, un mago, el que nos liberaría de las 10 plagas húngaras del 82, sería el Mágico González, y ese día volvería a jugar en El Salvador.
Era domingo y la ciudad se paralizó desde el día sábado. Largas filas de aficionados hacían su particular vía crucis para conseguir un boleto de entrada al juego. El mercado negro, los reyes de la especulación, acaparaban las entradas y nos dejaban al borde de la escasez. De a poco se iban terminando los boletos hasta que al filo de las cuatro de la tarde no había un solo boleto en venta. Era la hora esperada de los revendedores.
Por suerte logré conseguir una entrada, mi hermano y mis vecinos también. Todo estaba listo, veríamos al Mágico y a la Selecta jugar en contra de México y su interminable lista de estrellas, encabezada por Hugo Sánchez, el temible e histórico jugador del Real Madrid. Ya en esa fecha los aficionados, guiados por ese espíritu bélico del que estamos demasiado adaptados los salvadoreños, se dieron cita a las afueras del Hotel Camino Real (Ahora Intercontinental) y acompañados de trompetas y bombos generaron un carnaval que buscaba desvelar al equipo mexicano. Asistimos junto a los vecinos más en carácter de observadores (metidos) que de activistas, no obstante el ambiente motivaba a olvidarnos de cualquier tema existencial que nos aquejara. Temas serios, por ejemplo, a mí me habían expulsado de la escuela por mala conducta. Aunque realmente el sobretítulo de "mala conducta" lo había dispuesto el director de la escuela. En mi opinión la expulsión era exagerada, de todas formas esta no es la crónica de mi expulsión sino la crónica del juego de El Salvador frente a México del 4 de abril de 1993.
Regresamos tarde a casa, tarde más bien por la edad que teníamos, porque apenas eran las once de la noche y dejamos todo preparado para salir a primera hora rumbo al estadio. La ansiedad no nos dejaba dormir. Hablábamos del juego como si fuéramos nosotros los jugadores y, peor aún, hablábamos como si de nosotros dependiera el resultado, como si nuestra presencia estaba siendo solicitada de manera obligatoria por el Estado. Nos sentíamos patriotas con las camisitas azul y blanco. De apoco nos fuimos quedando callados hasta dormir. Yo recuerdo haber soñado ser un jugador de la selección. Y no era el delantero, cosa rara para un sueño, era el creativo, quién ponía el pase perfecto de gol y el Mágico llegaba a poner su cabeza. Otra rareza porque el mágico no se destacaba por su juego aéreo, no obstante en el sueño era él quien en una posición acrobática, más bien mágica, se lanzaba de palomita y vencía al portero Jorge Campos de México. El juego terminaba así: El Salvador ganaba un gol por cero a México y el estadio Cuscatlán se convertía en una locura, miles de flores blancas caían al terreno de juego. Al final del sueño se acercaba mi novia, más bien la niña que me gustaba, y me entregaba una copa (otra rareza), y de repente una voz fuerte gritaba: ¡Al estadio, cabrones! Esa voz no venía del sueño, había sido real, un auto había pasado gritando. Realmente quien gritó fue un tipo y no el auto, pero la voz era profunda y nos despertó a todos. A todos. Ya no había forma de regresar al sueño. Eran las cuatro de la madrugada.
Mi padre no tuvo reparo alguno en llevarnos a esa hora al estadio. El juego iniciaba hasta la una de la tarde. Un sacrificio menor si es que uno quiere ver jugar a sus dioses. Cerca de las cinco de la mañana estábamos en el Estadio Cuscatlán y para nuestra sorpresa ya había una larga fila de personas que habían decidido pasar la noche a la espera de la apertura de las puertas. Nunca pienses que eres el aficionado número uno, siempre habrá alguien un escalón arriba. En este caso los aficionados eran más de cien, la mayoría se identificaban con el equipo de la ciudad ¡El Alianza! decía uno de ellos, un tipo rechoncho y con el cabello largo que no paraba de fumar marihuana. Otro aficionado le decía, más bien le pedía: ¡Va pues, rolinstón, loco! y acto seguido le compartía el puro de marihuana. El ambiente era de risas y chistes y de interminables anécdotas que giraban en torno al fútbol o la delincuencia. Mis vecinos y yo simplemente disfrutábamos de estar ahí. Cerca de las seis de la mañana llegó un grupo de aficionados que dijeron ser de San Miguel. Los enmariguanados y simpatizantes del Alianza les dieron la bienvenida y dijeron que ese día había un acuerdo de paz entre todas las barras de equipos y que todos serían hermanos. Palabras sensatas. Luego alguien llegó con una grabadora y reprodujo la canción de los Rolling Stones "Paint It Black" que era conocida, y todavía es conocida en El Salvador, como "Misión Vietnam". Todos los presentes aplaudieron y tararearon la canción como el himno de ese sector del estadio conocido popularmente como "Vietnam"; sector que, por otra parte reunía a lo mejor de la afición, que bien visto era lo peor. Todo dependía de las clases sociales. Cualquier persona de clase media para arriba veía a ese lugar como un infierno al que por nada del mundo quisiera asistir, pero que, no obstante, y en el fondo, admiraba y reconocía que nadie vivía un ambiente mejor en todo el estadio. Era un ambiente irreproducible, generado gracias a la pobreza. Y todos en ese entonces éramos pobres, disfrutábamos la pobreza y estábamos ahí, junto a nuestros compañeros de angustias existenciales. Lo pobres de El Salvador. Algunos pobres y delincuentes de El Salvador. Era la válvula de escape a cualquier problema por serio que fuera.
Nadie puede imaginarse que algo terrible sucederá el día que juega la selecta, ese día no puede llover, temblar, nadie se imagina siquiera que un familiar vaya a morir o que esté cerca de morir el día que juega la selecta. Todo es alegría. Y así se vivía el ambiente. Humo de cigarrillos y marihuana. Filas que crecían y ruido que se iba agrupando. Las puertas tardaron en abrir. La desesperación crecía y eso que no eran ni las siete de la mañana. Por fin, luego de gritos y golpes en las porterías, las autoridades habilitaron las entradas. Por primera vez estaba dentro del estadio Cuscatlán en ayunas. Corrimos a posicionarnos en la parte más alta del estadio. Hileras de aficionados ingresaban como si hubieran alborotado un hormiguero azul.
Todo era paz con ciertos aires de quietud, hasta que el sol se hizo plenamente presente y el sacrificio por ver a nuestros dioses daba inicio. Si había que entregar algún sacrificado a los dioses, sin duda saldría de esa parte del estadio.Los aficionados una vez agrupados en sus posiciones comenzaron a darle ambiente al Vietnam. Cuando pasaba una mujer todos gritaban ¡Culo! ¡Culo! ¡Culo! y comenzaban a tirarle agua. Acción que no comprendía a cabalidad pero alguien rápidamente me explicó que la acción iba dirigida en contra del hombre que había invitado a la mujer a ese sector (el más barato) del estadio, y buscaban, de forma insolente, advertir que la próxima vez sería mejor pagar un poco más para beneficio de la mujer. Acción que no terminó de convencerme pero en honor a la verdad yo también gritaba desde lo alto del estadio ¡Culo! ¡Culo! ¡Culo!
Las acciones correctivas iban más allá de mostrar un lado machista, había también correctivos en contra de las personas que por diferentes razones llevaban colores contrarios a El Salvador, que para el caso, para ese juego, era el color verde de México. Así si alguien aparecía con una camisa verde, esa persona era sometida a un fusilamiento de bolsas de agua hasta que decidía quitársela, los gritos para esta acción eran ¡Verde! ¡Verde! ¡Verde! y todos entonces apuntaban sus miras telescópicas hasta encontrar el blanco, más bien el verde, y lo sometían. Luego también aplicaban esa medida correctiva a los que llevaban camisas rojas, pues la bandera de México se distingue por ese color. Sorpresiva confusión causó el ataque en contra de alguien que llevaba una camisa blanca (la bandera de México lleva el color blanco, la de El Salvador también) pero los aficionados a esa hora ya no buscaban corregir a nadie, lo que buscaban era generar relajo, así que ya no había reglas que seguir, ya todo era un completo caos. Bolsas de agua cruzaban el estadio de arriba para abajo y de abajo para arriba. Bolsas de aserrín, vasos de cerveza y orines, especialmente orines. Era una lucha de todos contra todos. "Esto es lo más cercano a estar en un penal" decía un vecino que ya había pasado por esos territorios. Los espacios cada vez eran más reducidos, era como el subir imperceptible de la marea que de a poco nos estaba ahogando. Cerca del medio día era imposible bajar a los baños del estadio. Situación que daba materia prima a las bolsas de orines que ganaban terreno a las bolsas de agua. El cansancio y la insolación ya se dejaban sentir, además de la perdida de la voz. Celebrar tanta acción correctiva y reír y gritar causaban ese mal. Los otros sectores del estadio, al igual que el sector popular, también reproducían sus propios ambientes acordes a la clase social. En los palcos se veían gente acompañados de la familia, seguramente tomaban y celebraran nuestro sufrimiento, que desde lejos parecía divertir, como generalmente sucede, éramos su espectáculo. Les regalábamos coreografías únicas, que la ola, que el tumbo, que los silbidos, que los pleitos, que todo. Los pobres siempre servimos de espectáculo, ya sea para las mejores comedias o la peor de las tragedias. Y ese día lo hicimos muy bien. De eso nadie se puede quejar. Se llenó completamente el estadio, no cabía una persona más, quizá sí, pero con dificultad. Estábamos apretados como sardinas a la espera del juego. La espera ya generaba enfermedad. Desmayados, insolados, golpeados, y largo etc.
Por fin llegó la una de la tarde y dio inicio el juego. Desde ese momento la historia fue escrita por otros. Yo no soy cronista deportivo pero el juego fue tenso; se sintió como si alguien estaba apunto de matarnos o nosotros mismos estuviéramos apunto de matar a alguien. El resultado fue dos goles a uno a favor de El Salvador. Podía dar inicio la semana santa más dulce que yo recuerde.
Sí, claro, lo recuerdo, no tan bien, pero algo queda en la memoria. Ese día fue domingo, el esperado domingo de ramos. Pero la espera nada tenía de religiosa, o a lo mejor sí era religiosa, pero no santa, o quizá sí, o mejor me explico: ese día jugaba la selección de fútbol (La Selecta) su primer partido de la cuadrangular final para clasificar al mundial Estados Unidos 1994 en contra de México. Y el futbol en ese entonces ya era la religión oficial de El Salvador y digamos que el estadio Cuscatlán su catedral; teníamos un ungido, un mesías, un mago, el que nos liberaría de las 10 plagas húngaras del 82, sería el Mágico González, y ese día volvería a jugar en El Salvador.
Era domingo y la ciudad se paralizó desde el día sábado. Largas filas de aficionados hacían su particular vía crucis para conseguir un boleto de entrada al juego. El mercado negro, los reyes de la especulación, acaparaban las entradas y nos dejaban al borde de la escasez. De a poco se iban terminando los boletos hasta que al filo de las cuatro de la tarde no había un solo boleto en venta. Era la hora esperada de los revendedores.
Por suerte logré conseguir una entrada, mi hermano y mis vecinos también. Todo estaba listo, veríamos al Mágico y a la Selecta jugar en contra de México y su interminable lista de estrellas, encabezada por Hugo Sánchez, el temible e histórico jugador del Real Madrid. Ya en esa fecha los aficionados, guiados por ese espíritu bélico del que estamos demasiado adaptados los salvadoreños, se dieron cita a las afueras del Hotel Camino Real (Ahora Intercontinental) y acompañados de trompetas y bombos generaron un carnaval que buscaba desvelar al equipo mexicano. Asistimos junto a los vecinos más en carácter de observadores (metidos) que de activistas, no obstante el ambiente motivaba a olvidarnos de cualquier tema existencial que nos aquejara. Temas serios, por ejemplo, a mí me habían expulsado de la escuela por mala conducta. Aunque realmente el sobretítulo de "mala conducta" lo había dispuesto el director de la escuela. En mi opinión la expulsión era exagerada, de todas formas esta no es la crónica de mi expulsión sino la crónica del juego de El Salvador frente a México del 4 de abril de 1993.
Regresamos tarde a casa, tarde más bien por la edad que teníamos, porque apenas eran las once de la noche y dejamos todo preparado para salir a primera hora rumbo al estadio. La ansiedad no nos dejaba dormir. Hablábamos del juego como si fuéramos nosotros los jugadores y, peor aún, hablábamos como si de nosotros dependiera el resultado, como si nuestra presencia estaba siendo solicitada de manera obligatoria por el Estado. Nos sentíamos patriotas con las camisitas azul y blanco. De apoco nos fuimos quedando callados hasta dormir. Yo recuerdo haber soñado ser un jugador de la selección. Y no era el delantero, cosa rara para un sueño, era el creativo, quién ponía el pase perfecto de gol y el Mágico llegaba a poner su cabeza. Otra rareza porque el mágico no se destacaba por su juego aéreo, no obstante en el sueño era él quien en una posición acrobática, más bien mágica, se lanzaba de palomita y vencía al portero Jorge Campos de México. El juego terminaba así: El Salvador ganaba un gol por cero a México y el estadio Cuscatlán se convertía en una locura, miles de flores blancas caían al terreno de juego. Al final del sueño se acercaba mi novia, más bien la niña que me gustaba, y me entregaba una copa (otra rareza), y de repente una voz fuerte gritaba: ¡Al estadio, cabrones! Esa voz no venía del sueño, había sido real, un auto había pasado gritando. Realmente quien gritó fue un tipo y no el auto, pero la voz era profunda y nos despertó a todos. A todos. Ya no había forma de regresar al sueño. Eran las cuatro de la madrugada.
Mi padre no tuvo reparo alguno en llevarnos a esa hora al estadio. El juego iniciaba hasta la una de la tarde. Un sacrificio menor si es que uno quiere ver jugar a sus dioses. Cerca de las cinco de la mañana estábamos en el Estadio Cuscatlán y para nuestra sorpresa ya había una larga fila de personas que habían decidido pasar la noche a la espera de la apertura de las puertas. Nunca pienses que eres el aficionado número uno, siempre habrá alguien un escalón arriba. En este caso los aficionados eran más de cien, la mayoría se identificaban con el equipo de la ciudad ¡El Alianza! decía uno de ellos, un tipo rechoncho y con el cabello largo que no paraba de fumar marihuana. Otro aficionado le decía, más bien le pedía: ¡Va pues, rolinstón, loco! y acto seguido le compartía el puro de marihuana. El ambiente era de risas y chistes y de interminables anécdotas que giraban en torno al fútbol o la delincuencia. Mis vecinos y yo simplemente disfrutábamos de estar ahí. Cerca de las seis de la mañana llegó un grupo de aficionados que dijeron ser de San Miguel. Los enmariguanados y simpatizantes del Alianza les dieron la bienvenida y dijeron que ese día había un acuerdo de paz entre todas las barras de equipos y que todos serían hermanos. Palabras sensatas. Luego alguien llegó con una grabadora y reprodujo la canción de los Rolling Stones "Paint It Black" que era conocida, y todavía es conocida en El Salvador, como "Misión Vietnam". Todos los presentes aplaudieron y tararearon la canción como el himno de ese sector del estadio conocido popularmente como "Vietnam"; sector que, por otra parte reunía a lo mejor de la afición, que bien visto era lo peor. Todo dependía de las clases sociales. Cualquier persona de clase media para arriba veía a ese lugar como un infierno al que por nada del mundo quisiera asistir, pero que, no obstante, y en el fondo, admiraba y reconocía que nadie vivía un ambiente mejor en todo el estadio. Era un ambiente irreproducible, generado gracias a la pobreza. Y todos en ese entonces éramos pobres, disfrutábamos la pobreza y estábamos ahí, junto a nuestros compañeros de angustias existenciales. Lo pobres de El Salvador. Algunos pobres y delincuentes de El Salvador. Era la válvula de escape a cualquier problema por serio que fuera.
Nadie puede imaginarse que algo terrible sucederá el día que juega la selecta, ese día no puede llover, temblar, nadie se imagina siquiera que un familiar vaya a morir o que esté cerca de morir el día que juega la selecta. Todo es alegría. Y así se vivía el ambiente. Humo de cigarrillos y marihuana. Filas que crecían y ruido que se iba agrupando. Las puertas tardaron en abrir. La desesperación crecía y eso que no eran ni las siete de la mañana. Por fin, luego de gritos y golpes en las porterías, las autoridades habilitaron las entradas. Por primera vez estaba dentro del estadio Cuscatlán en ayunas. Corrimos a posicionarnos en la parte más alta del estadio. Hileras de aficionados ingresaban como si hubieran alborotado un hormiguero azul.
Todo era paz con ciertos aires de quietud, hasta que el sol se hizo plenamente presente y el sacrificio por ver a nuestros dioses daba inicio. Si había que entregar algún sacrificado a los dioses, sin duda saldría de esa parte del estadio.Los aficionados una vez agrupados en sus posiciones comenzaron a darle ambiente al Vietnam. Cuando pasaba una mujer todos gritaban ¡Culo! ¡Culo! ¡Culo! y comenzaban a tirarle agua. Acción que no comprendía a cabalidad pero alguien rápidamente me explicó que la acción iba dirigida en contra del hombre que había invitado a la mujer a ese sector (el más barato) del estadio, y buscaban, de forma insolente, advertir que la próxima vez sería mejor pagar un poco más para beneficio de la mujer. Acción que no terminó de convencerme pero en honor a la verdad yo también gritaba desde lo alto del estadio ¡Culo! ¡Culo! ¡Culo!
Las acciones correctivas iban más allá de mostrar un lado machista, había también correctivos en contra de las personas que por diferentes razones llevaban colores contrarios a El Salvador, que para el caso, para ese juego, era el color verde de México. Así si alguien aparecía con una camisa verde, esa persona era sometida a un fusilamiento de bolsas de agua hasta que decidía quitársela, los gritos para esta acción eran ¡Verde! ¡Verde! ¡Verde! y todos entonces apuntaban sus miras telescópicas hasta encontrar el blanco, más bien el verde, y lo sometían. Luego también aplicaban esa medida correctiva a los que llevaban camisas rojas, pues la bandera de México se distingue por ese color. Sorpresiva confusión causó el ataque en contra de alguien que llevaba una camisa blanca (la bandera de México lleva el color blanco, la de El Salvador también) pero los aficionados a esa hora ya no buscaban corregir a nadie, lo que buscaban era generar relajo, así que ya no había reglas que seguir, ya todo era un completo caos. Bolsas de agua cruzaban el estadio de arriba para abajo y de abajo para arriba. Bolsas de aserrín, vasos de cerveza y orines, especialmente orines. Era una lucha de todos contra todos. "Esto es lo más cercano a estar en un penal" decía un vecino que ya había pasado por esos territorios. Los espacios cada vez eran más reducidos, era como el subir imperceptible de la marea que de a poco nos estaba ahogando. Cerca del medio día era imposible bajar a los baños del estadio. Situación que daba materia prima a las bolsas de orines que ganaban terreno a las bolsas de agua. El cansancio y la insolación ya se dejaban sentir, además de la perdida de la voz. Celebrar tanta acción correctiva y reír y gritar causaban ese mal. Los otros sectores del estadio, al igual que el sector popular, también reproducían sus propios ambientes acordes a la clase social. En los palcos se veían gente acompañados de la familia, seguramente tomaban y celebraran nuestro sufrimiento, que desde lejos parecía divertir, como generalmente sucede, éramos su espectáculo. Les regalábamos coreografías únicas, que la ola, que el tumbo, que los silbidos, que los pleitos, que todo. Los pobres siempre servimos de espectáculo, ya sea para las mejores comedias o la peor de las tragedias. Y ese día lo hicimos muy bien. De eso nadie se puede quejar. Se llenó completamente el estadio, no cabía una persona más, quizá sí, pero con dificultad. Estábamos apretados como sardinas a la espera del juego. La espera ya generaba enfermedad. Desmayados, insolados, golpeados, y largo etc.
Por fin llegó la una de la tarde y dio inicio el juego. Desde ese momento la historia fue escrita por otros. Yo no soy cronista deportivo pero el juego fue tenso; se sintió como si alguien estaba apunto de matarnos o nosotros mismos estuviéramos apunto de matar a alguien. El resultado fue dos goles a uno a favor de El Salvador. Podía dar inicio la semana santa más dulce que yo recuerde.
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