De paso por Tijuana

Conocer la calle Coahuila en Tijuana pueda que no tenga nada de glamuroso mucho menos turístico. No es un lugar para sacarse fotos ni selfies ni nada. Ahí en esas cuadras hay más prostitutas por metro cuadrado que en cualquier otra parte del mundo. Los gringos vienen con sus dolares a buscar los excesos. También los residentes legales de cualquier origen, principalmente mexicanos.  Hay de todo tipo de burdeles: desde grandes clubes hasta pequeñas habitaciones. Hay sexo para los todos los presupuestos. La apariencia de la calle no es apta para turistas. Se percibe un aura de inseguridad, algo va a suceder en cualquier momento. Personas con el pelo rapado y tatuajes por todas partes caminan por la aceras o se cruzan las calles. Mujeres de todo tipo de edad y color de cabello posan afuera de los bares o cervecerías a toda hora del día y la noche. Pueden ser esclavas, no modernas porque esta condición es viejísima (no profesión. Vamos que coger a cambio de dinero no es una profesión), pueden ser inmigrantes naufragando entre el sueño americano y la pesadilla por llegar. Pueden ser cualquier cosa. En esas cuadras son prostitutas y venden el contacto sexual a cambio de dolares. La música norteña sale de los bares y se posiciona como monopolio musical. En la acera la hediondez es fuerte. Una carro policial patrulla lentamente y se detiene en la esquina donde venden tacos. Un tipo saluda y dice: ¿Qué hay carnal? Le contesto: Nada ese. Paso de largo. Mi amigo, el poeta Mario Escobar, está un poco asustado, es su primera vez en Tijuana. Le digo que a pesar del ambiente denso de la ciudad, Tijuana es un buen lugar. Salimos de la calle Coahuila y llegamos a la Avenida Revolución. Un arco metálico, símbolo de la ciudad, nos da la bienvenida. Luego unas letras que dicen Tijuana. Caminamos en busca de una taquería. Cosa fácil en la ciudad. Pasamos por varias ventas de productos nostálgicos mexicanos desde sombreros, frazadas, tequila, pulseras, camisas, en fin todo lo que uno turista necesita. Un señor da de comer a un burro pintado de cebra, cobra si quieres sacarte una fotografía. Una familia paga y sonríe. Nosotros pasamos a una taquería. La chica que atiende  tiene una tatuaje que va desde el cuello hasta debajo de su blusa. Mario me dice que le parece atractiva. A mi no me gustan los tatuajes pero la chica era guapa. Nos sirve un par de cervezas y cuando se dirige a Mario le dice: ¿Está listo para ordenar, señor? Mario lo lamenta, yo en cambio sonrío y me burlo y le digo: Ordene Don Mario. Mario me dice culero, vos también tenes mi edad. Ordenamos quesadillas, pozole y tacos. Luego conversamos de la edad y concluimos que no nos sentimos hombres de cuarenta años. Algo pasa. Más bien algo pasó o más bien el tiempo no pasó o si pasó no nos dimos cuenta. Pedimos otra cerveza. Corrección, yo pedí otra cerveza, Mario pide un wiskey doble y me dice que le agrada Tijuana. Te lo dije. Frente a la taquería hay una tienda de habanos. Mario es aficionado a los buenos puros. Yo prefiero evitarlos desde los diecinueve años cuando un compañero de la universidad me dio uno y lo fumé toda la noche, al día siguiente estaba sin voz y con la garganta inflamada. Claro, evidentemente lo había fumado mal. Ingresamos al lugar y en la entrada estaba una persona ordenando hojas de tabaco y prensándolas con una maquina para hacer puros.Nunca había visto tal maquina. Mario preguntó por el precio de un puro y el dependiente le dijo: treinta dolares. Cada uno. Cuando dijo cada uno parecía como que nos estaba diciendo que nos fuéramos. Mario asintió con la cabeza y pidió que le vendieran uno. Yo me hice al lado de una barra donde había una maquina para prepara café y pregunté si me podía servir un espreso. El dependiente dijo que no vendían café. Pero ahí hay una maquina dije yo un poco molesto. El dependiente volvió a insistir casi como regañando: NO VEN-DE-MOS CA-FE. ¡Ah qué culeros! pensé. Comprá el cigarro y vamonos le dije a Mario. Salimos del lugar y afuera había un par de mesas y sillas. Mario encendió el puro y comenzó a fumar. Yo fui a buscar un café a un OXXO cercano. Regresé. Vistes, ese culero no me quiso vender café. Tranquilo me dice Mario y exhala el humo. Esta mierda está buena. Un viejo con cintura abultada y camisa por dentro del pantalón, estaba sentado en la otra mesa y disfrutaba de la calle. ¿Usted trabaja aquí? preguntó Mario. Sí, dijo el señor, soy el dueño. ¡Ah, que bien! dijo Mario. Muy buenos puros tiene a la venta. Gracias, contestó. ¿Y por que no venden café? le pregunté yo. Claro que vendemos café dijo. Pues a mí no me quisieron vender. ¡Qué! dijo exaltado y se puso de pie, abrió la puerta y llamó al dependiente, ¿Por qué les has dicho que no hay café? No preguntaron dijo el dependiente con una voz nerviosa. Yo lo señalé, si te pregunté le dije, y me contestaste que no vendías. Hazle un café a los muchachos ordenó el viejo. No, no se preocupe dije yo, ya compre uno. Bueno, pasen adelante dijo el señor y nos invitó a sentarnos en unos muebles acolchonados. El dependiente quiso mostrarte amable y nos dijo: su acento parece centroamericano. Sí, dije yo, somos salvadoreños y estamos de visita. Lo de visita lo dije de una sola vez para sanjar el tema de la inmigración. Ah que bien, dijo el dependiente. Y a qué se dedican volvió preguntar. Soy abogado y Mario es profesor de literatura. Mario disfrutaba del puro. Yo seguía tomando el café que no era tan bueno o no era tan malo. La verdad, era una mierda, un café ralo que me costó quince pesos. En el lugar había muchas fotografías de gente famosa. Algunos famosos si eran famosos para mí como Bill Clinton en la que sonreía con un habano en la mano y el viejo dueño de la tienda a la par de él. Luego habían varias otras fotografías con mujeres, toda con pinta de ser actrices porno, o algún oficio de esos. El tipo que prensaba los puros hizo un comentario y no pudo ocultar su acento. Era cubano.
¿De que parte de cuba sos? pregunté yo, y pregunté así, en confianza: sos no eres. Soy de la Habana, dijo. Ah, qué bien, yo estuve en mil novecientos noventa y ocho en la Habana. Estuve en Alamar le dije. ¿En serio? dijo él, pues mira qué casualidad yo soy de Cojímar. El señor dueño del lugar envió al dependiente a comprarle unas quesadillas. Me traes el cambio, dijo el viejo en tono de broma. No te lo vayas a clavar. Pinche viejo, así como lo ven, le gusta bromear nos dijo. Los empleados le llamaban papá. El viejo estaba sentado en un sillón y veía las careras de caballo por televisión. Apuestale al siete decía. No papá decía otro empleado, pinche siete ya está viejo. apuestale al dos. Qué le apuestes al pinche siete te digo. El empleado apuntaba en una libreta y nos decía: pinche viejo es necio pero tiene suerte. Ya ves, ganó el dos, dijo el empleado. Sí, tenías razón. Ni modo, ya tengo hambre. Mario y el cubano hablaban de la revolución y de la fabrica de habanos Partagas. Son los mejores puros del mundo, decía el cubano. Yo trabajé ahí por quince años. El sabor del tabaco cubano es único, es por la tierra. No se le compara nada.
No le crean todo lo que dice el pinche cubano dijo el viejo que seguía con la vista puesta en el televisor. Pinche viejo mamón dijo el cubano pero con acento cubano. Este viejo así como lo ven es un cabrón, tiene un resto pepillas que lo vienen a buscar. Me contaron que fue un chulo en Panamá. ¿Chulo? pregunté yo. Sí, un chulo de putas. Y no es broma dijo el cubano mientras seguía prensando el tabaco.
¿Y ustedes ya pasaron por la calle Coahuila? Le dije que sí. ¿Y qué tal? ¿Les gustó? No quise decirle que solamente habíamos pasado caminando. ¿Fueron al Hong Kong? preguntó. ¿Hong Kong? No, dije yo. Ah, bueno, entonces no han visto nada. Es el mejor lugar en Tijuana. No quisimos ahondar en la aclaración de mejor en qué, intuimos que se refería a que era el mejor burdel de la ciudad. Sí, chico. Yo voy ahí cada dos semanas. Se los recomiendo.
¿Y no es peligroso? preguntó Mario. No dijo el cubano. Ahí en el Hong Kong pueden pedir una sala privada solo para ustedes. Pagan cien dolares y están rodeados de mujeres. Además no cierran, dijo, veinticuatro horas al día abierto. ¿Vamos, culero? me dijo Mario un poco en broma. Al rato le dije yo. La verdad el ambiente de burdeles nunca me gustó en ninguna parte: ni El Salvador, ni en Nicaragua, ni en Costa Rica, ni en Panamá, ni en Cuba, ni en Barcelona, ni en Estados Unidos. En ninguna parte. La sola idea de pagar por sexo me parece ridículo y nada excitante. El dependiente llega con las quesadillas y entrega el vuelto. Perdió el siete le dijo el viejo. Si, ya se sabía, dijo el dependiente, pinche caballo ya está viejo.
La tarde se ha pasado volando, como vulgarmente se le dice al correr del tiempo. Mario pide dos puros para llevar y nos despedimos. Cuídense muchachos nos dicen. El cubano con una sonrisa nos dice: Disfruten el Hong Kong. Estamos en la Avenida Revolución. Le digo a Mario que caminemos a la línea, lugar en donde la gente hace fila para entrar a los Estados Unidos. ¿Y yo para qué chingados quiero ir a la línea? dice. Para que no te cuenten, culero. Bien, vamos. Caminamos y de nuevo pasamos por la calle Coahuila. Ya es tarde, le digo a Mario, tengo que estar en el aeropuerto. Solo un trago más y nos vamonos. Expresión clásica y mentirosa. Uno más y nos vamos.

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