Las niñas de Westerberg.


Se tenía registro de una ocasión en la que el hospital general de maternidad de Westerberg había presentado una proporción desbalanceada de partos. De 25 partos en un día, todos habían sido niñas. De eso hacía muchísimo tiempo. El periódico de la ciudad, el Westerberg Post, guardaba una copia de la nota publicada en la que se narraba ese extraño día. Fue hasta el parto número 20, y solo hasta entonces, que los doctores y autoridades del hospital se dieron cuenta de la inusual proporción de los alumbramientos. Cuando atendieron al parto 21, el morbo ya rondaba los pasillos del lugar, y todos estaban pendientes de la tendencia. Fue niña. Luego llegó el 22 y el 23, que fueron atendidos cerca de media noche. A las once con quince minutos para ser exactos. También fueron niñas. Cuando llegó el parto 24, la tendencia generaba humor en los doctores pero también cierta inquietud acerca de esa extraña casualidad. Ese parto fue niña. Al llegar el alumbramiento 25 ya la noticia había traspasado los fríos pasillos del hospital y había llegado a la sala de redacción del Westerberg Post, que envió a uno de sus reporteros para constatar la inédita tendencia de partos. Vladimir Spark se dirigió a la sala de partos y logró llegar a tiempo para constatar el alumbramiento número 25, que, como esperaba todo el mundo en el hospital y con total incredulidad, fue niña. Eran las 11:55 minutos. 

A media noche llegó el parto número 26, o mejor dicho, el número uno de ese día, y cuando todos apostaban porque la tendencia continuaría, apareció el esperado niño que devolvía la tranquilidad a las personas fatalistas y supersticiosas que ya estaban hablando de señales del final de los tiempos. Luego llegó otro parto y fue niño, luego otro que fue niña, y luego todo regresó a la tendencia natural que registraba Westerberg: 52% de los partos eran niñas y el restante 48% eran niños. 

No obstante ese día quedó registrado para la historia en las páginas del periódico y ya nunca se volvió a repetir ese tipo de fenómenos hasta hace dos días, cuando el hospital registró 35 partos, todos niños. Una vez más la noticia terminó llegando al Westerberg Post que envió al periodista Máximo Spark a cubrir la noticia, casualmente el reportero designado era el nieto de Vladimir Spark, quien había escrito hacía años la nota relacionada con los 25 partos femeninos. Spark no tenía idea de que su abuelo había escrito acerca de ese extraño suceso, se dio cuenta al consultar el archivo del periódico y leer la nota de los 25 partos femeninos. La noticia apareció en la portada del Westerber Post y desde ese momento monopolizó la tranquila vida de Westerberg. Todos querían saber qué pasaba en el hospital, por qué solamente niños. La tendencia, a diferencia de lo sucedido hacía años con el caso de las 25 niñas, ya era más preocupante. Se contaba el cuarto día seguido de alumbramientos únicamente de niños. En total eran 123 partos, de los cuales todos habían nacido varones. 

Los programas de opinión comenzaron a consultar a los líderes religiosos preguntando por alguna referencia bíblica de esos sucesos. La mayoría afirmaba que, aunque no había una referencia directa en el apocalipsis, haciendo una interpretación del texto podría concluirse que los alumbramientos encajaban a la perfección con una señal del fin del mundo. Westerber que ya no era tan religioso como antes, no obstante tomaban las declaraciones sino en serio, al menos, no en broma. Le daban cuanto menos un margen de razón. Si eso era posible. Otros medios preferían abordar los sucesos desde una perspectiva más científica o hasta filosófica. El filósofo Walter Monroe afirmaba que la humanidad estaba agotada, que el ser humano caminaba directo a la extinción algo que, contrario a lo que se pensaba antes de los alumbramientos, sucedería pero todos coincidían sería producto a causas imputables al ser humano y no por razones naturales. Monroe explicó que si dejaban de nacer mujeres, el futuro que se avecinaba en 15 a 20 años, sería lamentable, trágico, los jóvenes no encontrarían parejas de su edad y con el tiempo tendrían que rivalizar con los mayores para conseguir una mujer, desencadenando en un espiral de intrigas y conflictos por estar con una mujer. Por su parte el científico Paul Zimmerman afirmaba que lo sucedido durante los últimos 5 días en Westerberg se debía más que a puras casualidades; tarde o temprano la tendencia regresaría a los índices normales. No había razón para pensar diferente. Aunque ya se había llegado al noveno día consecutivo de partos únicamente de varones. Se contaban 275 partos, todos niños. 

Las especulaciones y temores seguían creciendo. Las explicaciones religiosas iban imponiéndose por sobre las razones científicas y los charlatanes encontraban cualquier invento para ganar adeptos. La teoría del exterminio por la lucha de los hombres, expuesta por el Walter Monroe preocupa a los ciudadanos de Westerberg que temían por la seguridad de sus mujeres. En un noticiero amarillista apareció el reportaje de que unos padres habían firmado un contrato en el que acordaban el matrimonio de sus hijos. El padre de la niña había recibido una buena cantidad de dinero. El contrato a todas luces ilegal, comenzó a propagarse por Westerberg, incluso aparecían anuncios en la sección de los clasificados en lo que ofertaban a las hijas para ser las esposas del futuro. La realidad había superado a la ficción y las autoridades no sabían cómo actuar ante semejante fenómeno. 

El congreso emitió una ley que prohibía ese tipo de contratos y los castiga con pena de prisión, pero todo se vino abajo cuando el Westerber Post publicó que el presidente del Congreso y el de la Corte Suprema habían dado sumas grandes de dinero a cambio de conseguir una esposa del futuro para sus hijos. La ley fue ignorada y las autoridades no decidieron darle aplicación. Los contratos volvieron a cotizarse muy altos, incluso hubo unas variaciones que bordeaban la inmoralidad. Un padre ofrecía a su hija en matrimonio por periodos de diez años, renovables a otros diez, siempre y cuando el marido del futuro duplicara el pago. Luego otros comenzaron a poner más clausulas y variaciones en el plazo y a utilizar todas las figuras de los contratos que permitía el código civil de Westerberg. Desde el comodato (préstamo de uso) hasta el de prenda, pasando por engorrosos contratos de prestación de servicios sujetos a plazos y condiciones. Los alumbramientos y los contratos estaban enloqueciendo a la ciudad. No tardaron en aparecer las bandas que raptaban a las niñas y mujeres y luego pedían costosos rescates y simplemente las ponían en venta. Todos los padres, como no podía ser de otra forma, exigieron mayor protección al Estado, pero la situación se había desbordado. Las tiendas de armas y municiones comenzaron a tener un repunte nunca antes visto en la ciudad, si de algo se jactaban los ciudadanos de Westerberg era de su vocación por la paz y tranquilidad. Ya no había razón para confiar de nadie. En las calles ya no se veía caminar a las mujeres, únicamente hombres. Los vecinos implementaron unas juntas vecinales para garantizar la protección de las mujeres. Todo Westerberg se encontraba armado. El alcalde que era padre de 3 hijas, apoyaba las agrupaciones ciudadanas y también velaba por la protección de las mujeres. 

El hospital había llegado al día 25 con la espantosa tendencia de alumbramientos de varones, a las afueras, las organizaciones religiosas guardaban vigilia rogando por el milagro que devolviera a las niñas. 

Justo al día 28 se anunció el alumbramiento de una niña que pesó 6 libras. Westerber lo celebró. Pero la tendencia continúo los dos días siguiente. En la calle se comentaba que los padres de la niña se habían sacado la lotería. 

Pero no se perdía la esperanza de que más niñas nacieran. 
Al día 31 nació otra niña y luego otra y otra, para dejar la proporción 52% niñas, 48% niños. El siguiente día la tendencia continuó de la misma forma. Las niñas habían vuelto a Westerberg. Sin embargo las mujeres ya no volverían a verse de la misma manera por parte de los hombres. Se habían convertido en un objeto de valor. Un objeto que había que cuidar.

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