BIENVENIDO A TIJUANA



Cuando uno rompe con las cárceles invisibles---Nacionalidad, territorio, familia, horario, trabajo, estudio, etc--- y decide caminar por los territorios gobernados por el azar, se encuentra con verdaderos personajes que te buscan o te encuentran (¿Quién lo sabe?), espejos humanos en los que vemos reflejadas nuestras dudas, nuestra voz en otra voz, destellos de verdad irrumpiendo en el viento y en el ruido de la vida. Es el choque de los caminos sin rumbo , el accidente inexorable y causal de la amistad.

A la cita cuando es con nadie uno siempre llega a tiempo, y esa tarde fui el primero en llegar a un hostal perdido entre la calle "sexta" y Constitución de Tijuana. Junto conmigo, apretado en el maletín, viajaba el peso de casi dos libras de palabras de Roberto Bolaño, un cuarto de libra de Bukowski y una onza de Cortázar, demasiada comida para la vista, pero en el caso de las palabras---al igual que con la comida--- es mejor que sobren y no que falten. Además de un desodorante de marca medianamente famosa, una pasta dental de marca muy famosa y un cepillo dental de marca totalmente desconocida, más bien de nulo conocimiento, la verdad, no sé muy bien cómo y cuando llegó a ser mi cepillo dental. El hostal era también bastante desconocido, nadie en Tijuana se atrevía a confirmar su existencia, y eso que en Tijuana cualquier cosa que un turista busque, por irracional, inmoral o ilegal, que sea, es rápidamente conseguida para satisfacción de los más exquisitos o atrofiados gustos humanos. De tanto caminar con la mirada perdida en todas las esquinas, encontré la dirección del lugar y me instalé inmediatamente en mi espacio.

Descansé un par de horas y decidí salir a caminar, ya sin el peso de las palabras ajenas, simplemente me lleve las mías, esas a las que uno tiene que sacar a pasear y convencer (con ciertos engaños) para que mueran (feliz o infelizmente) en un papel y para que revivan (feliz o infelizmente) en mis labios o en los de quien las lea. A eso iba, a pasear cuando me encontré a la salida del hostal a un tipo que venía cargando varias cajas, al verme preguntó rápidamente si yo era parte del grupo de los franceses, ¡Franceses!, dije yo (Les confieso, cada vez que yo escuchó la palabra francés o franceses tengo problemas a la hora de asociar el nombre, porque recuerdo que cierto día, cuando estaba chico, después de un fuerte terremoto en San Salvador, tuvimos que instalarnos en un albergue improvisado en el que escaseaban los alimentos; Todas las mañanas llegaban voluntarios extranjeros a repartir comida, y un día de esos, escuché que los alvergados gritaban:¡El Francés! ¡El Francés!...En esos días recien había terminado el mundial de futbol Mexico 86 y el equipo por el que yo simpatice fue Francia, así que en los gritos, asocié rapidamente la presencia de un ciudadano francés, sin embargo, se trataba del panadero que había llegado a vender, por primera vez desde el terremoto, el infaltable pan francés) Sí, me dijo el tipo que cargaba con las cajas, ¿no eres parte del grupo?. Despues de dudar, quizás el lapsus de un estornudo, y asociar correctamente, le dije: ---¡No! recién he llegado esta tarde...

El tipo bajó las cajas, extendió la mano y me dijo:---¡Mucho Gusto! Mi nombre es Manlio...
¡Manlio!---le dije sorprendido
Sí, Manlio---me dijo una vez más.
Qué curioso, le dije, en mi país hay un escritor llamado Manlio...---me interrumpio y dijo:
¡Argueta! Sí, una tía era profesora en Michoacan y leyo una novela de él y a mi madre le gusto mucho ese nombre, por eso me llamo Manlio.

Sin buscar más explicaciones que las que puede encontrar una hoja en el viento, le ofrecí ayuda con las cajas que venía cargando y me contó que él era el dueño del hostal. Me dijo que al lugar asistian muchos investigadores y artistas, incluso un grupo de estudiantes franceses se estaba hospedando en el lugar. Todo apuntaba a que el desconocido (y oculto) hostal era un buen lugar.

Desde el Sur del continente, hacía quince meses viajaba un español recorriendo el continente en bicicleta, ¿y qué posiblidades tenía de llegar un 17 de marzo a Tijuana? La verdad, tenías las mismas posiblidades que tenía yo de hacerlo: una en una vida. Y llegó justo a tiempo, coincidimos en el hostal y desde que nos identificamos como cilistas y, más importante, como seres humanos, no fue necesario el protocolo que suele acompañar a las nuevas relaciones. Nos fundimos en un fuerte abrazo. Enseguida guardo todo el equipaje y la bicicleta y nos fundimos en una larga conversación acerca del viaje. Cada quien compartía un cuento, cual jugador de poker mostrando una carta, reviviendo a personas , fechas y lugares. Comprendimos que, aunque habiamos recorrido por los mismos sitios de Baja California, cada viaje venia marcado con la individual de cada experiencia. Charlamos acerca de lo atroz que resulta viajar con el viento en contra, de lo surrealista que parece la vida en el desierto pero que, cuando uno lo abandona, son las ciudades las que parecen irreales. Le conté acerca de lo dificil que ha sido terminar el recorrido, porque lo más dificil no fue hacerlo, sino más bien parar, detenerme. Es curioso, le decia, estos viajes te cambian la vida, te hacen montarte en otra especie de recorrido ya menos ancioso, menos dependiente del mundo, más dependiente de uno mismo.

Por la noche salimos, Manlio, Juan Tuñon (el español) y yo, a recorrer las calles de la ciudad, comenzamos comiendo tacos al aire libre en una de las avenidas más transitadas, luego fuimos conociendo bares y cervecerías de la ciudad, nos disfrazamos de turistas (al menos Juan y yo) y recorrimos las prohibidas calles sin ley de Tijuana. Chicas con faldas cortas y botas altas (como dijo Juan) desfilaban en todas las esquinas que eran insuficientes para ofrecerles un espacio donde exhibir el precio de su carne. Musica ranchera, cumbia, electronica y hasta una fusión de las tres se peleban un rincon en nuestros oidos. El humo de los tacos y Hot Dogs camuflajeaba el humo de la marihuna del que so le llegaba, a veces lebe a veces fuerte, un olor penetrante.

Las noches viajan lentas en Tijuana y más cuando hay una luna llena de esas que casi explotan junto con los exesos de la frontera. Por suerte en la ciudad siempre habrá una farmacia por cada habitante y cualquier dolor de cabeza cede al poder de los analgésicos, pero para lo que no hay cura es para la amistad. Y de Tijuana me traje, además de unas cuantas palabas, a un par de amigos.

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