LA GORDURA NUESTRA DE CADA DÍA


Todos los años, especialmente los primeros días del mes de enero, millones de personas en América (utilizo este bello nombre no como sinónimo de Estados Unidos, sino como el nombre de mi continente), coinciden con un propósito para el nuevo año, y de forma unánime: Perder peso y hacer ejercicio.


Muchas personas van por primera vez a un gimnasio (algunos solamente llegan a pagar la cuota de inscripción y conocer los dolores musculares del primer día, y ya nunca más se les vuelve a ver) y, algunas otras, compran (o se dejan vender) suplementos dietéticos y nutritivos con la esperanza de que funcionen y ayuden con el soñado propósito de perder el sobrepeso.


Cada vez son más las personas que tienen problemas con el peso; antes parecía que las dietas eran exclusivas de la vanidad femenina. Cuantos no escuchamos a nuestras amigas, novias o esposas, decir: ¡Estoy gorda! ¡Decime la verdad!; sin embargo, ahora, y de forma creciente, los hombres también viven viéndose en el espejo y coincidiendo con el propósito del año nuevo: Verse delgados.


Enero es la prueba de fuego para esas intenciones. Pero, conforme transcurren las semanas (y no es necesario llegar a febrero), ese propósito se va desinflando y toda la ilusión y expectativa por esa resolución queda descartada. El nuevo año se convierte en una continuación del anterior. Y así las cosas, habrá que esperar otro año para intentar vencer la gordura, porque en este no fue posible conseguir lo propuesto como una meta personal.


Pero, se preguntaran ustedes: ¿Por qué será que millones de personas sucumben ante el reto de perder peso y hacer ejercicio?


La respuesta no es clara, y es posible que tengamos que hacer uso de la imaginación y algunos términos “irracionales” para rellenar algunos puntos que son precisos contestarlos con la lógica de Don Renato Descartes. Sin embargo, les aclaro que, yo no soy sicólogo ni entrenador personal, ni mucho menos nutricionista o un molesto motivador empresarial. Soy, eso creo, el alma de un poeta que vive buscando el camino más corto a las sonrisas. Y para mí, el camino más corto a una sonrisa, es el bello camino del arte (en todas sus manifestaciones); sin embargo, también he conocido otro camino, uno un poco más largo, pero no por eso menos divertido: el camino del ejercicio y la buena alimentación. Y gracias a esos kilómetros recorridos en el camino de asfalto y tierra, es que intentaré contestar la duda que da origen a nuestra pregunta.


El sobrepeso y obesidad que aqueja a buena parte de los seres humanos, especialmente a los americanos (es decir a todos los habitantes de América), tiene su origen en los cambios de nuestros hábitos alimenticios. No es necesario ir tan lejos en el tiempo, para encontrar los profundos trastornos que hemos sufrido nosotros como habitantes de una realidad cada vez más encaminada al consumo irracional.


Hace algunos años, nuestros abuelos no precisaban tomar bebidas carbonatadas (Coca-Cola, Sprite, Fanta, etc.), tomaban algún refresco casero de limón o de alguna fruta de estación. Rara vez compraban alimentos prefabricados e industrializados, todo era fresco y del día: sopas y guisos eran elaborados con productos conseguidos en los mercados locales y estaban exentos de la prisa que nos caracteriza en estos días; los abuelos se sentaban a comer, en la totalidad de los tiempos de comida y, de paso, a degustar de una buena conversación. En cambio ahora, ¿qué pasa?, la mayoría de personas toma algún tipo de bebida carbonatada, al menos, una vez al día; El horno de microondas ha sustituido topo tipo de guisos caseros y la prisa condimenta todas nuestras comidas. Comer fuera de casa se ha convertido en la regla general y como rara excepción se come dentro de ella. Ya nada es fresco, todo es procesado, industrializado y sazonado con químicos para que los alimentos duren, en algunos casos, hasta más de un año en las alacenas a la espera de ser utilizados.


La buena alimentación (o la conciencia de lo que se come) es el primer paso, y el fundamental, para vivir una vida sin sobre peso. Pero más que buscar la buena apariencia estética (queriéndose “parecer” a las o los modelos de revista) con el cambio de hábitos alimenticios, uno tiene que enfocarse en los beneficios para la salud. Por eso es que merece la pena estar delgado, para estar saludable. Uno de los efectos de estar saludable es que uno se verá bien, pero no al contrario, no porque nos veamos “estéticamente bien” será sinónimo de estar saludables. Perdamos peso porque no queremos tener problemas de obesidad, hipertensión o diabetes, y porque a la larga, esas enfermedades, nos pueden llevar a vivir una adultez plagada de molestias, quitándole a la vida ese placentero toque de felicidad.


Los seres humanos somos una sola raza, algunos blancos como el arroz, otros negros, rojos o pintos como las variedades de frijol , otros amarillos como el maíz y otros tantos bronceados como el trigo. Todos, no importa donde vivamos, estamos expuestos al sobrepeso, y especialmente ahora con la velocidad de la vida moderna. Pero hay sociedades que, producto de su dieta, tienen índices menores de sobre peso. Algunas de estas sociedades, como la asiática y mediterránea, han logrado durante siglos, mantenerse delgados, ¿Cómo lo han hecho?, Bueno, básicamente comiendo lo que siempre han comido; en el caso de los asiáticos, su dieta está basada primordialmente en carnes blancas (muchos mariscos y aves), arroz y té sin endulzantes; mientras tanto, nuestros hermanos mediterráneos, han sabido mantenerse delgados por el consumo combinado de trigo, aceite de oliva y vino. Nuestros antepasados prehispánicos también tuvieron una perfecta combinación alimenticia, en el caso de los aztecas, la dieta se basaba en el consumo de Maíz, frijol, chile y algunas carnes, especialmente la de parientes del cerdo. Pero, con la conquista, colonia y posterior transculturización, nuestros habitantes han tenido que combinar su alimentación y agregar elementos de otras culturas. Por eso es que comemos tortillas de maíz y pan de trigo, ensaladas sazonadas con especies y aceites y arroz. Y no falta el café, el té y el vino. Toda esa mezcla, lejos de ser negativa, ha sido todo un crisol de nuevos platillos, cocina como la mexicana se valen de todas esas combinaciones para deleite de la humanidad. Sin embargo, el verdadero problema ha sido la creciente y asfixiante presencia del modelo de vida predicado por Estados Unidos, en donde lo rápido y procesado forma parte de la filosofía corporativa. Nuestras ciudades cada vez se van pareciendo más a ese país del norte. Mc Donald, Burger King, Wendys, Dominos, Pizza Hut, KFC, etc, etc, se pelean las mejores esquinas de nuestras calles. Y nosotros, los consumidores, terminamos haciendo una fila para alimentarnos en esos lugares. Nadie nos obliga, ellos ─las corporaciones─ simplemente tienen que pagarle a una agencia de publicidad para que hagan un anuncio bonito (en el que nunca saldrá un gordo) y así nos motive a comprar su comida. Y como la mayoría de nosotros creemos todo lo que sale en la televisión, ¡ZAZ!, ahí vamos corriendo a comer sus combos.


El consumo irracional está relacionado directamente con la publicidad. Es a partir de la construcción de una imagen, eligiendo colores, slogan y una buena campaña publicitaria, que las empresas logran provocar en nosotros un deseo que no existía. Por eso es necesario aprender a distinguir entre la necesidad y el deseo. Comer es una necesidad humana, como dormir, hacerlo en un Mc Donald es un deseo construido.


Esos elementos de la comida rápida─ lo apresurado y procesado─ los hemos llevado a nuestra cocina. Cada día cocinamos menos y si lo hacemos, preferimos lo frito ante que los guisos, el microondas antes que el horno tradicional; cada día disfrutamos menos ese placentero momento de comer junto con alguien y conversar.


No hay píldoras mágicas, dietas, operaciones, cirujanos, pastillas, batidos energéticos (ultras poderosos y casi divinos) que nos regalen el mágico placer de alimentarnos bien. Si no aprendemos a cocinarnos, a comprar en el mercado (o super) los alimentos que nosotros queremos─no los que nos quieren vender─, a conocer los alimentos y la forma de cómo combinarlos, difícilmente podremos bajar de peso.


Ser gorda o gordo es una decisión, en la totalidad de las ocasiones, inconsciente de los seres humanos. No conozco a nadie que quiera ser gordo porque él o ella lo hayan decidido. Todos saben que están gordos (o al menos lo sospechan cuando la ropa les aprieta), pero lo que no saben con exactitud es, cómo y cuándo es que comenzó ese desdichado camino hacia el sobrepeso. Nadie engorda en un día (Por ejemplo, haber comido demás en la noche de navidad), por eso es que no hay una fecha a la cual culpar. Hay situaciones que las potencian, a veces, identificables como el matrimonio, la maternidad, el estrés, el trabajo y, en raras ocasiones, el origen genético. Pero que las potencien no quiere decir, de ninguna manera, que sean condiciones obligatorias. Cada quien es como quiere ser, a nadie se le obliga estar gordo.


Vivimos en un desorden, y nuestro cuerpo no es más que el fiel reflejo de toda esa forma de vivir la vida, de ver el mundo. Somos gordos porque somos desordenados para comer y hemos dejado que, cada vez más, nos alimenten las corporaciones.


Cómo les dije hace algunas líneas, intentaré contestar la duda que nos aqueja. Pueda que lo consiga, pueda que no. Pero lo seguiré intentando.


Ahora pasemos al otro punto para cerrar la ecuación siguiente: El sobre peso es producto de una mala alimentación y por falta de hábitos de ejercicio.


Bien, el primer punto, la mala alimentación, ya lo explicamos un poco. Ahora pasemos al ejercicio:

Para los griegos, el prototipo de ciudadano perfecto, debía desenvolverse tanto en el área intelectual, artista y gimnastica. Cuerpo y mente debían desarrollarse en el ser humano, por eso no era extraño encontrar bibliotecas dentro de los gimnasios, debido a que , por medio del ejercicio, los alumnos asimilaban mejor las actividades cognitivas.


De alguna forma, la educación moderna, incluye algún tipo de “educación física”, sin embargo, no logran detener los alarmantes aumentos de obesidad en los menores. En parte, porque la educación integral exige una mayor participación de los padres. Pero, cómo hacer que los padres intervengan en actividades físicas de los menores, si ellos no tienen tiempo para ellos mismos. Así las cosas, parece que el circulo del sobrepeso se hace más grande y las empresas dedicadas a vender “bienestar” hacen fortunas a costa de este desorden. Pastillas, batidos y maquinas son ofrecidos como la solución. Sin embargo, la fuerza de la voluntad y la disciplina no pueden comprarse, ni venderse Esas se van construyendo día con día hasta que se erigen como una gran muralla a la que no podrá entrar el sobrepeso y la desidia. Pero, ¿Cómo construirlas?


Bien, ahora haré uso de ese bello campo de la irracionalidad y bordearé sus límites, para contarles lo siguiente:


Hacer ejercicio es lo más parecido a un clásico combate de la edad media o antigua (Les recomiendo ver alguna película como Gladiador o Corazón Valiente), con la poderosa diferencia de que nadie morirá en la campaña, sin embargo, habrán vencedores y vencidos.


El primer día de ejercicio será como el del soldado en su primer combate, tendrá mucha ansiedad y temor, especialmente cuando vea a otros guerreros más experimentados dominar ese arte sin mostrar mayor cansancio. Pero es en ese momento, en el inicio, como el niño que no puede caminar, que se esconde la fuerza que hace mover a todos los músculos, a la madre de todas las fuerzas: La fuerza de la voluntad. Si el soldado comprende que no hay combate en contra de nadie, porque solamente esta él y su sombra, ya sea en un gimnasio o corriendo en la calle, comprenderá, cuando escuche esas voces que le digan: ¡Ya no aguanto! ¡Vámonos!, que la lucha es interna, que la persona a quien hay que vencer en el combate es a uno mismo. Si se mantiene, a pesar de los dolores que aquejaran al cuerpo y llega a la meta de ese día, habrá vencido (se habrá vencido). Al llegar al descanso, comprenderá que una guerra no puede ganarse en una sola batalla, comprenderá que en ese día dio su mejor esfuerzo. No importa si fueron treinta minutos, cuarenta y cinco o una hora. Lo importante es que vencimos a esa fuerza negativa que nos detiene el paso que no hemos dado.


Como es normal, el siguiente día, el soldado amanecerá adolorido, apenas y podrá caminar o moverse. Pero en un combate, no importa el dolor, si no peleas estas caminando a la muerte. Así que, a pesar de lo doloroso que parezca, el combatiente toma de nuevo las armas y se lanza al combate. Las voces y gritos internos trataran de detenerlo, pero él sabe que es cuestión de minutos para vencer, sabe que la meta que haga callar a esas voces esta a escasos pasos de distancia. El soldado se ha vencido, una vez más ha logrado someterse. Ahora no solo las voces internas fueron vencidas, también el dolor.


Y así, día con día, el soldado irá creciendo en confianza y en fuerza muscular para enfrentarse a retos mayores. Con el tiempo llegará a disfrutar de esos placeres que se esconden en el ejercicio. Aprenderá a respirar, a tomar conciencia de cada bocanada de aire que entra a sus pulmones y sentir la necesidad de hacer ejercisio.


Olvidémonos por un momento del soldado romano o el guerrero pipil, y volvamos al ejercicio.

El ser humano es, biológicamente hablando, un animal evolucionado para caminar y correr. Durante muchos siglos fuimos nómadas (incluso hoy existen varias tribus que lo siguen siendo) y caminamos por todos los continentes. Hemos sido seres móviles hasta, relativamente, poco tiempo atrás, cuando el sedentarismo nos obligo a estacionarnos en un lugar, y desde entonces con la unión del hombre con la mujer dimos inicio a las familias, con la unión de las familias a los tribus, con la unión de las tribus a los clanes y con la unión de los clanes a las ciudades. Luego las ciudades o reinos se unieron y dieron nacimiento a los países. Y así, todos vivimos en un país con un himno nacional y una bandera, y también con un modelo económico; en la mayoría de nuestros pueblos americanos es el modelo de libre mercado el que se erige como el dogma divino de perfección humana. Y es, precisamente, esa forma de ver el mundo la que, cada vez más, nos ata a una silla y nos amarra a un escritorio y a un horario mayor a las famosas ocho horas laborales.


Todo es medido en términos de dinero, el sistema se basa en la maximización de los recursos, y como el trabajador es un recurso “humano”, es necesario sacarle la mayor cantidad de trabajo por el menor precio posible. Esa es la lógica del capital no la mía. Esa creciente “maximización” de los recursos ha hecho que ahora las personas pasen más tiempo en el trabajo que con su familia, más tiempo frente al monitor de una computadora que frente al cielo o un árbol. Y así, con el escaso tiempo que sobra, hay que vivir y tratar de practicar alguna actividad física. Esa es la vida.


No es necesario pagar por un gimnasio, con salir a la calle por treinta minutos está bien, ya con eso se cumple el objetivo de ejercitarse. Si por las mañanas se hace difícil, se puede intentar salir al final de la jordana laboral o por la noche. Pero, retomando la actitud del soldado romano, es necesario salir convencido que la lucha no es en contra de nadie, no hay a quien golpear, ni ofender, solamente estamos nosotros y nuestros pensamientos, y que ahí, en esas voces que nos gritan por regresar a la comodidad de nuestra casa, está el enemigo por vencer.


Hace años me propuse salir a correr diez kilómetros todos los días, y ¿saben cuando comencé con ese reto?, fue un primero de enero; Y así, en medio de una fuerte resaca y el desvelo, me levanté y me saque a correr esos diez kilómetros. Después de casi una hora, lo había logrado. Ese año corrí más de dos mil kilómetros acumulados. El último día de ese año lo despedí corriendo (en total fueron más de dos mil kilómetros corridos durante los doce meses previos) y el siguiente, el primero de enero, de nuevo lo recibí con diez kilómetros más. Quizás era de las pocas personas en todo el continente que estaba corriendo ese día. Ese nuevo año corrí otros dos mil kilómetros, incluyendo un maratón (42 Km). Y de nuevo, el siguiente año finalizaba, con el agravante de que me encontraba en Nueva York, con temperaturas rozando el cero. Y qué creen, me envolví como envuelven un tamal navideño, y me lance a la calle a correr esos diez kilómetros del primero de enero. Una vez más lo hice, me vencí, no importando las condiciones climáticas, ni el desvelo, ni la resaca. Por tercer año consecutivo había vencido la comodidad del primero de enero, y con eso fortalecía mi fuerza de la voluntad, porque, imagínense, si uno es capaz de salir a la calle ese día, con muchísima más razón lo puede hacer cualquier otro día del año. Por eso, para mí, el primero de enero es una mágica oportunidad para fortalecer la fuerza de la voluntad y dejar atrás, con el año que muere, esos malos hábitos y recibir con el nuevo, eso que queremos ser. Al final de ese año volví a correr un Maratón, cinco medio maratones y en total fueron un aproximado de mil doscientos kilómetros en el año. Menos kilómetros que en los años anteriores, sí, es cierto, pero también, es preciso contarles que hice un viaje en bicicleta desde mis ciudad (San Salvador) hasta Los Angeles, recorriendo más de cinco mil quinientos kilómetros, cuatro países, doscientos abrazos y miles de sonrisas. Y todo gracias a esa fuerza de la voluntad que se alimenta cada primero de enero. Y lo mejor de todo es que no he tenido que pagar un tan solo centavo a un gimnasio, nutricionista o vendedor de productos energéticos.


Si me preguntan, ¿es difícil recorrer más de cinco mil kilómetros en bicicleta?, yo les contestaría que no. Simplemente porque yo no siento que haya recorrido tanto; para mí, cada día era un viaje diferente, era como iniciar todos los días, en total disfrute de cincuenta viajes de cien kilómetros cada uno. Así fue que llegue con una gran sonrisa a mi destino, y así es como llego adonde quiero ir, viviendo el momento. Sabiendo que un maratón encierra 42 números a los que tengo que ir venciendo uno por uno hasta llegar a esa meta final. Así es el ejercicio, nada más precisamos un día, hoy, para vencernos. Maña será otro día, pero la lucha es hoy.


Nadie engorda en un solo día, así que, tampoco nadie rebajará en uno solo. Hay que dar el primer paso y seguir día con día, y si es un primero de enero el inicio, muchísimo mejor…


Por salud, por la vida, por nuestros hijos vivamos saludables.

Comentarios

  1. Me gusta tu reflexion y de hecho es precisamente una gran parte de mi tema de trabajo. Que bueno que muchos podran leer esto, tu eres alguien a quien muchos escuchan.

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