CADENA DE FAVORES

Todos nos estamos moviendo, aunque no queramos aceptarlo, aunque estemos sin movimiento aparente, con o sin deseo por llegar a tiempo a algo o alguien desconocido. “La vida o la muerte. Eso nunca se sabe” (Palabras de Silvio Rodríguez). Todos estamos en ese movimiento.

Ayer por la tarde justo después de cruzar la estación de peaje para ingresar a la ciudad de México DF que, de acuerdo a las advertencias de los amigos de Puebla, Veracruz, Tabasco y Chiapas, y en general por todo el mundo, una de las ciudades más peligrosas de México, se me reventó la cadena de la bicicleta (Bueno, técnicamente la reventé yo) y , sin tiempo para lamentar o maldecir la situación, volví a ver por todas partes en busca de alguna señal o un camino o lo que fuera que me ayudará a salir del problema, pero no había nada, estaba completamente solo en ese lugar que, por la cantidad de pequeñas construcciones y suciedad, se percibía no “apto para turistas”. Dejé ir un fuerte suspiro y , creo que hasta entonces, expresé verbalmente mis lamentos. Estaba a la entrada de esa gran ciudad, de esa temida y mal afamada ciudad de México Distrito Federal, con imposibilidad de continuar. Nunca antes me había tomado la molestia de aprender a reparar la cadena de la bici, razón por la cual el problema era inédito para mí. ¿A quién buscar? ¿A quién solicitar ayuda? Cómo dar la apariencia de ser una persona común y corriente ¿Cómo hacerlo? si uno va cargando con una bicicleta llena de maletines, sábanas y cubiertos y todavía, con el agravante de llevar puesta, una camiseta de El Salvador. ¿Cómo hacer?
Otra vez el suspiro y otra vez a buscar la más exigua senda por donde encontrar la solución al problema. A lo lejos venía una persona, en sentido contrario al mío, montado una delgada bicicleta. Sin duda, asumí, debía de saber de algún taller. Me dirigí hacia donde él e intenté detenerle la marcha y preguntarle rápidamente por un sitio para reparar la bici. El tipo no dijo nada, apenas y redujo la marcha y , sin mucho problema, logró esquivarme como alguien que maniobra para evitar un bache por la carretera. Otra vez volví a buscar otra señal. No habia ninguna. No obstante, el ciclista paró como a veinte metros, giró y regresó donde estaba yo.
Entonces comencé a explicar con detalles mi problema, aunque decir detalles es exagerar, simplemente le dije que tenía la cadena rota y que necesita encontrar un taller. Sin hablar tanto, el ciclista me dijo que conocía un lugar y que lo acompañara. De nuevo comenzaron a resonar todas las advertencias que me habían dado de la ciudad y mala fama que ostentan los "Chilangos" (nombre con el que son conocidos los habitantes de la ciudad de México); entre las advertencias que más recordaba estaban aquellas que tenían el carácter de obligatorio cumplimiento, aquellas que me alertaban a que nunca, bajo ninguna circunstancia, debía seguir a un Chilango, seguramente me desbaratarían las maletas, perder la bicicleta y, en caso extremo, servir de carne para los tamales. La advertencia tamalera siempre me pareció excesiva, aunque en ese momento, mientras seguía al tipo de la bicicleta, lo recordé varias veces. Simplemente me dejé llevar y me sumergí, si es que la metáfora lo permite, en el río de las posibilidades y nade, sin saber si me esperarían rocas o aguas mansas. Caminamos por unos lugares, que no daban espacio al optimismo, manchados de graffiti por todas partes y algunas, muchas, casas en completo abandono. Como dicen que dijo Julio Cesar y gracias que un profesor de Derecho Civil repetía esa frase cuando nos entregaba el parcial, la recordé: "ALEA IACTA EST" En español: LA SUERTE ESTA ECHADA. Despues de caminar unos minutos llegamos al taller. Dos mecánicos atendían el lugar y en seguida se sorprendieron con mi presencia, y eso que todavía no había yo abierto la boca, nada más al ver la bicicleta cargada. Cuando tuve que hacer uso de la palabra, se evidenció mi falta de acento mexicano; de inmediato me preguntó uno de los mecánicos: ¿usted no es de México? Sin dar espacio a la especulación contesté que No y confirmé de una vez y sin demoras que era de El Salvador. Entonces el otro mecánico preguntó qué chingados andaba haciendo en la bicicleta. Le contesté que andaba haciendo un viaje en bicicleta, además, le mentí un poco, le dije que iba a un encuentro de poesía en el DF y que había decidido viajar de una forma un tanto poética, un tanto diferente, en bicicleta---. Los mecánicos sorprendidos con mi revelación y un poco entre sonrisas me dijeron: ----Ah, entonces vienes bien inspirado...--- Y uno de ellos hacía señas que bien podría entenderse que la inspiración se refería a fumar marihuana. Solamente sonreía y lo negué en silencio.

La persona que me había llevado al taller, se retiró un momento, dejó su bici sobre la pared y se dirigió a la tienda cercana; al cabo de unos minutos regresó con una soda en la mano y me lo obsequió. Se quedó junto conmigo hasta que los mecánicos terminaron de reparar la cadena. Cuando pregunté por la cuenta, me dijeron que era nada, no me cobraron absolutamente un peso, pero eso sí, me regalaron un consejo:---¡Ten cuidado, Carnal! en esta ciudad hay un chingo de ratas y te pueden bajar todo. Sí alguien te llama, no le hagas caso, diles: ¡CHINGA TU MADRE CABRON! y te pelas. Te pelas, carnal.

Agradecí el consejo y la gratitud por la reparación. Me despedí, y de forma espontánea, natural, uno de los mecánicos me dio un abrazo muy humano, sincero y pude sentir una energía que me acuerpaba, un deseo por verme cumplir mi sueño, mi meta. Ese fue mi primer contacto con los "Chilangos". Me subí a la bici y salí de nuevo rumbo al centro de la ciudad de México.

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