¿Así que esto es la vida?
Aprender un lenguaje y nombrar las cosas de la misma forma que ya fueron nombradas; y repetir y repetir hasta cansarte de preguntar por qué fueron nombradas de tal o cual forma. 


Nacer, como nacemos todos, sin nada más que llantos que ofrecer, en cualquier lugar, en cualquier familia, en cualquier condición y aceptar el mundo como es, como era, como será. Aceptar un nombre, una religión, una nacionalidad, un acuerdo llamado Estado, porque ni modo, porque así fue, porque es lo mejor, porque somos niños. Y todo niño necesita de un padre.


Crecer y competir, sobre todo competir más que crecer, para saber quién es mejor,  para menospreciar a lo débil, lo frágil de ser humano. 
Robar, tomar las cosas sin pedir permiso, por naturaleza, porque así somos los niños, y esperar el castigo, la educación de respetar lo que no es mío porque es del otro y exigir ese mismo respeto para lo que es mío. Mío. Mío.
Creer en dios y  sus juegos y crucigramas y películas o dramas o comedias, y actuar pensando que soy yo el que decide. Darle gracias porque llegó la noche. Darle gracias porque llego la lluvia. Darle gracias porque llego la guerra; porque llego la muerte. Darle gracias porque él sabe lo que hace, porque es lo mejor para mí, que no existo, que soy apenas un personaje de su guión para no aburrirse en la eternidad. Pensándolo bien, él que existe soy yo.

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