MISIÓN DE SAN IGNACIO
San Ignacio, en Baja California Sur, es un pequeño poblado que tiene como principal atractivo turístico la iglesia de los misioneros Jesuitas construida a inicios de 1700 y también la laguna, del mismo nombre que el pueblo, donde llegan las ballenas grises, entre noviembre y febrero, a dar a luz y reproducirse. El pueblo es chico y todo el mundo se conoce y conoce a quien no es del lugar. Y yo no era del lugar, era un extranjero en ese pueblo y llegué un martes, que no fue 13, aunque por lo escaso del dinero, bien podría parecerlo. Llegué justo cuando el presupuesto estaba a unos cuantos dolares de acabarse . Había llegado al pueblo con apenas ochenta pesos(más o menos siete dolores).
Para mi suerte, una persona residente en California me había enviado dinero suficiente con el que podría continuar, sin hambre tres días, con un poco de hambre una semana más. Sin embargo, la oficina de Wester Union estaba cerrada, debido a que el horario de atención era de ocho a doce y cuando llegué ya eran las dos de la tarde. "It's too late baby" dice una canción de la que me recordé cuando vi el rotulo.
Estaba en San Ignacio, un oasis en medio del desierto, saboreando el hambre y sin posibilidad alguna de conseguir dinero sino hasta el siguiente día. El único consuelo que tenia eran esos ochenta pesos, con los que bien administrados podría almorzar y medio cenar. Pero, sin estación de CRUZ ROJA en el pueblo ¿a quien pedirle posada?.Había que seguir, con mucha calma, el camino que me llevaría a un sitio.
Llegué a una pequeña tienda y me senté, sin desesperarme, sabía, gracias a los ochenta días de viaje, que nunca me había hecho falta un lugar donde pasar la noche, y ese día no sería la excepción. Lo sentía. Claro, lo que no sabía era ¿adonde dormiría?
Unos niños llegaron a charlar conmigo, y como sucede con todos los niños de todos los tiempos e idiomas y colores, son muy curiosos (eso lo sé porque he sido niño, al igual que usted) y les conté acerca de la travesía, ninguno sabía donde quedaba El Salvador, a cómo pude dibuje (o mejor dicho, intente dibujar) un mapa y les expliqué donde estaba mi tierra.Ninguno parecía tener clara la ubicación. Yo seguía insistiendo, pensando que a lo mejor el dibujo era ilegible. Pero no era el dibujo, es que nadie sabía de la existencia de El Salvador. De todas formas, ya que tenía todo el tiempo del mundo, además de la paciencia y la voluntad, les expliqué un poco de mi país. Parece que entendieron, o al menos quedamos de acuerdo con que El Salvador estaba a la par de Guatemala y que Guatemala estaba a la par de México.
Uno de los niños me preguntó que por cuanto tiempo estaría en el pueblo, yo le dije que solamente por esa noche; el pequeño me volvió a preguntar si tenía un sitio donde pasar la noche. Le dije que no. Entonces, con una gran naturalidad, el niño me dijo que bien podría dormir en el parque, un lugar muy seguro, me dijo, o bien podría pedirle permiso a su mamá para que me quedara en un cuarto en construcción de su casa. Yo se lo agradecí infinitamente. La señora de la tienda que escuchó la conversación salió con un plato en la mano y me sirvió un par de tacos con carne, los acepté, aunque debido a mi vegetarianismo, solamente me comí las tortillas y el chile. Más tarde llegó el esposo de la señora y comenzamos a charlar. Le hice un cuento corto de mi viaje y en seguida dio inicio la infaltable serie de preguntas: ¿Y no se cansa? ¿y cómo hace para dormir? ¿y en las subidas cómo le hace?...etc, etc, etc. Posteriormente llegó el suegro y la conversación se puso más amena. Me invitaron a café, a pan dulce a champurrado (Un atol de chocolate) y a tamales. Me preguntaban qué adonde pasaría la noche, yo les decía que no lo sabía pero tenía la seguridad que lo pasaría en algún sitio. ¡A que mushasho más aventao!, me decía el señor al escucharme. Las historias continuaban y la tarde también. Me recomendaron hablar con el párroco del lugar y pedirle posada. Lo hice.
Fui a preguntar por él, pero llegaba hasta las siete de la noche. Ni modo, me quede esperando y seguí charlando con las personas. Todos me hacían rueda y me preguntaban y repreguntaban y nos fundiamos en una agradable conversación.
Unos viajeros, que habian participado en una famosa carrera conocida como BAJA MIL, habian pasado a fotografiar la iglesia conocida como MISION DE SAN IGNACIO. Uno de los visitantes comenzÓ a charlar conmigo y ,sin yo pedirle nada, me ofreció de todo lo que llevaba en el auto: Bebidas hidratantes, frutos secos y chocolates. Me dijo que el recorrido que yo estaba haciendo le parecía fantástico y me dejo su tarjeta y hasta me pidió que lo visitara cuando pasara por San Diego. Yo andaba con las manos llenas, por donde pasaba me regalaban comida.
Ya tarde, como a las ocho de la noche, llegó el padre. Primero tuvo una reunion con la comunidad y cuando salió llegué yo y mi famoso discurso. El padre me vio de pies a cabeza y sin decir Sí o No, un poco serio me preguntó, tienes un documento de identidad. Enseguida saque mi pasaporte y se lo mostré. El párroco lo ojeo detenidamente y me dijo:---Tengo un espacio, trae la bicicleta, sígueme.
Y así, sin más tramites que subir doce gradas, me abrió las puertas de la iglesia y me alojó en la primera habitación construida por los misioneros jesuitas que llegaron en 1724 al lugar.
Era una bendición, tenía cama, ducha con agua caliente y hasta WIFI. Cerca de las nueve de la noche me llevó al comedor del convento y me abrió las puertas de la refrigeradora:---Come lo que quieras---Me dijo. Tomamos café y charlamos por horas, ni un solo minuto fue religioso. Hablamos de temas políticos, históricos y hasta antropológicos, pero nada de religión. Esa noche dormí como misionero.
Por la mañana me esperaba un delicioso y abundante desayuno. Una señora que había llegado muy temprano tenía todo listo para el padre, el sacristán y para mí. Me atendieron como a un niño en una guardería, solamente hacia falta que me dieran de comer con una cucharía en la boca y que me pusiera babero. Y no bastando con tantos detalles, el Padre, antes de despedirme me tenía un suéter y un pans. Me dijo," más al Norte está haciendo mucho frío y esto te va ha servir". Lo acepté y se lo agradecí infinitamente. Pero, además, este ser humano originario de Nayarit, se quitó la chumpa (chamara o sueter deportivo) que andaba puesto y ,sin ningún tipo de apego, me lo obsequió. Me despedí con un fuerte abrazo y le prometí que regresaría algún día antes de mi muerte.
Así que, si pasan por San Ignacio, por favor, pasen y saluden al padre Mateo Cristobal. Un hombre, un ser humano sin igual.
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