Los sueños son así, carentes de estas leyes que nos rigen. Los relojes del tiempo nunca funcionan allí; uno habla con muertos como si estuvieran vivos, con amores que nunca fueron o que todavía no lo son; camina por escenas que no existen, que se van autoconstruyendo o destruyendo con una velocidad que uno apenas y percibe. Es una realidad ajena a nuestra lógica. Y, sin embargo, existe. Está allí. De esos espacios mentales o reales (de esa realidad, y salvemos a la redundancia) vienen imágenes que no se corresponden con lo que uno conoce, vienen diálogos, verdaderas revelaciones que uno termina por olvidar al despertar, a esto que le llamamos despertar y que no es más que la muerte del soñador.


Todo sueño es un cuento, en mi opinión, perfecto, que no está sujeto a la linealidad del tiempo, escapa, la prescinde, y sucede de tal forma en la que nosotros, los soñadores aceptamos esa regla y nos vemos, de imprevisto, viviendo una historia que no tuvo principio. Nada de: “Había una vez”. Simplemente aparecimos en medio de un dialogo o una escena en la que vemos a alguien que creemos que somos nosotros mismos, que habla y actúa como nosotros, no obstante, nos somos nosotros. Nosotros lo vemos, lo escuchamos y hasta sentimos físicamente las emociones. Damos seguimiento a esa historia que se está contando y de la que no podemos escapar. Hemos sido capturados por la curiosidad de saber ¿Qué va a pasar? Porque intuitivamente sabemos que algo va a sucederle a esa persona que se parece a nosotros y con la que nos identificamos. Es el cuento perfecto que está sucediendo frente a nosotros. El soñador es el lector que se ha identificado con el personaje y el sueño es el cuento que nos atrapa con el ¿Qué va a pasar? No es la narración la que nos provoca esa angustiosa ansiedad de saber qué es lo que va a pasar, es, en el fondo, el sentimiento de temporalidad que nos acompaña, el saber que el sueño se terminará, es la angustia de no saber qué pasará al final y que posiblemente nosotros nunca lleguemos a saber con exactitud que fue lo que pasó. Al final somos nosotros los que despertamos, en cambio el cuento nunca concluye porque nunca tuvo principio. Sigue.

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