LOS ASTRONAUTAS DE PALENQUE



Llegaría el momento en el que me toparía con la primera revisión migratoria en México. Tarde o temprano sucedería. Aunque no tenía nada que temer en temas migratorios, la sola idea de encontrarme con un funcionario con tan mala referencia, me provocaba cierta inquietud. Y sucedió en la carretera que iba hacía Villahermosa en el Estado de Tabasco. Un puesto de control migratorio me hizo parada, uno de los oficiales preguntó rápidamente cuál era mi nacionalidad. Como no tengo otra dije que era salvadoreño. El oficial entonces preguntó por mis documentos; enseguida saqué mi pasaporte y el permiso de estadía en México. Lo observó y me hizo las preguntas de rutina: Qué andas haciendo y para dónde te diriges. Contesté la verdad: soy ciclista y estoy viajando a Estados Unidos en bicicleta. ¡Qué gran aventura! expresó mientras caminaba alrededor de la bici viendo los maletines. Luego preguntó: ¿No irás a Palenque? le contesté que No. Entre otras razones porque tendría que desviarme del camino y pedalear 30 kilómetros hacia ese lugar y luego, por simple lógica, tenía que pedalear otros 30 kilómetros de regreso. 60 kilómetros que no estaba dispuesto a pedalear. Entonces el oficial mexicano me advirtió: "Cometerás un grave error si no vas a Palenque". La advertencia no sabía si tomármela con seriedad, que más bien era preocupación, o con humor. Por los gestos no parecía que el oficial fuera muy dado a las bromas. Aunque el viaje apenas llevaba cerca de tres semanas de iniciado ya se dejaban percibir esos extraños mensajes y dejaban ver (si es que eso es posible) extrañas líneas invisibles del camino o destino que nos llevan a conocer personas y lugares desconocidos; como si de alguna manera existiera una fuerza que nos reta a decidir a cada instante entre la predestinación o libre albedrío. Discusión milenaria. Bien, me dejé llevar. Acepté la recomendación o el reto de ir a Palenque. De todas formas, ese día, esa semana, ese mes, quizá hasta ese año, nadie me esperaba en ninguna parte. Podría darme ese lujo de jugar con el tiempo o que el tiempo jugara conmigo. Daba igual. 

Pedaleé los treinta kilómetros hacia las ruinas de Palenque que no obstante y en realidad fueron cuarenta kilómetros, y que bien podrían haber sido cincuenta y no generar problema alguno por la distancia, el detalle angustioso fue que, y eso si me reventó la paciencia, para llegar a las ruinas de Palenque hay que pedalear un prologando, fuerte, terrible y agotador ascenso de por lo menos dos o tres kilómetros. Era el camino final a Palenque, siempre había sido así y mi ignorancia no lo haría cambiar esa mañana, solamente mi fuerza y mi voluntad por ascender. Legué al lugar muy cansado y sudado hasta los dedos de los pies. Si había cometido un error en tomar la palabra del oficial migratorio ese era el momento preciso para recordarle la madre. Busqué un sitio donde comer, hidratarme y reponerme. Una vez pasada esa media hora en que el cuerpo se relaja y las pulsaciones vuelven a su estado más o menos natural, busqué un sitio donde dejar depositada la bicicleta y pagar la entrada al parque arqueológico.

Estaba en Palenque, ciudad Maya que había conocido hacía algunos años en el "Discovery Chanel"; programa en el que resaltaban los avanzados conocimientos astronómicos  de esa civilización a tal punto de mostrar una especie de construcción que servía como observatorio espacial. Una maravilla. Sin embargo, lo más inquietante de Palenque, según ese reportaje, era una extraña imagen conocida como el "Astronauta de Palenque" en la que aparece una figura humana, presumiblemente el rey Pakal viajando en lo que parecería ser una especie de nave espacial; el rey Pakal está sentado y frente a él un tipo de tablero que se podría pensar tiene la pinta de una nave espacial con todo y botones y centro de control y pedales; las trenzas de su cabello en lugar de caer se muestran ingrávidas, suben en vez de caer, y para rematar con el misterio, el rey Pakal tiene cerca de la nariz un tipo de tubo que podría pensarte le provee oxigeno. Eso decía el reportaje del Discovery. En la realidad había que pensar mejor la teoría de que existiera una vocación espacial por parte de los mayas. De todas formas eso me lo enseñaría Palenque. Un señor que vendía la figura del supuesto astronauta me dijo que en realidad la imagen había que darle vuelta y entonces se podía apreciar que Pakal no estaba viajando en una nave; bueno, Sí está viajando pero no en una nave sino es una interpretación acerca del viaje de la muerte. Me decía el vendedor que la imagen estaba representada por una ceiba y la ascensión de Pakal desde el inframundo (Xibalbá) hasta lo alto de la ceiba que era para los mayas el árbol sagrado. Más o menos como llegar al cielo. La explicación desechaba completamente la hora que había pasado viendo el Discovery Chanel. Me despedí y seguí caminando.

Me sorprendió la belleza del Palenque, nada que ver con los parques arqueológicos de Centroamérica, ni Tikal ni Copán ni Tazumal ni ningún otro tenía la organización de Palenque. Todo estaba perfectamente limpio, cuidado, señalizado y con descripciones de cada uno de los monumentos. Fue todo lujo compartir el guía con una pareja de venezolanos que disfrutaban la historia de los mayas. El guía despejó un poco la ignorancia que llevábamos y desmintió buena parte de los que nosotros considerábamos era cierto. Fuimos avanzando por el parque y la experiencia iba tomando tintes de convertirse en inolvidable. El guía nos preguntó si estábamos interesados en drogarnos, la pregunta no me sorprendió porque ya en la entrada del lugar alguien me había ofrecido marihuana y hasta hongos alucinógenos. Yo contesté que no, los venezolanos hicieron un gesto que podría interpretarse de cualquier forma. Entonces el guía explicó que el lugar era frecuentado por personas en busca de visiones. La palabra visión fue utilizada como sinónimo de drogas, aunque relató una versión bastante romántica, dijo que el lugar era visitado desde el tiempo de los mayas con ese propósito de busqueda de visión y que los monumentos estaban alineados en rumbo Norte por la dirección de la frecuencia magnética que ayudaba a ingresar a ese mundo de paralelo al físico, a un mundo de los sueños, incluso dijo que los reyes y sacerdotes y militares y personas importantes alienaban el lugar en el que dormían en dirección Norte precisamente para ser sujetos de las visiones. A lo muertos, ya que iban a pasar una eternidad en sueños, se les alineaba en esa dirección también. Por ser información desconocida por mí, me pareció interesante, aunque algo me decía que el tipo era un charlatán, un vendedor de experiencias, más bien de drogas.


Había llegado la hora de la despedida y, en mi caso, la hora de buscar un lugar donde pasar la noche. 

En las cercanías del centro arqueológico había muchos lugares desde grandes hoteles hasta pequeños hostales. Había de todo para todos los presupuestos. Pasé a unos lugares en los que rebozaba de gringos o europeos o blancos caucásicos que fumaban hierba y que andaban tras la búsqueda de la nave del rey Pakal. Yo no quería gastarme el presupuesto, mis razones tenía, la primera porque me había prometido avanzar lo más posible sin necesidad de pagar por dormir, apelando a la solidaridad humana, quería saber hasta dónde se podía llegar; y la otra razón, quizá la más importante, se debía a que no tenía presupuesto para gastar en hospedajes. No encontré un lugar gratuito para dormir, pero si logré rentar una hamaca que no pasó de 30 pesos, algo así como tres dólares, dentro de un lugar bastante modesto que ofrecía espacio para hacer camping con pequeños ranchos conocidos como “palapas” para guindar hamacas y sin restricciones para volar o para buscar la nave de Pakal. Me pareció razonable el precio. Pagué y bajé mis maletines. Tomé una ducha, me cambié y quedé a disposición del hambre que no perdona. El lugar podría tener lo mismo de paradisíaco que de terrorífico, dependía de la predisposición a la aventura y a lo desconocido que se tuviera. Música setentera se dejaba escuchar y olores a marihuana quemada que yo era incapaz de poder ubicar, podría provenir de cualquier parte como en realidad sucedía.

Salí a preguntar por comida en el lugar, me dijeron que ese día no vendían, solamente tenían bebidas, yo les rogué, les pedí de favor que me preparan unos huevos, frijoles y tortillas. La encargada, seguramente la dueña, terminó aceptando y enseguida pegó un grito y llamó a Lupe. Lupe era la sirvienta, pequeña, aindiada, simpática que me preparó la comida y con quien conversamos acerca de su origen. Me dijo que venía de una aldea lejana de Chiapas y que cada dos semanas o un mes regresaba a visitar a su familia. Vaya, pensé yo, igual que en la casa de mi madre. La dueña, eso me lo confirmó Lupe, siempre gritaba desde cualquier punto del lugar: ¡Lupe! ¡Lupe! ¡Donde estás Lupe! Recondenada Lupe, qué no escuchas. Ya voy gritaba Lupe mientras corría.

La tarde finalizaba y yo estaba realmente cansado, además no había nadie con quien hablar, el único era un libro que me acompañaba. Decidí pagar y marcharme, pero antes de que me llevarán el cambio ingresó un joven delgado, pelo corto, que pidió una cerveza y tomó asiento en la mesa cercana a la mía. No recuerdo con exactitud quién fue el que saludó primero, pueda que haya sido él, entonces yo contesté y dio inicio una conversación extraña, quizá propia de Palenque. ¿Qué tal? Pregunté yo, quizá solamente por preguntar y con ánimos de saber nada.  Estoy triste me contestó el joven. Acto seguido y por cortesía debía de preguntar el porqué, eso hice, le pregunté ¿Por qué? El joven contestó de forma directa, sin rodeos, sin disfrazar la respuesta, sin tapujos,  "porque mañana se va mi novio". Yo hubiese preferido escuchar novia, no obstante tampoco mostré sobresaltos y me quedó claro que estaba triste porque se iba su novio y no su novia. Volví a preguntar ¿Para dónde se va? Se va para Puerto Rico, él es de Puerto Rico me dijo y siguió contándome su historia de amor. Mientras me confesaba detalles, pensaba yo en la naturaleza de eso que llamamos amor, veía al joven entristecido, decepcionado, sufriendo de la misma forma en la que sufro yo, quizá más. Incluso derramó alguna lagrima.  Se llamaba Denys y era mexicano, vivía en Villahermosa, era gerente de un restaurante y se había enamorado de un puertorriqueño;  se habían dado una vacación por Chiapas y habían vivido dos semanas de amor sin restricciones, salvo las propias que impone el tiempo. Pidió otra cerveza y me ofreció una para mí, me excusé diciendo que no tomaba (era la verdad, aunque por cortesía debí haberla aceptado). Siguió contándome su relato en el que no faltaban visitas a la selva, a ríos, a Palenque y tantos otros lugares propios de esa parte de México. Yo conté algo del recorrido y de mi deseo por llegar a Estados Unidos en bici. Dennys, mientras tomaba su tercera cerveza ,me pidió que si pasaba por Villahermosa fuera a visitar el restaurante para el que trabajaba. Se lo agradecí y le dije que con gusto aceptaba la invitación.

La conversación terminó, Denys se despidió y me deseo suerte. Yo hice lo mismo, le dije que esperaba que su relación madurara y que alguno de los dos, el puertorriqueño o él, decidiera buscar esa línea invisible que nos lleva a caminar por donde nunca antes hemos pasado y que a mí me había llevado ese día a Palenque, a esa conversación. Lo despedí con un abrazo muy sincero, sin temor de que fuera a dudar de mi heterosexualidad. Realmente me había conmovido. Esa sensación por la que yo había pasado antes, ese preciso momento en el que uno tiene que despedirse de quien ama, y que no hay forma de dilatar la despedida. Eso realmente es triste y lo comprendía.

Me fui caminando a mi palapa, la música seguía sonando y la marihuana quemándose. Era Palenque, ciudad de astronautas, de místicos, de chamanes, de viajantes del tiempo, de buscadores de sueños, de visiones, de líneas invisibles, de enamorados, de poetas perdidos a menudo sin salidas posibles. Era Palenque.

Dormí sin estaciones. De forma directa hasta las cinco de la mañana. Me levanté y monté las cosas a la bici y regresé por donde había llegado, por el camino que ya no era el mismo, ya no era desconocido.


Dos horas después estaba en el puesto de control militar y ahí estaba el agente migratorio, enseguida me reconoció y yo también a él. ¿Qué te pareció? Me preguntó. Sinceramente, le dije, le agradezco su recomendación, no podría perdonarme haber pasado tan cerca de Palenque y no saber qué es Palenque. Gracias por retarme y mostrarme caminos por los que, de otra forma, nunca hubiese pasado. Vente, te invitaré a desayunar me dijo. Y desayunamos. 

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