Promoción 96 Colegio San Francisco

En 1996 el presidente del país era Calderón Sol y sus chistes estaban en boca de todos; es decir los chistes que de él hacían. El colón era nuestra moneda y muy pocas personas en San Salvador aspiraban con inmigrar a los Estados Unidos. El alcalde de la ciudad era Mario Valiente, a quien apodaban como el Perico Valiente luego de revelar el proyecto conocido como el parque de Los Pericos en lo que hoy es el parque Bicentenario. Era el papá de una compañera de promoción.  Las cervezas no pasaban de cinco colones en las tiendas y de diez en los restaurantes de la Zona Rosa. Todavía no había maras como las conocemos hoy. La delincuencia era organizada y temida como la de los robacarros, secuestradores y asaltabancos. Veníamos de la guerra y , claro, como era de esperar, alguna parte de la gente que participó en el conflicto se dedicó a esos oficios. Todos fuimos niños en la guerra, y aunque nuestros padres se las arreglaron para que tuviéramos una infancia más o menos normal, con juguetes de lego, Barbies o cinchos con pistolitas en la cintura, o que tuviéramos acceso a un televisor en donde veíamos caricaturas como Heidi, Heatclif, Heman o los Transformers o una consola de Atari o Nintendo; cuantos no le disparamos a los patos en aquel aburrido juego en el que salia un perro riendose; a pesar de eso nuestros padres no podían ocultar el horror [Y el dolor] de que nuestro país se estaba yendo a la mierda con muchos jóvenes, líderes y empresarios asesinados.  La verdad, nosotros no nos dábamos cuenta. Los ochenta fueron un burbuja perfecta de la que aprendimos a no salir.  En parte por eso se explica nuestro apatía a participar en cualquier actividad política. Consideramos que la participación o exigencia de derechos era sinónimo de muerte. Aprendimos a temer a la autoridad. Fuimos niños de colonia, de grupo, de juegos de la calle, de escondeleros, de saltacuerda, de futbolitos, de tocar la puerta o el timbre y preguntar por el amigo o amiga. La vida siempre estaba afuera. Nos sentábamos en la aceras a contar chistes o historias hasta que anochecía.

Todavía no usábamos teléfonos celulares. No es que no existieran pero eran muy costosos y por tal razón reservados para los adultos. En esos días un aparato celular [Motorola] costaba aproximadamente veinte mil colones [ Un poco más de dos mil dólares]. La mayoría teníamos un teléfono fijo de disco en casa que teníamos que compartir con los hermanos. El problema era cuando se hacían esas llamadas tímidas y amorosas que podían durar horas. Hoy es más fácil externar el amor. Un emoji hace todo el trabajo. Nos sabíamos de memoria los números telefónicos de nuestros amigos cercanos. Algunos números siguen estando en la memoria hasta hoy.

Tampoco había internet. Algunos tenían computadoras en sus casas con aquellos impresores ruidosos. La mayoría no teníamos, por tal razón los trabajos de investigación eran verdaderas búsquedas de información, desde bibliotecas o libros viejos en casa. Toda información se fotocopiaba y con esa se hacían resúmenes y luego se mecanografiaba o editaba en alguna computadora. Si nos hubiesen preguntado en 1996 como nos imaginariamos el 2019 muy pocos hubiésemos acertado. A la larga hubiese sido más importante aprender Excel que todos aquellos ejercicios de física aplicando los principios de la caída libre. Muchos sabemos que los objetos caen con una velocidad de 9.8 metros por segundo al cuadrado y pero que desde 1996 no lo recordábamos porque eso no lo usamos
Nuestra generación está viviendo en la frontera de una nueva era, somos la unión entre lo que viene muriendo y lo que todavía no ha terminado de nacer.  Somos los última generación del siglo pasado y con el paso de los años seremos los ultima generación analógica, es decir, capaz de vivir sin contacto digital [Muy difícil] pero así crecimos y así nos graduamos en 1996. Nada de selfies y pocas fotos. Vivíamos para nosotros no para los demás. Hoy en día parece que todos viven para los demás, necesitando constantemente la validación del otro.  Eso sí, tenemos muchas memorias, recuerdos de esos años que no tienen porque recordarse como maravillosos. Fue únicamente el tiempo que nos tocó vivir.
No sabíamos que muchos de nuestros compañeros terminarían viviendo fuera del país. Y aunque parezca glamuroso, no lo es. Una cosa es ir de turista y otra muy distinta es vivir en un país que no es el tuyo. Vivir fuera de tu país es un sentimiento de tortura; uno siente que se está perdiendo todo lo que sucede en El Salvador. Uno tiene miedo de olvidar y peor aún de ser olvidado.  Fuimos preparados para vivir aquí en El Salvador y con la sorpresa que fuimos criados para vivir en una sociedad que ya no existe. El mundo para el que fuimos preparados en 1996 ya no existe. Por eso parece que todos estamos improvisando. La idea era estudiar, graduarte, conseguir un buen empleo, vivir de tu profesión, casarte, comprar una casa, luego una casa en la playa, en el lago, en la montaña, y envejecer y ver crecer a tus hijos aquí. Muchos ni tenemos casa propia a los cuarenta años.
Al igual que la sociedad nosotros también ya no somos los mismos. En 23 años han pasado tantas cosas que nos hacen ser personas diferentes, y no se fijen en lo físico, es normal que la maitrez ya nos haya encontrado. Hay que aceptarla de manera digna.

Me alegra verlos con sus familias y que a pesar de la molestia de tantos mensajes decidan permanecer en este grupo.
A mi me genera mucha alegría leerlos y compartir con ustedes.
Feliz día.

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