SI QUIERE QUE ALGUIEN VIVA, LEA.


Nelson, así me llamo, al menos en este cuento. Todos los escritores me nombran como ellos quieren. Soy sicario, aunque bien podría ser ingeniero o doctor o simplemente no ser absolutamente nada, lo que suena imposible, porque siempre sé es algo. Hijo, padre, hermano, abandonado, poeta, puta, etc.

A veces soy el asesino de mi mismo, otras el policía que me busca o el muerto que yo asesiné. En fin, soy todos.

En este momento estoy viajando en autobús de Nueva York a Washington y voy con la estricta tarea de de asesinar al escritor de esta historia y así por fin ser verdaderamente libre y hacer uso de eso que llaman libre albedrio. 

Porque ¿qué es la libertad? Ya no lo sé. El clima lo elige el escritor, las personas que van sentadas a la par mía también, el tiempo que tardara este autobús ¿Por qué no un avión? Es él quien elige todo. Me llamo Nelson y tengo, permítanme, me veré en el espejo, pinta hispana: Cabello negro, dientes amarillos, barba desalineada y en la mochila llevo una pistola nueve milímetros. Una chica que lee un libro voluminoso me sonríe pero yo sé que todo es mentira, que esto no existe, que todos somos creación de ese desgraciado. Pero se me olvida. Y entonces yo también le he sonreído y le he preguntado por su nombre, me dice que se llama Tahere. El nombre me ha parecido extraño y le he preguntado por el origen y el significado. Me dice que es de origen persa antiguo y que significa Pura o inmaculada. Ella me pregunta por el mío y con un poco de titubeo le digo que me llamo Nelson. Me devuelve la pregunta del origen y significado. Como un gran tonto le digo que no lo sé. Tahere sonríe. ¿Y qué estás leyendo? Le pregunto. Estoy leyendo el Quijote. ¿Lo has leído? Me pregunta. Yo entonces me apenó, me abrumo, y le digo que no. ¡Ah, qué lástima!, me dice, pero cuéntame ¿A ti qué te gusta leer? Yo vuelvo a titubear y recuerdo la Metamorfosis de Franz Kafka. Se lo digo. ¡Excelente! Esa novela corta es fantástica. Yo sonrío y por un momento me dejo llevar por la experiencia. Dejo de pensar en el escritor y en el asesinato que tengo que cometer. Tahere saca una manzana y me convida, yo no acepto. Ella insiste y me convence. Acepto y de nuevo vuelven los gritos de los pensamientos. ¡Esto no es real! ¿No te das cuenta? Todo lo ha puesto el escritor. Seguramente se estará riendo de esta escena. Seguramente disfruta con tu ignorancia. Tahere me pregunta si estoy bien. Vuelvo a sonreír y le digo que sí. ¿Por qué está triste? Yo me sorprendo con la pregunta pero contesto. Le digo que todo esto es bien raro. ¿Qué es raro? Me dice. ¡Todo! La realidad. Este momento. ¿Por qué? Me pregunta. Es difícil de explicártelo, pero ni tú ni yo existimos, nada existe ¿Cómo así? Hay un escritor en Washington que es el responsable de toda está realidad. Tú no te llamas así, no existes. Tahere sonríe, y pone cara de no comprender y de seguir escuchando: Aja….No sé. Es difícil esto que te cuento. Pero lo que tú me estás contestando no es lo que tú me quieres contestar, sino lo que el escritor quiere decir. Es más, lo que yo estoy diciendo, no soy yo quien lo expresa, sino lo que él quiere que yo diga. Ves, no tenemos libertad.

Tahere me pellizca el brazo derecho y me dice: ¿Sientes o no sientes? Conteniendo el dolor le digo que Sí. ¿Entonces, de qué realidad hablas? Vivimos en esta realidad sensible. Si lo sientes, entonces, existe. Yo le digo que no. Que todo es una ilusión. Entonces, Tahere, de golpe me besa y yo siento todo su aliento que se entremezcla con el mío, además de un hormigueo por todo el cuerpo y llevo mi mano derecha detrás de la cabeza de Tahere y comienzo a flotarle un pequeño masaje. Nos trenzamos como dos amantes que se conocían de antes o que ya se extrañaban sin conocerse. Tahere toma mi mano y la lleva al centro de su pecho. ¿Lo sientes? Sí, le contesto. Esto es todo. Si lo sientes, existe, me vuelve a decir. 

El conductor del autobús anuncia que hemos llegado a Washington. El tiempo fue una ilusión. Le pregunto a Tahere si podemos vernos. Ella me dice que ha llegado a la ciudad para dar una conferencia de Antropología en la Universidad de Maryland y que pasara únicamente una noche en la ciudad. Me da la dirección de su hotel y me dice que le gustaría volver a verme. Nos despedimos y tomo mi mochila. Encuentro la dirección del escritor y la pistola. Me pregunto a qué sabrá la libertad. 

Tomo un tren y me dirijo a la dirección. Llego al sitio. El lugar es asqueroso y hediendo. Es un complejo de apartamentos que parecen abandonados. Busco el numero 26266 y con bastante dificultad lo encuentro. Toco la puerta pero nadie contesta. Espero. Espero y giro la manecilla y la puerta abre. Ingreso y pregunto si hay alguien. Nadie contesta. En la sala se ven tirados cientos de periódicos y de botellas de vino. No hay muebles. Cientos o miles de cucarachas se pasean por las paredes y el piso donde hay cajas viejas de pizzas y comida china. Desde el único cuarto del apartamento se escucha una ópera, parece ser la Traviata de Verdi, me dirijo y suavemente abro la puerta. Tampoco hay nadie, solamente un viejo colchón y una librera de cinco niveles repleta de libros y un escritorio donde hay un cenicero del que rebalsan las cenizas. Detrás de la puerta y escrito con letras azules se lee: Literatura o muerte. Me acerco al escritorio y encuentro unas páginas sueltas donde, con evidente sorpresa, no tardo en encontrar mi nombre y todo cuanto me había sucedido ese día. ¡Realidad! ¡Libertad! No existen. Tome las hojas y las rompí en miles de pedazos y me quedé sentado en el escritorio a la espera del escritor. Tardó mucho tiempo, por eso destape una botella de vino y le di vuelta al asunto. ¿Qué podía resolver?
Cuando ya estaba bien borracho, llegó el escritor y me encontró recostado en el escritorio y me dijo: ¡Nelson! Vaya, eres diferente a como yo creía que deberías de ser. ¿Y como se supone que yo debería de ser? Le dije. Como yo te imaginaba, pero veo que eres diferente. ¿Usted sabe a que he venido? Si claro que lo sé. Has venido a matarme. Y si lo sabe porque no hace nada para impedirlo. Porque quiero saber que decidirás tú. Yo te he traído hasta aquí, todo cuanto te sucedió yo le cree. Eso que todos le llaman determinismo. Pero hoy que estás frente a mí, tienes la libertad de decidir. Yo no sé si me matarás o no. Eso depende de ti. 
Acaso usted se cree un Dios capaz de poder crear personas, mundos, situaciones y poder jugar conmigo, con todos. 
Solamente te he traído para que tú decidas. 
El escritor que hablaba como si estuviera leyendo un libro y con una voz fuerte y autoritaria me dio una inaguantable lastima y pensé en lo miserable que era la vida de ese señor allí sentado en esa soledad inmensa jugando a ser dios. Saqué el arma de la mochila y le disparé tres veces. Murió rápidamente y de igual forma fue cubierto por las cucarachas. 
Corrí de regreso al tren pero la estación ya no estaba. Ni los rieles, ni el tren, ni nada. Todo iba despareciendo. Y entonces tuve miedo y pensé en Tahere. Corrí frenéticamente hasta el Hotel y toda la ciudad desaparecía lentamente, desde los arboles hasta las nubes, el cielo, el sol, todo. 
Llegué y busqué la habitación de Tahere. Toqué la puerta, y nada. De pronto la puerta abrió y allí estaba Tahere, pero ya no era la misma, se le veía desmejorada. 
─ ¿Querías la libertad? Esto es la libertad.
─No, Tahere, hoy somos libres
─Y de qué sirve la libertad si no hay vida. No te das cuenta que el escritor era la vida.
─No, Tahere. Él era el carcelero que nos aprisionaba en su realidad.
─Nelson. Nelson. Yo moriré y tu también. Todos moriremos en un instante.
─Pero esta realidad, Tahere, es nuestra. Somos nosotros los que la estamos decidiendo y no el escritor.
─Pero tú no puedes crear vida.
Tahere fue palideciendo hasta que murió. Yo no pude contener el llanto y salí corriendo a la calle pero tampoco la calle existía. Nada existía. Nada. Solamente yo.


Si quiere que volvamos a vivir, lea de nuevo este relato.

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