DREAMS&Co.


El clasificado de  la sección de empleos del periódico parecía más una burla misteriosa que una oferta laboral seria,  pero ¿por qué querría alguien gastar esa broma? ¿Por qué tendría alguien que publicar un desplegado solo por generar el morbo en los lectores?  O peor aún, una broma destina a mi persona. Corría entonces la posibilidad de que el trabajo fuera cierto.
Yo necesitaba con urgencia ingresar dinero, desde hacía meses las cuentas por pagar hacían que temiera la llegada del cartero.  Ya no había buenas noticias en el buzón.  La electricidad y el agua habían sido desconectadas el mes pasado. De no ser porque la hipoteca de la casa quedó pagada gracias a la muerte de mi madre, en este tiempo ya estaría en la calle. No quiero sonar duro con esa afirmación porque preferiría que madre siguiera viva, enferma como terminó sus últimos años, pero viva.   No obstante, y gracias a su muerte, se pagó la hipoteca.  Quién sabe en qué lugar estaría viviendo.  Aunque vivir aquí ya no representa ninguna comodidad,  todo se ha puesto viejo y sucio. Ya no es aquel lugar agradable en el que crecí junto a mis padres.  Ya no hay sirvientas, tampoco jardineros, ni mucho menos fiestas y reuniones. Ya todo ha caído en olvido, es como vivir en una película en blanco y negro y además borrosa. No hay nada que rescatar aquí. Por suerte los árboles frutales que sembró mi padre nunca han dejado de dar frutos. Me he convertido en un frutivoro.  Me alimento únicamente de las frutas y hierbas que produce el jardín.  Además hasta hace unos meses salía a vender al mercado algunas frutas y hierbas, pero desde que abrieron el megamercado, ya no se vende nada. Yo debí salir de este sitio hace mucho tiempo. Debí hacerlo. Ahora es muy tarde. Tengo 45 años y pensé que únicamente con las frutas lograría llegar a mi vejez y morir como murieron mis padres, viejos y enfermos.
Pero ahora tengo que trabajar, tengo que hacerlo, y al revisar las ofertas laborales me doy cuenta que soy un bueno para nada. No sé hacer absolutamente nada. A veces culpo a mis padres por sobreprotegerme y  mimarme toda vida.  Fui un niño que recibió educación en casa. Nunca salí. Nunca jugué con otros niños. Crecí con la tutoría de la maestra Rosekrans, esa señora de la que no guardó un solo recuerdo agradable. ¡La maestra Rosekrans! Vaya mujer más desagradable, me hacía memorizar poemas de Virgilio en latín. ¡En latín! Terminé despreciando sus clases. Lo mío era dormir.  Dormía hasta bien tarde. Eran días inolvidables en los que me levantaba a medio día y por las tardes recibía mis clases. La comida era llevada  mi cama por Doris, mi nana de toda la vida. ¿Doris? Murió antes que madre. Nunca tuvo hijos y tampoco supe si tuvo padres. Es seguro que los tuvo, pero yo nunca les conocí. Toda la gente des esta casa ha muerto. Solamente quedo yo.

La sobreprotección de mis padres se debía al accidente que sufrieron mis dos hermanos mayores, los gemelos Larry y Steve, que murieron soterrados en la escuela durante el terremoto que destruyó a buena parte de Westerberg. Madre hizo prometer a padre que no quería volver a sufrir la pérdida de un hijo. Y ese hijo fui yo.
Este mismo que está leyendo ésta oferta laboral en el periódico: Si usted ha tenido sueños extraños, incomprensibles o lucidos a tal punto de descubrir que está soñando, le ofrecemos una excelente oportunidad laboral. Visítanos únicamente este día en el número 19432 de la calle Van Buren, Westerberg. Dreams&Co
¿Qué podría perder? En todo caso,  confirmar que era una broma. Pero si era cierto qué clase de trabajo ofrecían. Era un anuncio demasiado inquietante como para pasar inadvertido. Me vestí y salí rumbo a la dirección anunciada.
Nunca me ha gustado Westerberg y eso que no conozco otro lugar. Siempre hay tráfico y el clima es tan variable que en pleno verano puede caer nieve o en primavera secarse todas las hojas. Es un espanto de lugar.
La calle Van Burem es famosa en Westerber porque es en las que se encuentran los dos cementerios de la ciudad: el municipal en dónde va a parar todo pobre y el privado en el que fueron a parar mis padres. Lugar que, por otra parte, solamente he visitado en dos ocasiones. Durante el sepelio de padre y el de madre.
El edificio 19432 estaba justo contiguo al cementerio privado. Era una construcción imponente, con tonos góticos y gárgolas custodiando cada esquina;  además en una roca de mármol se leía el nombre de la compañía: Dreams&Co. Ingresé rápidamente y, en el interior cualquier diferencia con un museo podría ser imperceptible, una recepcionista preguntó si llegaba por el aviso de empleo. Contesté que Sí.  En seguida me señaló una puerta a la que debía ingresar. Había una larga fila de personas que esperaba su turno, asumía yo que, para una entrevista. Cuando hubo llegado mi turno, un entrevistador con chaqueta blanca, como doctor o científico, me pidió que contara el ultimo sueño que yo había tenido. Entonces yo recordé el sueño en el que hablaba con madre y ella se despedía de mí, se iba en un crucero a un destino que yo no acertaba comprender. Entendía, eso sí, que la viaje era para toda la vida o para toda la muerte. Entonces yo me convertía en un niño y lloraba en los brazos de Doris. A mí alrededor cientos o miles de niños lloraban junto conmigo.  El entrevistador que tenía fija su mirada en mis palabras, si es que eso es posible, expreso: ¡Asombroso! , preguntó: ¿Cuál es su nombre? Max Cafley, contesté. Su sueño es realmente asombroso, Max. Queda usted contratado, firme aquí, por favor. El entrevistador extendió un documento y quise preguntar en qué consistía el trabajo. El entrevistador me dijo que todo sería aclarado en unos momentos pero era necesario firmar. No le tomé demasiada importancia y firmé. Además me urgía trabajar.  
Me dirigieron a otra habitación, una más pequeña en la que había muchísimos cuadros colgados en la pared. Una de las personas, que también vestía de blanco, me llamó por mi nombre y me acerqué. Me pidió entonces que revisara todos los cuadros y si encontraba alguno que me pareciera conocido que se lo hiciera saber. Comencé a revisar las imágenes que personalmente no me decían nada. Montañas, lagos, soles, animales, hasta que vi uno que me robo la atención y me pareció una broma de mal gusto. Era una imagen en la que se veía un puerto y personas que se despedían, entre esas personas se lograba distinguir la figura de madre y la mía. Era el sueño que acaba de contar. Rápidamente advertí de esa broma al encargado y pedí una explicación. No se preocupe, Max. ¿Este cuadro dice mucho para usted? Preguntó el hombre de la gabacha blanca.  ¡Pero qué dice usted! ¡Este cuadro dice todo para mí!, le contesté.
Comprendo, Max. Pero tranquilícese, esto no hace más que confirmar las aptitudes que tiene usted para el trabajo. ¡No me gusta nada está situación! ¡Exijo una explicación!, reclamé muy molesto. El encargado entonces me tomó del brazo y pidió que lo acompañara.   ¡Ingrese, por favor! Me dijo el encargado y me cedió el paso para que cruzara una puerta. Ingresamos a una oficina, a mi modo de ver, exageradamente grande, custodiada por un par de estatuas con forma de gárgolas y un señor  vestido de blanco y con los zapatos puestos sobre el escritorio que dijo: Max Cafley. Por fin nos conocemos. El tipo se puso de pie y me extendió la mano.  Luego pidió que me sentara. No se preocupe, Max. Usted ha nacido para este trabajo. No sé cómo explicárselo, hay dos versiones, una larga y otra corta: ¿Cuál quiere escuchar? ¡Ambas! Le contesté, pero comencemos por la versión corta ¿De qué trata todo esto?, le dije.  Mi nombre es Marco Spiegel, me dijo el tipo de blanco, y soy el presidente de esta compañía: Dreams&Co. Nosotros nos dedicamos a las comunicaciones, pero no a las tradicionales, nada de teléfonos, ni cables, ni antenas, lo nuestro es la comunicación con los que no se ven, con los que ya no están en esta realidad. Quise en ese momento preguntar, pero Marco no me dejó y prosiguió: Permitame explicarle mejor, Max. Siempre han existido personas que tienen la capacidad de comunicarse con los… ¿Muertos?, pregunte yo. ¡Correcto! Dijo Marco y chasqueó los dedos. Hay una realidad paralela a la nuestra. No la vemos. Pero está ahí, más bien aquí, junto a la nuestra. Y eso hacemos, bridamos comunicación entre este plano y ese otro que nadie ve pero existe. Claro, no todo el mundo tiene la habilidad de comunicarse con los muertos. Usted la tiene, Max. Y nosotros queremos contratarle. El trabajo es sencillo. Usted simplemente se dedica a soñar y a contar sus sueños, alguien toma nota de lo soñado y eso es todo. ¡Simple! ¿No?..., me dijo, Marco.
No sé por qué no hice las preguntas que toda persona sensata haría, quizá me parecía tan surreal todo que tarde o temprano terminaría por despertarme.
Marco pidió que me quedara a un día de prueba, para que confirmara lo fácil que era trabajar para Dreams&Co.  y me invitó a la cafetería del lugar.  
En el sitio había cientos de empleados que curiosamente no hacían ruido alguno, parecía como si a toda la sala la habían puesto en MUTE.
Pedía frutas y ensaladas cuando desde el fondo del lugar alguien gritó: ¡Márchate, Max! Huye antes que no puedas salir ¡Vete! ¡Vete!
La mayoría de personas que estaban comiendo se abalanzaron sobre el sujeto y le inmovilizaron. Marco pidió no tomar importancia al sujeto y me invitó a una mesa. Yo había escuchado perfectamente mi nombre. ¡Max!
Al terminar de comer, agradecí a Marco por todo pero prefería no trabajar. Marco movió sus manos como lamentando mi decisión y dijo: Bueno, no podemos obligarte. Se despidió de mí y yo busqué la salida.
De esa entrevista hoy se cumplen diez años y desde entonces no hay día de Dios en el que no sueñe con ese sitio, con Dreams&Co. Sueño que trabajo aquí. Sueño que me obligan a soñar y hablar con muertos. Es terrible. No hay forma de cambiar mis sueños, o pesadillas.

Por otra parte, Dreams&Co. se marchó hace años de Westerberg; lo hizo como hacen los circos, de la noche a la mañana. Nadie sabe nada de ellos. 

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