Lista Negra
"¡Dame los nombres hijo de puta!, le dijo Adrian a Epifanio mientras le enterraba los puños en las costillas. ¡No sé nada pariente!" alcanzó a exhalar Epifanio que era sostenido con fuerza por Ismael y el Gato. "¡Este vato no quiere cooperar, compa!" dijo Ismael "¡Bien, entonces, que se muera este culero!" expresó Adrian y acto seguido sacó una arma de fuego de su cintura (muy bonita y con relieves de oro. Sin duda, regalo del jefe) y apuntó directamente a la pierna izquierda de Epifanio y, sin meditar tanto su decisión, disparó certeramente en la pierna de Epifanio. Una rareza, porque Adrian nunca se caracterizó por tener una buena puntería, sin embargo, un disparo a quema ropa no lo falla ni un ciego. La sangre apenas y lo salpicó. Lo que no quiere decir que no le haya dolido a Epifanio porque los gritos fueron instantáneos. "¡No me maten! ¡No me maten! ¡Te daré los nombres!" gritaba Epifanio "¡Bien! ¡Bien!" dijo Adrian y sacó una pequeña libreta y una lapicera que llevaba en la bolsa delantera de su camisa. "Nada más quiero los nombres"
Tratando de contener el dolor en la pierna, Epifanio fue balbuceando uno a uno los nombres o más bien los apellidos porque nombres no dijo ni uno solo, que en total fueron doce. Escritos en el siguiente orden y más o menos así:
Carranza
Molina
Perez
Mendez
Olvera
Arellano
Caballero
Guerrero
Miranda
Calderon
Barraza
Morales
Una vez terminó de redactar la lista, Adrian dibujó una sonrisa complaciente o más bien lamentable y dobló el papel y lo metió en la bolsa delantera de su camisa, de la que también sacó un cigarrillo, demasiado light para su personalidad. Al exhalar el humo hacia el cielo y pedir que soltaran a Epifanio le preguntó: "¿Qué harías tú en mi lugar? En serio. Vamos" "¿A qué te refieres?" balbuceó Epifanio entre lágrimas. "A esto" dijo Adrian y volvió a llevar el cigarrillo a la boca "A esta situación. Tú sabes que no puedo dejarte vivo, que era mejor que no me dieras los nombres, sin embargo, te aferras por unos minutos más a esta mierda, a la vida que todavía tienes, creyendo que yo te debo el favor de perdonarte. Dime ¿Qué harías tú en mi lugar? ¿Qué harías tú? ¿Me perdonarías el pellejo?". Epifanio simplemente agachó el rostro, exhaló y siguió llorando. " ¡Dime hijo de puta!" gritó Adrian y le disparo en la otra pierna. Esta vez falló. "Ya, pinche Adrian, deshazte de este culero" Dijo el Gato. Adrian inhaló una vez más y aventó el cigarrillo y dijo, un poco entre lamentos: "No sé porqué pero este culero de Epifanio nunca me cayó gordo, tampoco me cayó bien, pero siempre lo respeté dentro de la comandancia y quizás hasta llegué a sentir admiración por su trabajo. No sé. No sé, pero no quisiera matarlo". "¡Déjamelo a mí!" Dijo Ismael y sacó su arma. Nada que ver con la de relieves de oro portada por Adrian, y la puso directo en la sien de Epifanio. "Dejémonos de tanto drama: uno, dos y…" "¡Tranquilo carnal!" sentenció Adrian y detuvo a Ismael a quien dirigió sus palabras: "Bueno, en este caso, dime tú: si estuvieras en el pinche pedo de este culero ¿revelarías todos nuestros nombres?" Ismael no quiso entender el sentido de la pregunta y simplemente dijo tres y disparó. Un tiro imposible de fallar que terminó con los lamentos de Epifanio. "¡Culero! ¡Me ensuciaste el pinche pantalón y la camisa!" Gritó el Gato. "Es hora de llevarle la lista al jefe"dijo Adrian y ordenó a Ismael y al Gato deshacerse del cuerpo.
Antes de reunirse con el jefe y entregarle la lista, Adrian pasó a su vivienda a cambiarse de ropa. Saludó a su mujer, comió y se marchó. Al llegar a la casa del jefe pasó rápidamente a la oficina y saludó a los muchachos que se dedicaban todo el santo día a ordenar y contar dinero que no nunca parecía terminar. Luego pasó directamente a la oficina más grande. Allí estaba Don Javier, el jefe, sentado, leyendo un periódico. "Pasa. Pasa", le ordenó Don Javier. Adrián, con un semblante serio, saludó y pasó a sentarse. "¿Entonces, qué? ¿Onde está la pinche lista?" Adrian llevó su mano a la bolsa de la camisa y fue , solo entonces, cuando supo que había olvidado la lista en la otra camisa. "¡Qué! ¡Qué chingados te pasa?" gritó Don Javier, evidentemente molesto. Adrian se puso de pie tratando de controlar su nerviosismo y rápidamente trató de explicar lo del olvido. Don Javier sacó una pistola, con relieve de oro como la que portaba Adrian y que guardaba en el escritorio y que apuntó directamente al rostro de Adrian y le grito: "¡Conmigo no juegues, muchacho!". Adrian le explicó más detalladamente la situación y le pidió como máximo una hora para traerle la lista. Don Javier bajó el arma y le dio una hora exactamente para que le trajera los nombres . Adrián salió rápidamente de la oficina y habló en seguida con su mujer para que no fuera a lavar la camisa. Demasiado tarde. Su mujer le confirmó que de la lista solamente quedaba un pedazo todo apuñado de papel, o pulpa de papel, con letras ininteligibles. "¡Me lleva la chingada!" exhaló Adrian y manejó como loco hasta su casa. Confirmó lo que su mujer ya le había dicho. De la lista no había un solo nombre (apellido) que rescatar. Adrian pensó en las pocas posibilidades que tenía de vivir. Todas lo llevaban o lo arrinconaban en el famoso callejón sin salida. De todas formas, posibilidades había: Una era pegarse un tiro en la cabeza (Posibilidad que, en ese momento, él más deseaba); otra era huir a Estados Unidos, a la ciudad de Los Angeles donde vivía su hermano mayor, pero, y eso no lo dudaba, lo terminarían encontrando; otra era confesar a Don Javier el error, que, bien meditado, no era más que otra modalidad de cómo suicidarse; otra era, quizás la menos posible, no obstante más probable, inventarse la lista con los pocos apellidos que se recordaba. En verdad nada más se recordaba de uno solo: Barraza. Otra era buscar al recordado Barraza y sacarle de nuevo la lista. Pero en ese caso tendría que hacerlo de manera solitaria porque Ismael y el Gato no podrían ayudarle. Además ya no tenía tiempo. Decidió irse por el camino más humano, más perverso: redactar una nueva lista , no sin antes recordar la pregunta que le había hecho a Epifanio horas antes: "¿Tú en mi lugar qué harías?" y que, como era de esperarse, la lista comenzaba con el recordado Barraza. Luego, para no seguir complicándose y no perder el tiempo, tomó la guía telefónica y sacó los otros once apellidos como quien saca los números de la lotería. Se marchó una vez más a la casa de Don Javier.
Mientras manejaba telefoneó al Gato para preguntarle si efectivamente Epifanio estaba muerto. El Gato pensó que Adrián a lo mejor estaba enloqueciendo "¡Qué no lo vistes pues!" dijo el Gato. Adrián contestó que nada más quería estar seguro.
Exactamente una hora despúes, estaba ahí, de nuevo, en la oficina de Don Javier. Se presentó, saludó y sin vacilar tanto entregó la lista a Don Javier, que leyó los apellidos y sonrió y se persigno y dijo. ─Por fin, mi hijo descansará en paz. Adrian se quedó en silencio.
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